Antonio López Gómez, más conocido como “Antoñito”, va a cumplir 75 años. Ahora está jubilado pero durante décadas el hijo de Antonio López y Angustias Gómez fue kiosquero en la Estación. Tiene una calle en Pozuelo -donde nació y donde vive- porque así lo quiso su abuelo, Federico López, que registró con el nombre de sus nietos mayores dos senderos que surgieron al parcelar sus tierras situadas a uno y otro lado de la vía del tren.

Antoñito es un superviviente de cuna. Sus padres tuvieron cinco vástagos pero sólo él logró superar la niñez así que siempre se ha considerado hijo único. Vino al mundo en la posguerra y aprendió a leer en un aula del actual edificio María Inmaculada, su barrio de siempre.

De su infancia recuerda la leche en polvo y de su hogar en la colonia de los papeleros, conocida así por la saga de profesionales de Pozuelo que vivían junto al arroyo, que siempre tenía las puertas abiertas de par en par porque la vida discurría en la calle.

A los ocho años Antonio López echaba una mano a su padre con la venta de periódicos y con once ya hacía el reparto por las colonias de Pozuelo y Aravaca. A pie o en bicicleta. Dice que hasta pasarse a la moto ha pedaleado de lo lindo. Lo sigue haciendo aunque a otra velocidad  y por puro placer.

El kiosquero de la Estación hizo el servicio militar cerca de casa y reconoce que de vez en cuando se escapaba del cuartel. Tanto es así que muchas veces dormía en Pozuelo. Poco después de servir a la patria, preparando la comida a la tropa, o arreglando sus jardines decidió formar una familia.

Antonio contrajo matrimonio en 1969 con Concepción Pérez en la ermita de Vallecas. El papelero conoció a su esposa en la desaparecida granja Priégola de Pozuelo cuando iba a visitar a Jaime, el lechero, porque la muchacha trabajaba para el veterinario. Antonio y Concepción tienen dos hijos, Antonio e Inmaculada, y dos nietos, Marcos y Sofía.

Los años dorados de la prensa escrita

Cuarenta años de vida laboral dan para mucho. Y si no que le pregunten a Antonio que ha calculado el número de periódicos vendidos y le salen unos 24 millones. Comenzó a vender “papeles” en una mesa que colocaba en la plaza del Gobernador.

Hasta que en 1976 se pone de acuerdo con Nestorio Pinacho y se queda con la caseta que el hombre regentaba junto a la estación del tren y que RENFE le había concedido tras sufrir un atropello y perder una pierna. Ahí ya no pasaba tanto frío en invierno ni tanto calor en verano.

A partir de ese momento, Antoñito, que tiene su casa en la calle que lleva el nombre de su abuelo  -cerca de la que se llama como él y como su padre- no sólo comenzó a vender los papeles a cubierto; también a madrugar más todavía. Pero no se queja. Ahora que va a cumplir tres cuartos de siglo colecciona anécdotas y reconoce que a pie de kiosco hizo muchos amigos. Algunos conocidos como Peridis y Forges. El primero le confiaba a diario la tira que se publicaba al día siguiente en el periódico ABC y el segundo le dibujó dos viñetas personalizadas; una para anunciar la venta de lotería y otra sobre una de sus grandes aficiones en la que hasta el mismísimo Rey le “copiaba”.

Asunción Mateos Villar