A la camarera de la Patrona y Alcaldesa lo de coser le viene de casta. Su abuela María era modista y preparaba encargos en una habitación sencilla, con butaca y espejo, de su casa de Regiones Devastadas. Creció al comienzo de la calle San Roque entre patrones, hilos y telas. El sonido de una máquina de pedal fue la banda sonora entre costuras. Su madre siguió los pasos de María. Dedicó parte de su tiempo a la confección y aprendió a hacer pantalones gracias una vecina. Su padre era zapatero y en la base aérea de Getafe lo mismo hacía calzado a la medida que carteras de cuero. También arreglaba botas. Lo de ser valiente es una evidencia. Hay que serlo para vestir a un gigante y Carmen Beleña ha confeccionado el vestuario de ocho; dos de ellos pertenecientes a la Realeza Española. Responden al nombre de Mariana, Gabriel, Julia, Crispín, Fernando, Bárbara, Rafael y Martina y forman junto a seis cabezudos -a los que también ha vestido- la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pozuelo de Alarcón.

La Navidad es tiempo de cuentos y me ha parecido oportuno adaptar el título de uno de los Hermanos Grimm para presentar a Carmen Beleña ahora que está a punto de despedir uno de sus mejores años. Porque en 2023 ha vivido inolvidables emociones. Como vestir a los últimos gigantes de la Comparsa, celebrar el veinticinco aniversario de la Coronación Canónica de la Virgen de la Consolación, impartir su segunda terapia de costura en la sede de la Congregación o cumplir sesenta y nueve inviernos tras un viaje mágico con la familia.

Como vino al mundo el 25 de diciembre siempre ha sido una fecha de celebración doble. Por eso colecciona belenes. Ahora tiene cerca de medio centenar que desde Adviento decoran su hogar. El último en llegar ha sido uno dentro de una concha de mejillón pero los hay de toda clase y condición; entrañables como el que le hizo su nieta en la guardería con espátulas médicas, nostálgicos como el de restos de tela de tapicero, sencillos como el de esparto, divertidos como el de cápsulas de café y poderosos como el de gran tamaño del recibidor. Sin embargo, a mí me ha fascinado una miniatura en un círculo de encaje de bolillos. Desde pequeña me ha llamado la atención lo artesano y sobre todo el ganchillo. Quizás porque mi abuela paterna hacía colchas maravillosas.

La materna de Carmen se llamaba María López y era modista. Dice la nieta que fue una mujer adelantada a su tiempo tanto en lo profesional como en lo personal. Atraída por el mundo de la moda se matriculó en una academia de corte y confección madrileña en los felices años veinte. A veces perdía la camioneta de la Llorente pero aprovechaba para mirar escaparates. Puso en práctica todo lo que aprendió y, además de coser en casas particulares de la capital, durante años estuvo vistiendo a mujeres de Pozuelo de Alarcón.

Sin hacer distinciones. Con el mismo cariño cosía un vestido para la niña que vivía dos calles más arriba que un traje de cóctel para las señoras de la alta sociedad que pasaban los veranos en Pozuelo de Alarcón. De su máquina de coser salieron hasta vestidos de novia. La tarea de confección la realizaba en una habitación de su casa habilitada con el gusto de lo sencillo.

En esa vivienda que el organismo Regiones Devastadas construyó en la calle San Roque nacieron sus tres hijos; Carmen Josefa, Saturnino y Natividad. Cuando la primogénita creció no tuvo ningún reparo en ayudarle a sobrehilar o planchar las creaciones una vez acabadas. Pero prefería coser pantalones. Era la madre de la coleccionista de belenes y a ella le hizo hasta vaqueros.

Albaranes, bisoñés y un deportivo

Carmen siempre ha llevado una modistilla dentro que ha salido con fuerza cuando los gigantes se cruzaron en su camino. Es verdad que antes había ayudado a su marido cosiendo cojines y otras piezas de tapicería y había confeccionado algunas prendas para la Virgen de la Consolación -es camarera de la Patrona y Alcaldesa desde hace más de dos décadas- y para el Niño pero nunca se había embarcado en semejante aventura. Su vida laboral discurrió siempre por otros derroteros y comenzó a los quince años en el barrio de la Estación.

Así que tu incorporación al mundo laboral coincide con la adolescencia
Pues sí. De una forma tan inesperada como deseada. Mi padre era zapatero y trabajaba a tiempo parcial en la base aérea de Getafe. Por la tarde lo hacía en un bar que mi madre regentaba por la mañana. Pero era diabético y murió muy joven. Yo tenía once años. Así que nos vinimos a Pozuelo con mi abuela María. Al poco de llegar a mi madre le ofrecieron un empleo en la base militar que aceptó para sacarnos adelante. Desde entonces tuve claro que aportaría mi granito de arena. Quería ganar dinerito para ayudar en casa. Con esa intención nada más acaba el Bachiller me puse a estudiar taquimecanografía y secretariado en un centro de formación situado en la plazoleta. Llevaba dos meses escribiendo a máquina cuando abrieron un almacén de papel cerca del matadero de la Estación. Buscaban una persona para la oficina y comencé a trabajar en horario de mañana. En Papelera Industrial tenía jornada intensiva así que, para sacarme un extra, por la tarde hacía pelucas en un rinconcito del salón de mi abuela. Recuerdo que muchas con el peinado de Raffaella Carrà y que me encantaban las largas y rojas.

Aunque estaba pluriempleada tuvo tiempo para acabar el secretariado y aprender francés. Como siempre ha sido inquieta logró un trabajo a tiempo completo en la compañía de seguros Providence. En un edificio histórico de Madrid encontró estabilidad y una mejora salarial. Colgó la bata -por aquello de la multicopista- cuando sus responsables trasladaron las oficinas a un polígono alejado del centro de Madrid.

