El año empezó para mí después de Reyes, con el tradicional roscón de el Horno del Pozo en casa de mi tía Aurora. Luego me lancé a la vida cultural. Un viaje al que os invito. Por casualidad enero -y febrero- es el mes de la ciudad en Pozuelo. Una buena disculpa para reflexionar sobre la nuestra y avanzar en un modelo humano para renovar la plaza del Padre Vallet con un amplio consenso. Lo primero sería cambiarle el nombre. La cultura siempre es un buen principio para el debate.

Decía Gómez de la Serna que es difícil saber cuando empieza una generación y acaba otra: “Diríamos más o menos que es a las 9 de la noche”. A mi con el año nuevo me pasa un poco igual. 2018 empezó la tarde de Reyes. Y a partir de entonces ha sido un no parar. Comenzamos en Alejandría ad Hoc. Rubén Abella presentaba su exposición “Fabulas del lagarto verde” y su último libro “No habría sido igual sin la lluvia”. Fotografía como semilla de la ficción. Y contaba el escritor la esencia del juego con una anécdota que en mi memoria se ha desdibujado, pero queda potente la imagen. Una calle de Madrid, una mujer se encuentra rodeada de un líquido rojo: sangre. Se agacha, se empapa los dedos, se toca la frente. Realmente era una botella de vino que se le había caído, y el rito era desconocido para él. Así nace la literatura.

Las fotografías del viaje a Cuba que vemos en la exposición son el origen del libro. Microrrelatos que se originan y transforman, como vida y memoria. Y no se quedan en Cuba: Tegucigalpa, el desierto australiano o Dar es Salam, en Tanzania.

Por casualidad, enero se ha convertido en el mes de la fotografía en Pozuelo. El MIRA inauguraba «Ciudades, metrópolis, urbes”, comisariada por José María Díaz-Maroto. Seis ciudades, seis fotógrafos. Lisboa (Manuel Sonseca), Madrid (Ángel Sanz), Berlín (Evaristo Delgado), Ibiza (Pedro Giménez), La Habana (Díaz-Maroto) y Alburquerque, el de Nuevo Mexico (Pepe Franco).

Luis Fernández Santos, en su introducción al clásico libro de Max Weber, señalaba la fragilidad de la ciudad contemporánea como espacio de insolidaridad donde toda esperanza es difícil. “La ciudad nació como hogar de libertades, de pactos, de participación; y convertirla en decorado es una traición a su espíritu originario. Una traición que se pagará caro”.

En esas estamos, y la piel de la ciudad retratada con una asepsia -con algunos destellos poéticos- demoledora. Cada vez más una ciudad puede ser la misma y todas. Las dos exposiciones son perfectas para un debate sobre nuestra propia ciudad-pueblo, con la plaza del Padre Vallet como ejemplo -¿de verdad nadie ha pensado cambiarle el nombre?- y una reforma que debería ser ampliamente consensuada y debatida para crear tejido social. Y así saldríamos de la nostalgia de los que echan de menos los árboles, con mucha razón. Y sufren su aspecto de mausoleo a mayor gloria del granito omnipotente. Y los que sencillamente la ignoran.

Como no solo de Pozuelo vive el hombre me acerqué a La Central del Postigo de San Martín a la presentación de “the dharma beats”, el libro de Varasek Ediciones. Prometía y no defraudó: jazz, poesía y cerveza. Un libro hecho con amor, que es un homenaje a la generación beat americana, de Kerouak a Gary Snyder. “Alta literatura y coherencia. Compromiso vital. Lo que nos mueve, lo que nos enseñaron. Es por eso que este libro quiere ser una parte mas de la cadena, lo que hemos recibido lo devolvemos, lo que nos devolvieron lo ofrecemos. La ley esencial del karma dice que todo lo que haces tiene su retorno. Bien, pues quizás éste sea el nuestro a nuestros mayores, a nuestros maestros”, escribe Antonio Cordero en el prólogo.

Antes hubo lugar para la poesía. En la madrileña calle del Marqués de Pontejos lectura y coloquio con María Antonia Ortega en la Fundación Entredós. Ortega es una poeta fascinante, a la que sigo desde la presentación de “Si o la Existencia Larvada”, en 1998. Una voz propia creadora de poemas deslumbrantes, una rara sensibilidad que nos descubre y arrastra a un incesante viaje de sensaciones, y ese conocimiento que solo da la poesía.

Al teatro nos arrastró Rodrigo García Olza con su último montaje “Vino Lunar”. Dirige a Xavi Melero y Marc Pujol en la obra de Albert Tola. Un poético acercarse a la vida desde la guerra. Un soldado (que bebe vino imposible como un vampiro de las muñecas de su compañero muerto), una guerra de ahora que nos lleva a nuestra guerra, el lado oscuro de una historia sin resolver. Recuerdo hace poco en el Parador de El Saler, frente al campo de golf, un señor se quejaba de que nuestro país era el único “en que los que ganamos la guerra somos los malos”. Así estamos todavía.

Y de nuevo en Pozuelo, en Alejandría ad Hoc, ese espacio que me fascina cada día y me trae ecos de otros otros tiempos: la librería La Tierra, Barrio Séxamo, el viejo El Foro… y desde una apuesta radicalmente moderna y cosmopolita, como no podría ser de otro modo. Casi por sorpresa y sin avisar un concierto de Bela Cobián, alter ego para la ocasión del músico Alberto Vazquez Cobián, que nos llevó por los caminos de Bob Dylan, Bowie, Johnny Cash… y una versión de “Alfonsina y el mar” que me encantó. Pensaba en Mercedes Sosa y en Andrés Calamaro. Y en una improvisada jam subió al escenario -bueno, escenario casi no había- Carlos Alfonso, al que hemos escuchado en tantos lugares de Pozuelo. Su voz se apoderó del espacio y nos llenó de sensaciones. Me arrepentí de no haber llamado a mas amigos. Pero tampoco hubiésemos cabido.

Jesús Gironés
Foto de Apertura: «Vino lunar» dirigida por Rodrigo García Olza

Fotografía de Rubén Abella

Berlín, fotografía de Evaristo Delgado​

Vicky Frías y María Antonia Ortega

Carlos Alfonso y Bela Cobián

“Fabulas del lagarto verde”
Alejandría ad Hoc. Hasta el 31 de enero

”Ciudades, metrópolis, urbes”
Mira de Pozuelo. Hasta el 25 de febrero