A mediados de los ochenta -del pasado siglo- María Jesús Rodríguez y su primo Manolo abrían una cruasantería en la calle que lleva el nombre del que fuera alcalde y médico titular del pueblo. Aquello supuso una auténtica revolución porque había pocos locales dedicados a meriendas y cenas informales.

María Jesús llevaba trabajando desde los catorce años y su experiencia en hostelería le hizo dar un paso más y abrir su propio negocio. En una época en la que la vida discurría en el pueblo y la Avenida de Europa no aparecía en los mapas la aventura resultaba interesante.

Los comienzos fueron duros y al año de abrir las puertas de un acogedor lugar, decorado en blanco y bautizado con la fusión de los nombres de su hija y la de Manolo (Sandra y Sara), decidió continuar la travesía en solitario. Con la ayuda de su pareja de entonces y, sobre todo, de Montse. Su hermana siempre estuvo a su lado, a pie de timón, para echar una mano.

El viaje duró diez años y permanece en la memoria de miles de vecinos que, como Arantxa de Benito o Coral Bistuer, compartieron en Sadra mucho más que merienda o cena. La barra y el pequeño salón en altura con bancos de madera y ventilador fueron un punto de encuentro para toda una generación que también alimentaba su sonrisa en Begoña o El Negro. Y que, por supuesto, pasaba por El Norte y El Popy.

Dice María Jesús que durante las Fiestas Patronales trabajaba hasta altas horas de la madrugada y que la cola de gente que quería reponer fuerzas en su otra casa serpenteaba por la cuesta. También en Nochebuena y Nochevieja -como Los Nieto– incluso con paraguas.

Aunque el cruasán de jamón y queso con bechamel era una de las estrellas había otra que competía con el hojaldre relleno gratinado al horno: la hamburguesa a la plancha. En cualquiera de sus versiones estaba deliciosa. La tradicional porque la carne llevaba un aliño especial que la hacía única y la de pollo porque contenía un tierno filete de pechuga.

La carne comprada en la carnicería que José Luis Ruiz tenía en la calle Luis Béjar y el pollo y los huevos en el puesto de Isidro de la galería comercial Las Flores otorgaban a las propuestas gastronómicas la denominación de origen Pozuelo de Alarcón; una auténtica declaración de intenciones. Que ayudaba a María Jesús a salir del paso cuando, por falta de previsión o exceso de clientela, se quedaba sin género. Recuerda que había noches en las que se acababa la carne pero llamaba a José Luis y el carnicero abría su tienda, la picaba y su hijo Jaime se la acercaba para que siguiera haciendo hamburguesas.

Con delantal y gorrito no paro de prepararlas. Ni siquiera estando embarazada o con contracciones. El 6 de mayo de 1989 era sábado y los pedidos se multiplicaban; como todos los fines de semana. Estuvo a pie de plancha hasta que no pudo más. Virginia nació a las pocas horas.

Hoy casi tres décadas después, madre e hija recuerdan con nostalgia los tiempos de Sadra desde el Horno Santa María, la panadería-pastelería que la nieta de Antonio “El Aguililla”, abrió hace veinte años a los pies del templo de la Avenida de Europa. Juntas han preparado un regreso al pasado. Una noche temática. En noviembre.

Asunción Mateos Villar

Del salado al dulce

Quizás porque en un primer momento se plantearon dar desayunos o porque los amigos les pedían celebrar el cumpleaños de sus hijos. El caso es que la carta tenía un apartado especialmente dedicado a los golosos, protagonizado por la napolitana de chocolate, que se completaba con milhojas, tortitas y batidos naturales.