Recuerdo las paredes desconchadas de la fachada y esa puerta de acceso que se abría girando el pomo hacia la derecha. También que había otra. Nada más entrar un pequeño mostrador recibía al enfermo a golpe de sobresalto. Aquello era un señor portazo. Junto a la consulta de pediatría donde las doctoras Mochales y Menéndez hacían lo que podían para calmar a los pequeños. Luego comenzaba el laberinto. En los años ochenta, a los ojos de un niño, cualquier pasillo de original trazado podía serlo.

Los alargados azulejos que guarnecían el serpenteante corredor no eran blancos como los del ambulatorio de Reina Mercedes al que nos llevaban sobre todo para darnos puntos de sutura. Con hilo y sin anestesia. O recetarnos refresco de cola con azúcar ¡Qué cosas!

El alicatado del consultorio de la seguridad social de Calvario era marrón chocolate y estaba adornado con láminas de enfermeras que recordaban a los presentes que había que guardar silencio. Para tratar de distraerme, mientras esperaba, dirigía mis ojos a su cofia o a la boca tapada con un dedo. O miraba el número  sellado que nos habían dado a la entrada tras guardar turno. Cuando hacía calor incluso me abanicaba con la cartilla -de plástico y tres apartados- necesaria para poder obtener las recetas.

En los ochenta pasaban consulta los doctores Fernando Sánchez y Andrés Córdoba con las enfermeras Marisa Cea y Beatriz Llorente. Reconozco que cuando me asignaron al primero como médico de cabecera me daba un poco de miedo. Esa altura que le impedía entrar y salir con normalidad de la consulta y su vozarrón no ayudaban demasiado. Superada la impresión y sabiendo, por mis padres, que era un gran profesional aunque algo serio no me quedó otra que cogerle cariño. Así se lo dije cuando dos décadas después volvió a recetarme antiobióticos en el centro de Salud San Juan de la Cruz del Camino de Alcorcón.

El consultorio del pueblo, que convivía con el de la calle Emisora inaugurado en 1985 con servicio especial de urgencias, cesó su actividad a comienzos de los noventa y se convirtió en sede administrativa de la seguridad social. Durante poco tiempo. En 1992 las consultas se trasladaron a los bajos de un edificio en el Camino de las Huertas.

La sede era amplia, moderna y tenía un sótano que funcionaba como almacén. Esta vez, cuando esperaba en algún pasillo para ser atendida, solía fijarme en Jose Pérez que se movía de un lado para otro con carpetas o empujaba un carro cargado de cajas. Nada le impidió hacer su trabajo.

Pero la población crecía y las instalaciones, próximas al colegio Infanta Elena, se quedaron pequeñas así que el Ministerio de Sanidad y Consumo decidió levantar, a través del Insalud y con un presupuesto en pesetas, un edificio en terrenos municipales para hacer frente a la demanda sanitaria.

Con las competencias transferidas a las comunidades autónomas llegó el tercer centro de salud. El nuevo equipamiento asistencial abrió sus puertas en la colonia de los Ángeles -Somosaguas- bajo el mandato de Esperanza Aguirre. Corría el año 2007.

Del cuarto nada o poco se sabe. Los grupos de la oposición en el Ayuntamiento llevan años reclamando su construcción en un solar de la zona norte del municipio que, por cierto, ha experimentado un enorme crecimiento en los últimos años.

Menos mal que los nuevos vecinos tienen uno o varios coches.

Asunción Mateos Villar