Tiene las maletas a la vista. Dentro de nada se va de gira. Washington, Chicago o Detroit son algunas de las paradas en Estados Unidos. Luego embarcará rumbo a Singapur y Hong Kong y al regresar recalará en la Metropolitan Opera House para finalizar temporada en Los Ángeles. Javier Rivet acaba de cumplir diecinueve años. Como los chicos también bailan se marchó a la ciudad de los rascacielos en busca de su sueño. Quería formar parte de una de las mejores compañías de danza del mundo. Tras una audición fue aceptado en la American Ballet Theatre  con la que acaba de firmar un contrato de aprendiz. Está convencido de que querer es poder y orgulloso de sus logros ¡Como para no estarlo!

Lo de Javi no ha sido un camino de rosas. Aunque es muy joven ha tenido que tomar muchas decisiones. A más de 5.000 kilómetros de la familia la más importante le pasó factura. Reconoce que se dio de bruces con la realidad. No debe ser fácil para alguien que no es mayor de edad en España trasladarse a Nueva York y compartir apartamento con nueve compañeros de clase a los que acabas de conocer. Por mucho que fuera en el Soho.

Hasta lo del Cascanueces -el comienzo de todo- ha vivido grandes acontecimientos. Los recuerda en un cuestionario que ha tardado en devolverme porque había que esperar a la aceptación de su visado. Ahora que es oficial es momento de compartirlo…

¿Cómo recuerdas tu niñez en Pozuelo?

Tuve una infancia muy feliz y eso tengo que agradecérselo a mi familia y amigos. Pero sobre todo a mis padres por educarme como lo hicieron y darme todo el cariño del mundo. Uno de los recuerdos más graciosos que tengo de cuando era niño es cuando me partí un diente en el parque donde antes ponían el mercadillo. Mis padres nos llevaron a mi hermana pequeña (ahora mediana) y a mí a jugar con los triciclos y no se me ocurrió otra cosa que subir a lo alto de unas rampas y tirarme como si no pasara nada. Pero pasó y volqué frenando literalmente con la cara. Me partí un diente. Estuve mucho tiempo con un hueco en la boca.

¿Dónde estudiaste y qué maestros te han marcado más?

Educación infantil y primaria en el CEIP Infanta Elena. Era un buen estudiante y las notas lo reflejaban. Eso también se debe a que mis padres siempre nos inculcaron que los estudios son muy importantes; hay que llevar todo al día y nunca relajarse. Guardo buen recuerdo de todos los profesores que me dieron clase pero si tengo que nombrar alguno sería mi tutor de los dos últimos cursos de primaria, Luis León -que se retira este año de la dirección del colegio por jubilación- y mi profesora de música, Nélida de Cabo. El primero porque me hizo el estudio ameno y divertido y me enseñó técnicas que me sirvieron para el instituto. Con Neli tenía una relación muy especial y le agradeceré toda la vida que me diera clases particulares -a cambio de nada-, en sus ratos libres, para poder pasar el examen de música en la prueba de acceso del conservatorio.

De pequeño… ¿Sabías lo que querías ser de mayor?¿Y ahora?

Desde que tengo conciencia siempre he querido ser bailarín. Alguna que otra vez también me he parado a pensar qué otras cosas me gustaban como biólogo, arquitecto, profesor o forense. Pero la danza siempre me tiraba más y seguí ese camino. Comencé a bailar en la Escuela de Miriam Sicilia donde hicieron que me enganchára al ballet. Ahora puedo decir que me dedico profesionalmente a la danza. Mi trabajo es ser bailarín aunque haya gente que no entienda muy bien el concepto de danza-trabajo.

Supongo que tenías claro que ibas a renunciar a muchas cosas…

Tuve que decidir muy pronto si quería que la danza fuera mi forma de vida o una afición. Tenía 11 años cuando hice la prueba para entrar en el conservatorio profesional de danza Mariemma. Sabía que me iba a formar como bailarín y que tendría que sacrificar algunas cosas. Otro momento, más complicado que el anterior, fue al graduarme con 17 y decidir el camino que quería seguir. El momento de transición entre escuela-compañía es como saltar al abismo. No sabes a dónde ir o si eres lo suficiente bueno. A veces me parecía que todo me superaba y que lo mejor era dejarlo. Pero si amas bailar sabes que has hecho lo correcto.

¿Qué tal los años de conservatorio?

En el “conser” he vivido algunos de los mejores momentos de mi vida. Me dieron infinitas posibilidades, pudiendo bailar papeles principales de ballets como Don Quijote o La Fille Mal Gardée y me enseñaron a confiar en mí mismo. Si se quiere se puede pero el camino no es fácil y hay que luchar por ello. Tuve grandes compañeros y amigos, como Isabel Medrano, que casi se convirtieron en familia. Juntos pasábamos más de 12 horas diarias y nos apoyábamos los unos a los otros porque compaginar el conservatorio con el instituto no es tarea sencilla. Largos ensayos, lesiones, exámenes a las nueve de la noche, comer en 15 minutos para no llegar tarde a clase, llegar a casa a las diez y media y tener que estudiarte varios temas de historia para el día siguiente… Pero todo esfuerzo tiene su recompensa y para mí no hay nada mejor que salir al escenario a disfrutar y que la gente te aplauda y reconozca todo tu esfuerzo.

