Esta tarde ha venido mi padre a casa con una fotografía de su compañero. Dice mi madre que se ha pasado un buen rato buscando en los cajones. A finales de los años sesenta se hicieron amigos. Cuando llegaron a Pozuelo desde Extremadura. Como tantos jóvenes. En busca de una vida mejor. Lo primero fue el chalé de Afanias con Gervasio. Luego treinta y cinco años compartiendo andamio, material y herramientas. También alegrías y tristezas. Media vida da para mucho. Pedro nos dejó la semana pasada. Mientras escribo, tengo un nudo en la garganta y los ojos llorosos. Como cuando Juli se fue el día de mi cumpleaños. Qué complicado es escribir sobre la familia en pasado.

De todas las fotos de su amigo ha traído justo la que yo le hice leyendo el periódico. Junto al olivo de Quijorna. Probablemente el As. Era el que solía comprar mi padre. Ya no porque ahora lee prensa deportiva en la tableta.

Eran otros tiempos. De cámaras réflex y periódicos. En todos, en blanco y negro y en color, han estado siempre Juli, Pedro y sus hijos; Pedro, Raúl, David, César, María, Sergio y Laura. Desde que tengo uso de razón Pedro y Juli han formado parte de la vida de mis padres y de la mía. Como sus hijos. Los mayores y yo aprendimos a andar casi a la vez. Hoy seguimos recorriendo el camino pero con ausencias.

Mi padre me ha pedido que escribiera algo en La Voz de Pozuelo. Que fuera un homenaje a su compañero. A su amigo. Sabiendo lo que le cuesta expresar sus sentimientos estoy segura de que la despedida no ha sido fácil y de que le echa mucho de menos. Como sus hijos, como sus nietos, como el resto de su familia.

Pedro fue un hombre bueno. Hablaba poco. Ni falta que le hacía porque con los ojos lo decía todo. También un hombre valiente; para trabajar con mi padre había que serlo. Que siempre estaba dispuesto a ponerse el mono. Cuando se partió la cocina que había en el salón de mi casa, antes de la reforma, me contaron que los inseparables se pusieron la cara como dos carboneros tratando, sin éxito, de conservarla. A buenas horas vienes a sacar escombro me decía cuando me veía aparecer por la obra, con su media sonrisa y su palillo entre los labios.

Me lo encontraba en el supermercado del barrio o en las cuatro calles que separan su piso del mío. En este extraño 2020 nos vimos aquella mañana en la que Los Mingas celebraron su 50 aniversario en el Rincón y esa tarde de junio cuando le pregunté cómo estaban las patatas del huerto con mi madre al teléfono. «Mu ricas» me dijo. Me alegro le dije yo.

Ya no me lo encontraré más. Pero le recordaré. Como a ella. Ahora está con su Juliana del alma. Juntitos (así de bonito me lo dijo María).

Descansa en Paz. No te olvidaremos.

Asunción Mateos Villar