El 31 de mayo de 1969 se colocaba la primera piedra del Santuario mariano de Schoenstatt en Pozuelo de Alarcón. Medio siglo después, acompañada por la Hermana Rocío, he descubierto su situación exacta -bajo mármol blanco- en uno de los rincones con más encanto del noroeste madrileño. Quiso otra casualidad que además nos encontráramos con Gloria y así pudiera tocar un recordatorio de la muerte de la Hermana M. Laurence, impulsora de la construcción de la primera capilla dedicada en España a la Virgen de Schoenstatt. Gloria nos explica que lo ha conservado durante cincuenta años con muchísima gratitud por todo lo que ha recibido aquí. A celebrar el cumpleaños vendrá, en otoño, el Cardenal-arzobispo de la Diócesis de Madrid, Monseñor Carlos Osoro.

Cuando Antonio Cabrera me comentó que 2019 era un año especial para la comunidad de Schoenstatt porque se cumplen cincuenta años de la construcción de su primer Santuario en España pensé que lo más apropiado era incorporar al patio de vecinos a una de las Hermanas de María que tanto miman el espacio y tan integradas están en la vida de la ciudad. Y que, aunque ya no son alemanas, algunas de ellas siguen utilizando para sus desplazamientos la bicicleta como medio de transporte habitual.

Entre risas la Hermana Rocío recuerda otro con más ruedas conocido popularmente como La Llorente. Con dieciocho años empezó a venir al Santuario. Por entonces no estaba como ahora. Tampoco el pueblo donde había calles sin pavimentar. Estudiaba pedagogía en la Complutense y una compañera del colegio, con la que se reencontró inesperadamente, le habló del lugar y le animó a conocerlo. Para llegar cogía el autobús y pagaba con esfuerzo los billetes porque sabía que la Virgen le estaba esperando y tenía muchas ganas de venir a verla. ¡Toda una inversión teniendo en cuenta la precaria economía universitaria de la época! Y el vehículo, a veces, no subía la cuesta de las Perdices. “No pasaba siempre pero alguna vez tuve que bajarme y hacer parte del recorrido a pie. Eran otros tiempos”.

Esos en los que todavía era una joven universitaria inquieta. Esos en los que estaba descubriendo una realidad de iglesia muy viva que le animó a participar en convivencias y a unirse al grupo de jóvenes de Schoenstatt. Aquellos en los que María le enseño a querer cada vez más a su Hijo y a convertirse en apóstol para otros chicos y chicas de su edad. En los que hacía todo lo necesario (hasta meterse en líos reconoce divertida) para que tuvieran la ocasión de conocer libremente la alegría que da vivir y compartir la fe en Jesús. Cuando se quiso dar cuenta estaba inmersa en los preparativos de la primera visita del Papa Juan Pablo II a España. Corría el año 1982. Poco después ya era Hermana de María. La vocación surgió en el Santiago Bernabéu.

– ¿En un estadio de fútbol?

Cualquier sitio en bueno ¿no? Llevaba meses preparando el encuentro del Papa con los jóvenes porque formaba parte del equipo organizador. Llegó el gran día y una vez allí nos dimos cuenta de que había más gente fuera que dentro del estadio. Parecía que se habían desbordado todas las previsiones y en un momento determinado nos llamaron a un compañero y a mí para que fuéramos a una de las puertas a coordinar el acceso de quienes querían participar en la ceremonia. Pero fue tal la avalancha de gente que ya no pudimos movernos. Nos quedamos atrapados. Justo en frente de una pantalla de televisión. La tenía delante de mis ojos y pude ver de cerca a Juan Pablo II. Desde abajo hubiera sido imposible. Me impresionó su testimonio pero sobre todo estas palabras de su homilía: “Querido joven: ¿te has preguntado que quiere Cristo de ti?”.

Hasta ese momento se había hecho otras preguntas. A saber ¿Qué quiero yo? ¿Qué planes de futuro tengo? Pero esa precisamente, no. Pero ya no se la quitó de la cabeza. No descartaba el matrimonio con un chico que compartiera la inquietud por las misiones pero finalmente se dio cuenta de que Cristo la quería a ella. En 1983 se presentó a las Hermanas de María. Desde entonces es la Hermana Rocío y ahora se encarga de ayudar a las familias a crecer en su fe, conociendo sus necesidades y ofreciendo respuestas, caminos, que la Virgen ofrece desde Schoenstatt. Asegura con una sonrisa enorme que hoy sigue sin saber por qué fue ella la elegida pero es muy feliz. Derrocha energía y alegría. Tanta que es imposible no contagiarse.

El próximo domingo, 9 de junio, estará de un lado para otro -puedo imaginarlo- acogiendo a todos los que quieran acercarse al Santuario. Porque hay fiesta en la casa de María. Que también es la nuestra. Es el Día de la Familia -además de Pentecostés- y se han programado actividades infantiles, visitas guiadas, Eucaristías y degustación de paella. También un momento destinado a la búsqueda de la paz interior. Y dice la Hermana Rocío que todos, creamos o no, necesitamos encontrarnos en algún momento con nosotros mismos.

Asunción Mateos Villar

CUESTIÓN DE DETALLES

EL CENÁCULO

La talla de madera situada a la entrada del santuario, sobre la puerta, es obra de Berta García. La Virgen está en el centro, rodeada de los apóstoles. Es un cenáculo en forma semicircular que invita al visitante a completar el círculo en comunión con María y el Espíritu Santo representado con una paloma y lenguas de fuego. Las mismas que adornan el logotipo del 50 aniversario.

DE MÁRMOL

La primera piedra del santuario está situada en la pared frontal del edificio. Abajo y a la derecha; cubierta por hiedra y mármol blanco. En su interior se metió el texto con el que el fundador de Schoenstatt, el padre Kentenich, y sus discípulos sellaron la alianza de amor y un compromiso firmado por las personas presentes en el acto el 31 de mayo de 1969.

A LA HERMANA M. LAURENCE

Una réplica de la cruz de su sepultura recuerda a la Hermana Laurence, que impulsó decisivamente la construcción del Santuario. Comparte pradera con una réplica del primer cuadro de la Virgen María que un puñado de audaces creyentes, colocaron hace 50 años.