La calle Doctor Cornago corta el viejo Pozuelo de sur a norte y ha sido el hábitat de todos aquellos que, como yo, somos hijos del pueblo. Esta vía, emblemática, ha acogido los ya desaparecidos Cortijo Andaluz, Plató, El Paleto o el mismísimo Colegio Unamuno, sin olvidarnos del taller de carpintería de Benavides, además de muchos otros espacios y escaleras que fueron testigos de andanzas, primeros besos o fechorías de más de uno. Hoy, no sé si por casualidad, esta calle es el escenario de los encierros en las fiestas patronales de septiembre.

Detrás del nombre de «Doctor Cornago» se encuentra la historia de un médico que en los comienzos de los años 20 llegó a nuestro pueblo desde, por aquel entonces, tierras muy lejanas: tierras navarras. Pedro Antonio Cornago Fernández nacía en Aoiz a finales del Siglo XIX y fue, probablemente, el primer nexo de unión entre las tierras forales y la villa a la que dio nombre Luis de Alarcón unos siglos antes.

La conexión navarra de Pozuelo a buen seguro tendrá miles de aristas desde que hace más de 60 años desapareciera tan insigne galeno, y sería de máximo interés su estudio. Sin embargo, y en línea al objeto central de este artículo, sí que existe una conexión contemporánea entre ambas tierras que gira en torno, como no, a los Sanfermines. Empezó, al menos que tenga constancia, hace medio siglo cuando un morlaco estuvo a punto de llevarse por delante a un pozuelero que, visto el milagro, prometió bautizar a su siguiente hijo con el nombre de Fermín.

Mi cuadrilla, como dirían en el norte, o mi panda, que diríamos en edad pueril en el centro, la integramos Fermín, Filetes, Joe, Pantera, Tocho, Bili, Chipi, de los Santos, Pitu, Juli, Massaro, Fufu, Quintanilla, el Niño y yo, el Torcido (nótese que lamentablemente solo hay sector masculino y que los motes, como no, son predominantes). Todos nosotros pozueleros y de la Virgen de la Consolación, faltaría. Abriendo la lista, el fruto del milagro del ‘capotico de San Fermín’, y a continuación, un impresionante cartel que, en mayor o menor medida, cumplen todos los años en julio en Pamplona o sufren de las historias de los que van a la vuelta. A éstos se les suman en el anual peregrinaje otros grandes amigos de Pozuelo, como Pablo, Miguel o Luis, éste último propietario del bar «+ Q Tapas», un santuario de las fiestas navarras en nuestro municipio, con figura del santo, pañuelico y todos los detalles incorporados, incluido guiños forales en su carta. Este grupo, selecto, en condiciones normales no falla nunca a su cita con el almuerzo el 6 de julio a las 10 de la mañana en la acera que ocupa el Bar Faris, en la calle Felipe Gorriti de la capital navarra, donde son más que conocidos, año tras año, «los de Pozuelo», capitaneados y organizados por el oriundo Ramón.

Muchas son las anécdotas que tras lustros de repetición festiva pudiéramos recordar -y lo que nos queda- siendo el amor, como debe ser, lo que al final triunfa. La verdadera conexión se dio, al margen de fugaces articulaciones, hará unos veinte años cuando uno de los integrantes de la lista conoció a Laura, una brillante médica navarra que, al final, abrió el corazón de uno de los últimos bastiones del pueblo. Años más tarde, en septiembre de 2004, la capilla de San Lorenzo se abrió para todos nosotros y, por primera vez, el traje y la corbata sustituía al blanco y rojo en nuestra estancia pamplonesa. Aquella boda, junto a San Fermín, fue presidida por un prominente retrato de Nuestra Señora de la Consolación.

Ese enlace fue mi primera visita a Navarra. Hoy, extremadamente agradecido y comprometido, el que escribe se ensambla entre ambas tierras y lleva más de doce años respirando aire pre-pirenaico, cuando en junio de 2008 me surgió una oportunidad laboral irrenunciable. Desde entonces, sin dejar de vivir y sentir Pozuelo cada vez que tengo ocasión, he tenido el honor de ser miembro del Gobierno de Navarra, de ocupar un escaño en su Parlamento e incluso de ser concejal del Valle de Aranguren, donde crecen mis hijos. Un pozuelero en Navarra que ha recorrido el camino en sentido inverso al Doctor Cornago. Una conexión más de muchas que habrá, y que tendremos que descubrir.

Guzmán Garmendia Pérez