Mucho antes de ser barrio y degradarse con el paso de los años fue una villa que se extendía más allá de la manzana que el Ayuntamiento va a rehabilitar en los próximos meses. La casa señorial con jardines y estanque tenía su entrada por la plaza del Padre Vallet y pertenecía a Vicente Martínez Bande y Elisa Tous y de Lezama que residían en ella por temporadas. El matrimonio poseía además un terreno en la calle Valdenovillos -actual Doctor Cornago- donde había un casino con teatro. Los más antiguos de Pozuelo recuerdan que la finca estaba repleta de flores y compartía vecindario con otras pertenecientes a la familia Parrella, los Marqueses de Retortillo -Jacinto y Anita-, los señores Ester, el médico Julio Ferrer y el administrador de fincas Fernando Porset. Alguna calle de la zona recuerda a quienes habitaron por allí hace casi un siglo y la de Las Flores podría llamarse así por los rosales, lilos y jazmines de Doña Elisa.
Ahora en el barrio no hay flores. Quitando macetas con geranios entre algunas ventanas y sus rejas. En el descampado que separa los bloques de viviendas de la calle que homenajea al doctor que fue alcalde todo está desordenado. Los vehículos conviven con piedras y troncos de árbol. Las escaleras presentan un estado tan lamentable como sus aledaños. El muro que en otro tiempo separaba la manzana de la calle Norte conserva una pintada con un año al que voy a viajar sin dejar de golpear el teclado.
Entonces al otro lado me encuentro un gran patio, que solía darme miedo cuando se hacía de noche, y el corredor de pequeños pisos. Tan humildes que ni siquiera tenían bañera o ducha. Los que les sustituyeron tienen hasta piscina. Recuerdo la entrada junto a la casa de Teo y El Norte como un pequeño cuadrilátero que hacía de distribuidor. En la planta baja del edificio situado a la derecha estaba la academia de baile Los Caireles -en lo que antes fue despacho de piensos de Matías– y encima vivía Isidora, una modistilla que confeccionaba ropa, sobre todo a las mujeres del pueblo.
Cruzo la pared y vuelvo a la zona residencial en la que vivían los amigos de mis padres. Lo siguen haciendo pero no están todos. Falta Juliana. En diciembre, el día de mi cumpleaños, habrán pasado diez años de su despedida. Inesperada. Antes de tiempo. Nunca la olvidaré. Sobre todo de niña, acompañaba a mi madre a su casa -a veces previa parada en la pastelería Nieto– y me fijaba en todo lo que me rodeaba antes de llegar. La tienda de comestibles de Paco, la lechería de Marcelo de la que luego se hizo cargo Amalia -inolvidables su bata blanca y sus gafas-, el bar de Demetrio y el cine Dalia.
Desde el cierre de la sala de exhibición, que tantas alegrías ha dado a varias generaciones, el entorno y los vecinos pedían a gritos una renovación urbana pero nadie hizo caso a sus demandas. Ahora, según la versión oficial, la cesión de los terrenos es reciente. Pero no. Mucho antes de llegada de Jesús Sepúlveda a la Alcaldía y el ascenso del operario Doney Ramírez a la grúa representantes de las comunidades de propietarios se habían reunido, en varias ocasiones, con responsables municipales y habían acordado ceder las áreas comunes para su mantenimiento. Incluso me aseguran que todo estaba firmado pero la desidia hizo que los papeles desaparecieran. Como los felices niños que jugaban al fútbol en los descampados.
Los de aquí y los de más allá
A ver qué pasa. Un millón de euros es suficiente para transformar un entorno del que nadie se ha preocupado en décadas. Confío en que las zonas terrizas se parezcan un poco a las que existen en otros sitios de la ciudad y en que desaparezcan de las aceras desperfectos y obstáculos. Hasta tengo la esperanza de que haya una ordenación inteligente del aparcamiento para facilitar las plazas y la movilidad a personas mayores y padres recientes. También de que los cables aéreos y la torre eléctrica dejen de decorar el paisaje. Los de aquí tenemos el mismo derecho que los de más allá. Porque, como ellos, pagamos nuestros impuestos.
No pido flores de temporada. He llegado a la conclusión de que sólo se ponen en las glorietas para hacer fotos y presumir a todo color pero reconozco que me encantaría verlas, una vez finalizadas las obras de acondicionamiento, alrededor de los escasos árboles y plantas que han sobrevivido al paso del tiempo. Cerca de bancos para descansar.
Como me gustaría que las buenas gentes que han decidido quedarse contaran con el apoyo y los permisos que han solicitado al Ayuntamiento para mejorar sus edificios. Por su cuenta y sin subvenciones. Si no fuera por ellos el barrio de Las Flores habría pasado a mejor vida hace mucho.
Asunción Mateos Villar
Galería fotográfica. A vista de peatón