Y de Mariemma a Nueva York…

En junio de 2016, a punto de terminar el conservatorio, se publicó una audición para el American Ballet Theatre Studio Company. Me presenté y para mi sorpresa fui aceptado. Pero tenía que empezar en septiembre. Ese momento fue intenso. Debía tener claro lo que quería hacer con mi vida. Ser bailarín al fin y al cabo es muy sacrificado, es una carrera muy corta y muy pocos consiguen entrar en las grandes compañías de ballet. Pero no podía perder esa oportunidad y acepté. Una vez allí me llevé una buena bofetada de la vida. Pensaba que todo sería como en Madrid pero me equivoqué. No estaban ni mi familia ni mis amigos y todo era nuevo. Además el ABT Studio Company no era como el conservatorio. Tenía que demostrar mis dotes al lado de otros compañeros que eran mejores o iguales que yo. En aquel momento me pasaba por la cabeza de todo “deja de bailar, nunca vas a ser como ellos”, “vuelve a casa, no estás hecho para vivir solo y tan lejos”. A esos pensamientos se unió una lesión de espalda que no me dejaba ni respirar. Lo veía todo negro pero, con la ayuda de Carlos González, compañero del conservatorio y ahora bailarín de American Ballet Theatre, mis dudas se fueron despejando. Conforme pasaron las semanas todo fue mejorando hasta tal punto que me ofrecieron volver otro curso y acepté sin dudarlo.

¿Cómo ha sido tu segundo año en la escuela?

Mi segundo año fue estupendo. Congenié genial con la gente que entraba a Studio Company y las nuevas coreografías eran muy interesantes. Pero, en diciembre, estando en California bailando El Cascanueces con la compañía ocurre lo que nunca me habría imaginado. Me ofrecen contrato de aprendiz con el American Ballet Theatre, la compañía de verdad; donde bailan algunos de los mejores bailarines de hoy e día como Misty Copeland, Roberto Bolle, Gillian Murph o Daniil Simkin. Ahora yo también formaba parte y no podía estar más contento. Ahí fue cuando de verdad alcancé mi sueño de bailar en una compañía profesional y encima en una de las más prestigiosas del mundo. Pero la cosa no termina aquí. Ahora tengo que seguir trabajando como nunca para poder llegar lo más alto posible.

¿Cómo es la vida en la ciudad de los rascacielos?¿Qué es lo que más te gusta de Nueva York?¿Y lo que menos?

La vida en Nueva York es un poco de locos, como diría mi madre. Todo está lleno de gente en cualquier momento. Cuando se dice que es la ciudad que nunca duerme puedo afirmar que es totalmente cierto. La vida es agitada pero merece la pena. Visualmente es impresionante por los rascacielos, las luces, los colores… Lo que más me gusta de la ciudad es que se tarda poco en llegar a cualquier sitio; todo está relativamente cerca y bien comunicado. Lo que menos, probablemente, los días de lluvia. Cuando llueve en Nueva York todo se vuelve complicado. Como el metro. Que además de ir con retraso desprende un olor bastante desagradable. Sin duda eso es lo peor.

Cuéntanos tu día a día lejos de casa

Me suelo levantar a las ocho de la mañana, desayuno y me preparo para ir a la compañía. La clase de calentamiento comienza a las 10:15 de la mañana por lo que procuro llegar como veinte minutos antes para estirar y preparar el cuerpo. Después de la clase comienzan los ensayos que van de las 12:00 a 19:00 horas, que se interrumpen para comer y descansar un poco. Ahora estamos con ballets como Romeo y Julieta, Firebird, El lago de los cisnes o Whipped Cream. Al terminar vuelvo a casa para cenar, veo un rato la televisión y a dormir.

¿Qué sueles hacer los fines de semana?

Los sábados también trabajo con el mismo horario pero tenemos los lunes libres, por lo que nuestro fin de semana es un poco diferente. Los domingos y lunes los suelo aprovechar para comprar la comida de la semana y hacer la colada. Ademas de salir con amigos a cenar o al cine. También suelo usar esos ratos para hacer FaceTime con la familia porque entre semana, debido al cambio horario, es un poco más complicado.

¿Qué echas de menos de España en general y de Pozuelo en particular?

A mi familia y los amigos. Se hace un poco duro estar a más de 5000 kilómetros de las personas que más quieres. No poderles dar un abrazo, un beso… pero esas personas son las que me dan fuerzas para seguir día a día; con su apoyo y cariño. También echo mucho de menos la comida: los cocidos de mi madre, lasaña casera, jamón, lomo… No nos damos cuenta de lo buena que es la comida española hasta que nos la quitan. De Pozuelo añoro la tranquilidad que tiene el pueblo; poder pasear sin agobios, sin coches que se saltan constantemente los semáforos y la amabilidad de la gente; esa sensación de que conoces a todo el mundo, aunque sea de vista.

Asunción Mateos Villar