En 1968 no existía Reina Mercedes. La calle que recuerda a la monarca de una de las canciones populares más conocidas surgió al desaparecer la finca de los señores Ester. En aquella época bajaba un arroyo que pasaba cerca de los comestibles que José Expósito abrió para abastecer a los vecinos de la zona. El tendero, ahora jubilado, recuerda que por delante de sus ojos desfilaban lechugas y repollos recogidas en las huertas.

Casa Pepe nació el año que Massiel ganó Eurovisión. Casi medio siglo después han cambiado muchas cosas. La tienda ya no existe y Pepe tiene menos pelo. Durante muchos años se ganó la vida detrás de un mostrador y recuerda que con el dinero que invirtió en poner en marcha el negocio podía haber comprado varios pisos de los que comenzaban a venderse unos metros más arriba. Pero nunca se ha arrepentido de la decisión tomada y hasta que decidió retirarse ha visto pasar por su otra casa a varias generaciones de paisanos.

Más de media vida se ha pasado este hombre tímido y discreto alimentando al vecindario. Hasta que se jubiló cerca de los setenta y está conociendo mundo gracias en parte a su único hijo, José Antonio, que es diplomático y habla ocho idiomas. Al principio vendía embutido, algunas conservas y un poco de fruta pero más adelante fue diversificando la oferta.

Del pasado en la tienda Pepe se acuerda de los jamones que vendía por unidades o medias piezas y de su gran vitrina repleta de tripas de chorizo y salchichón. Al principio casi todo se vendía a granel (harina, huevos…) y se pesaba en balanzas de aguja. Además no se usaban bolsas de plástico sino papel de periódico o estraza y la leche, el vino y la casera se comercializaban en botellas de cristal. Era otra época. En la que se llenaba la bolsa de la compra con 200 pesetas porque un litro de producto lácteo de la marca Collantes costaba 7 pesetas y un kilo de tomates de primera (de los que sabían a tomate) no superaba los 75 céntimos.

¡Anda!¡La cartera!

Pepe Expósito recuerda que a raíz de la apertura del colegio Unamuno su tienda parecía un patio de recreo. Sobre todo por las mañanas. Niños y niñas uniformados entraban y salían en busca del desayuno redondo. En los setenta y los ochenta el producto de bollería más popular entre los escolares era el donuts©, un bocado delicioso que Panrico introdujo en España en 1962 y que relanzó en 2012 para recuperar a los consumidores perdidos cuando la empresa tomó la decisión de cambiar el envase tradicional de cartón por el hermético de plástico para mejorar su conservación.

El tendero de la calle Clavel esquina a Doctor Cornago vendía hace cuarenta años nada más y nada menos que 600 bollos con agujero diarios y en temporada alta -sobre todo en las fiestas patronales- la cifra crecía hasta las 1.000 unidades. Al repartidor no lo quedaba otra que dar un par de vueltas con el camión y volver a sustituir los cartones vacíos por otros llenos ¡Qué de nuevo volaban!

La desaparición en los años 90 de uno de los centros educativos más añorados del pueblo produjo una bajada considerable en las ventas de donuts©. Muchos de los pequeños que los pagaban en pesetas en Casa Pepe son hoy padres y madres de familia. Que quizás por nostalgia los vuelven a comprar de vez en cuando y los comparten con sus hijos. Y regresan a aquellos maravillosos años en los que no existían los de color rosa. Ni los bañados con cacao de dos colores. Ni los salpicados de pepitas. Un tiempo en el que les encantaba despegar con los dedos el chocolate que inevitablemente se quedaba adherido al papel marrón -en ocasiones mal cortado- que hacía de envoltorio.

Asunción Mateos Villar