Resulta que a Silvia le pidieron en la universidad que hiciera un trabajo para cambiar una calle. Pero le gustan los retos y decidió transformar cuatro situadas en el corazón de la ciudad. Una suerte de ratonera a escasos metros de la Casa Consistorial. Estudia último curso de Diseño Integral y Gestión de la Imagen en el campus de Argüelles de la Rey Juan Carlos y el encargo debía reflejar los contenidos de las asignaturas del primer trimestre: Gestión, Gráfico, Espacio y Producto. Lo que ha hecho con el barrio de los Elementos es una auténtica alegoría de jardines verticales en fachadas, espacios de encuentro, área deportiva y huerto comunitario. En homenaje a las mujeres que sacaban las sillas en verano para coser y charlar ha incluido asientos plegables en el mobiliario urbano. En los que para compartir vecindario solo hay que colocar el cojín. Su proyecto ha obtenido la calificación de sobresaliente. La realidad es una asignatura pendiente.

Su trabajo pesa tanto que el portátil tarda en abrir el documento sobre la mesa de una terraza de la Plaza Mayor. Sería una lástima que se quedara en veinte gigas. En eso pienso mientras contemplo los gráficos, el diseño de una Aplicación Móvil para compartir fotografías y recuerdos, la campaña publicitaria y el logotipo del nuevo barrio de los Elementos. Ni de lejos había imaginado la maravilla que ha salido de la cabecita perfectamente amueblada de Silvia.

Resopla debajo de su mascarilla y dice que han sido cinco meses muy duros. De esfuerzo, dedicación y momentos de querer tirar la toalla. No me extraña ni que tuviera ganas de hacerlo ni que no lo haya hecho. Su sentido de la responsabilidad y su condición de objetora le llevaron a elegir transformar las calles Aire, Tierra, Agua y Fuego. Y no a inclinarse por alguna de las sugerencias que le hicieron sus profesores en otros municipios madrileños. Ella prefería tener el objetivo en casa para acercarse al lugar y a sus moradores tantas veces como fuera necesario. Y tanto se ha empapado de paisaje y figuras que reconoce que le cambia el carácter al analizar el estado en el que se encuentra un barrio en otro tiempo lleno de vida.

En ese tiempo los padres de Silvia, arquitectos de profesión, eran unos críos y no se conocían. Ella es la primera de tres hermanos y vino al mundo casi con el cambio de siglo. Dentro de un mes cumplirá veintidós primaveras. La mayoría las ha pasado en La Cabaña con las manos sucias y recorriendo en bicicleta la distancia de su casa a las canchas por el circuito de las motos. “De niña siempre tenía los dedos manchados de pintura; mis padres siempre me han dejado pintar aunque intentaban que no fuera en las paredes. Recibí clases en una escuela de arte del pueblo, de dibujo, acuarela y óleo pero las dejé porque era muy pequeña y sentía que el nivel de exigencia era muy alto. Mis abuelos tienen uno de mis cuadros en el salón”.

Y de repente se emociona. Me explica que no puede evitarlo recordando a sus abuelos. Con la pandemia no ha podido verles todo lo que le gustaría y lo está pasando mal. Ellos tuvieron mucho que ver con su decisión de estudiar la carrera en Madrid y no en Barcelona. A punto de matricularse en la ciudad condal se celebró el referéndum de autodeterminación convocado por el Gobierno de Cataluña. Corría octubre de 2017. No quería preocuparles y, ante la incertidumbre, decidió cambiar de planes. Ahora se alegra porque de no haber regresado a Madrid lo suyo con su chico, Pedro, no hubiera prosperado -le había conocido el verano previo a los planes de traslado- y jamás habría conocido a sus amigas.

Antes de todo eso había sido una alumna brillante que quería estudiar medicina y acabó realizando el bachillerato de sociales compaginando sus estudios con un trabajo en una empresa de catering. Reconoce que era muy duro sobre todo porque había eventos interminables; como una boda de más de 20 horas en Segovia. También que montando mesas y realizando labores de camarera se cruzó con gente estupenda. Como Pablo y Agus. “Recuerdo las fresas con chocolate que sobraban y nos comíamos tras la frenética jornada y mi temple con los invitados”.

Silvia está convencida que de todo se aprende. De aquella experiencia y de sus horas de “canguro” la paciencia y la capacidad de organización. Ambas le han servido para afrontar las circunstancias y descubrir que cuando las cosas se tuercen hay que arrimar el hombro. Cada uno en la medida de sus posibilidades.

Elementales

Precisamente así comenzó a preocuparse por las gentes de los Elementos. Para ahora ocuparse. El barrio lo conoció por la persona que trabajaba en su casa y enseguida se dio cuenta de que reivindicar una solución era cuestión de justicia social. La accesibilidad por unas escaleras de perfiles oxidados, la escasa iluminación, la insalubridad…

  • Y surgió el mandato universitario “cambia una calle”…

Eso es. Había que transformar un espacio y me propusieron algunos en Fuenlabrada y en Madrid. Pero yo tenía esas cuatro calles en la cabeza. No entendía y a día de hoy sigo sin entender que exista en uno de los municipios más ricos de España un barrio en tan mal estado. No es justo para quienes viven en Aire, Tierra, Agua o Fuego. Es inaudito. Conforme hablo del tema me empiezo a enfadar. Es increíble que el Ayuntamiento no haya hecho nada en décadas. Diferentes Equipos de Gobierno y nada de nada. Por respeto a los vecinos deberían actuar lo antes posible. Es como si pasaran desapercibidos por vivir en un barrio encerrado en sí mismo. Y hay soluciones urbanísticas que se pueden poner en marcha. Yo he imaginado una y ni siquiera he terminado la carrera. No me creo que no se pueda hacer nada. Es una cuestión de voluntad y está en riesgo la vida de las personas. De verdad, es que no sé a qué esperan.

                                     

Así que su sensación de alivio, tras superar el reto con nota, se mezcla con el agobio de la inacción municipal. Silvia confiesa que no quiere que su trabajo se quede únicamente en su ordenador y en la universidad. Le gustaría que quienes nos gobiernan se acercaran a su diseño como ella lo ha hecho al barrio de los Elementos y a sus gentes. “Se trata de poner el foco porque además de una necesidad urgente es una deuda pendiente que el Ayuntamiento tiene con los vecinos”.

Mientras sueña con la rehabilitación de la zona acude a Estudio Burondo donde siempre quiso -y ha conseguido- realizar las prácticas y toma notas para su Trabajo Fin de Grado. Todavía no tiene claro si será sobre el papel de las mujeres en la publicidad durante los primeros años del franquismo o sobre carteles en la segunda guerra mundial.

Para combativa… si más armas que la razón… ella.

Asunción Mateos Villar