Lo de Roberto Álamo en la película Que Dios nos perdone de Rodrigo Sorogoyen es extraordinario. Su interpretación de policía atormentado es la una de las mejores interpretaciones masculinas del año. Y no lo digo yo. Que también.

Los académicos le han nominado al Goya a Mejor Actor Protagonista -como a su compañero de reparto Antonio de la Torre- y tengo la impresión de que el segundo cabezón pronto estará en su casa. Compartiendo espacio con sus fotografías y poemas.

Con Roberto Álamo voy de emoción en emoción. Con su personaje en De Ratones y Hombres (Miguel del Arco), un montaje que pasó por Pozuelo hace algunos inviernos, me hizo llorar y en La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo) exhibida en el Mira Teatro, dentro del ciclo Domingos de Cine, reír. Por este trabajo se llevó el Goya a Mejor Actor de Reparto. Es capaz de todo. Hasta de reencarnarse en el boxeador Urtain bajo la dirección de Andrés Lima (La2).

En Que Dios nos perdone Roberto se ha superado a sí mismo; ha dejado el listón tan alto que no se le va a escapar el Goya. Está enorme dando vida a un policía sin escrúpulos capaz de transmitir miedo, respeto y lástima al mismo tiempo. Para conseguirlo ha pasado horas en el gimnasio y preparando un papel con muchas aristas. El de tipo duro -durísimo- que comete errores y los paga. Que sufre y hace sufrir. Que, por encima de todo, mueve y conmueve. Y para eso sólo necesita una escena, con un perro, rodada por cierto en una urbanización de Majadahonda.

No te deseo suerte maestro. Porque no la vas a necesitar. El caso que nos ocupa es también cuestión de talento. Con permiso del maestro de la Torre que también brilla en Que Dios nos perdone -y en Tarde para la ira– y además es colega de profesión.