Dice Noel Lozano que su abuela Justa contaba que José Gómez-Tejedor compró terrenos en Pozuelo de Alarcón porque estaba convencido de que en el futuro iba a ser la mejor zona de Madrid. Quizás fuera un visionario. También que su tatarabuelo viajó a México en busca de los orígenes del café y allí con los mineros descubrió el método que empleaban para conservar el grano en buenas condiciones durante largo tiempo. Aquel viaje cambiaría su vida. Atrás quedarían los años de pastor trashumante y de la tienda de ultramarinos. A partir de ese momento su mundo -y el de los suyos hasta finales del siglo pasado- giraría en torno al café. A su regreso inventó el método de torrefactado para mantener su esencia y patentó otros accesorios relacionados con su elaboración y conservación. El fundador de Cafés La Estrella tiene una calle cerca de la vía del tren y una biografía apasionante que uno de sus bisnietos ha resumido en Wikipedia.

Quizás José Gómez-Tejedor (1854-1932) fue al café lo mismo que Venancio Vázquez y López (1847-1921) al chocolate. Coetáneos, los dos tuvieron un vínculo con Pozuelo de Alarcón. Además de calle en el municipio aunque hoy solo exista la del empresario cafetero. Es probable que se conocieran e incluso que llegaran a coincidir en alguna exposición universal donde presentaban al mundo sus creaciones en materia gastronómica. La trayectoria profesional de ambos discurre en paralelo y hasta los recursos publicitarios que emplearon para dar a conocer sus productos se parecen como gotas de agua. A esa conclusión llegamos Noel y yo la tarde en que nos conocimos para charlar de su tatarabuelo.

Inquieto por naturaleza y autodidacta sus logros tienen mucho mérito. Como el dueño de la fábrica de chocolate, fue un adelantado a su tiempo. Hay que serlo para comprar el café Europa en la plaza de Badajoz y convertirlo en el café “La Estrella”, un lugar acogedor donde, además de disfrutar de un café a su manera, los clientes saboreaban la cálida música de un fonógrafo. Su apertura en la capital de provincia extremeña fue el comienzo de una carrera empresarial brillante que reportó  a José Gómez-Tejedor muchas satisfacciones y reconocimientos internacionales como la Estrella de la Orden del Libertador de Venezuela. Con una marca registrada que hoy pertenece al grupo Nestlé.

La singularidad de los cafés La Estrella tenía que llegar a todos los rincones de España. La red de distribución crecía extendiendo su radio de acción a ciudades como Sevilla, Madrid y Barcelona al tiempo que los miembros de la familia se incorporaban al negocio, convencidos de la viabilidad de un emporio que cesó su actividad durante la Guerra Civil pero la recuperó al acabar. El producto resurgió como el ave Fénix gracias a una mujer que, sin hacer ruido, fue emprendedora y pionera en el ámbito empresarial del café, Carmen Chinchilla Moreno, esposa de Abelardo, hijo de José Gómez-Tejedor. En tiempos de achicoria cafés La Estrella sobrevivió a la posguerra y a las restricciones comerciales de la dictadura.

Cien años en el tostadero

Noel reconoce que le fascina la historia de su tatarabuelo y que guarda en casa, además de libros técnicos sobre café editados en el siglo XIX, todo lo que encuentra relacionado con la empresa que perteneció a su familia hasta mediados de los ochenta del siglo XX. Coincidiendo con el centenario de su creación. Latas metálicas, chapas, agendas, billetes que se lanzaban por la Gran Vía madrileña, anuncios publicitarios en papel, audio o vídeo, fotografías, la historia de La Estrella ilustrada por Mingote y hasta réplicas de los premios con los que los nietos de José Gómez-Tejedor jugaban cuando eran niños. Aunque ha reunido bastante material sigue buscando en rastros, anticuarios y mercadillos de toda la geografía española.

Estoy segura de que podría escribir un libro o montar una exposición. Y salpicar su recopilatorio, en formato lectura o visita, con las historias que le cuenta su tía abuela, Luisa Gómez-Tejedor -que vive en Pozuelo de Alarcón-, y de anécdotas como la del eslogan imposible de olvidar para los que tenemos unos añitos. Lo de “vamos chicos al tostadero” surgió a raíz de una original imagen de marca. La idea fue de su tío abuelo que, mirándose al espejo, se imaginó con cara de grano de café. De dibujarla y animarla se encargaron los profesionales de los Estudios Moro. José Luis Moro se inspiró en el cantante francés Maurice Chevalier que popularizó en todo el mundo el canotier y el bastón de caña.

Asunción Mateos Villar