Arrancaba la década de los setenta y el motor de los R12 cuando Carmen descubrió la computadora en un concesionario de vehículos de la Cuesta de las Perdices. Gracias a un compañero de Papelera se enteró de que necesitaban un administrativo y tras una prueba se convirtió en parte de la empresa. Por sus manos pasaron cientos de fichas de clientes que, con la ayuda de aquella máquina, rellenaba por partes. De esa etapa guarda recuerdos y alguna anécdota. “Se vendían muchos utilitarios que no estaban mal pero me acuerdo de un deportivo precioso; el R12 Alpine y de que el conductor de nuestro actual rey Felipe VI, que por entonces era príncipe, compró allí su coche particular”.

Entre carburadores andaba cuando dio el sí quiero a su pareja de siempre. A Paco le conocía de la pandilla y se casaron en 1976 en la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora de Pozuelo Pueblo. La novia con un original diseño que pudo haber sido rojo si su madre y su suegra no se lo hubieran impedido. El novio con un elegante traje de corte clásico. En un piso de la calle Reina Mercedes que compraron pensando en el futuro formaron su propia familia. A los ocho meses de embarazo Carmen dejó su empleo en el concesionario para dedicarse a la niña que estaba en camino. Luego vendría otra. “A las dos las veía desde la terraza cuando salían al patio a la hora del recreo o cuando me sentaba a coser para echar una mano a Paco”.

Carmen dejó su trabajo pero no de trabajar. Como su marido era -y es- tapicero y a ella se le daba -y se le da- bien la costura le ayudaba cosiendo cojines o rellenos para dar salida a las peticiones de sus clientes. Incluso del mobiliario de oficina de un banco se encargaron juntos en un piso que se quedaba pequeño. Hasta que se trasladaron a una vivienda más grande con patio y espacio disponible para taller.

Entonces comenzó la aventura alemana a escasos metros de tu nueva casa…
Toda una experiencia que me sirvió para descubrir otra mentalidad. También un concepto diferente de enseñanza. Había hecho un curso de auxiliar de guardería porque podría venirme bien con las niñas. En su colegio me comentaron que las religiosas de Schoenstatt estaban buscando una madre para ayudar en su jardín de infancia. Aunque mis hijas venían a comer a casa podía conciliar porque el horario era de nueve a dos. Así que estuve siete años con niños pequeños que aprendían jugando. Después un par más, solo en septiembre, coincidiendo con el periodo de adaptación.

Tras los pasos de Caprile

Tras aquella aventura germana llegaron otras autóctonas. Además de ser pozuelera de tercera generación siempre se ha implicado en todo aquello que tenga que ver con el pueblo en el que nació convertido ahora en gran ciudad. Religioso o laico. Aunque ella es creyente y está segura de que ha heredado la religiosidad de su abuelo materno. Que como al resto de sus nietos, le impuso la medalla de la Congregación de la Virgen de la Consolación a los pocos meses de nacer.

Carmen pertenece ahora a su Junta Directiva. La Patrona siempre ha formado parte de su vida. Hace veintiséis años se convirtió en camarera y el pasado octubre asistía al veinticinco aniversario de su coronación canónica. Dice que lloró tanto con el pregón de Juanjo Granizo que al día siguiente disfrutó con serenidad la procesión y la misa de campaña.

El pregonero es el culpable de su incursión en el apasionante mundo de los gigantes y de que sea una auténtica maestra de la costura. Si Lorenzo Caprile viera de cerca sus diseños se quedaría anonadado. Sobre todo si tiene en cuenta que partía de cero y que las recomendaciones de la modista de Aitor Calleja fueron la única pista para ponerse manos a la obra. O que lo más grande que había cosido hasta el momento de gestar el sueño fue un delantal para la Virgen y las banderas que cuelgan durante las Fiestas Patronales del campanario de la parroquia.

¿Por qué te metes en el lío de confeccionar la ropa de los personajes de la Comparsa de Gigantes y cabezudos?
Porque soy una loca de la costura y porque desde el principio estaba dispuesta a echar una mano. Todavía no sabía que serían las dos. Cuando le comenté a Juanjo que podía contar conmigo me contestó que ya lo había hecho. Por eso me había convocado a aquella primera reunión hace casi una década. Tuve la impresión de que me iba a encomendar una misión que al llegar a Pamplona y reunirnos con Aitor Calleja me pareció imposible. El constructor de gigantes me dio unos libros de Goya y me presentó a la señora que cosía para ellos. Con un “te vamos a enseñar cómo se viste un gigante” y otras explicaciones me dejaron impresionada. Tanto que yo, que soy de dormirme en los coches, me pasé todo el camino hasta llegar a Pozuelo con los ojos como platos. Pensando que el reto era gigante. Como las criaturas.

Había que ponerse manos a la obra partiendo de la nada y aquello no parecía tarea sencilla porque se necesitaban muchos metros de tejido. Además no valía cualquier material porque debía ser ligero y ante la escasez de recursos económicos había que optar por restos de retales o telas descatalogadas. Carmen encontró por casa un retal de una tela maravillosa para hacer la chaqueta de Mariana. Pero claro había que buscar algo parecido para la falda. Lejos de rendirse sumando adeptos a la cruzada que comenzaban juntos consiguieron el primer objetivo.

Después paso a la acción. Primero con un patrón imaginario que cosía en tela vieja para luego volver a hacerlo en la de verdad. De cada traje ha hecho dos y la comparsa está compuesta por ocho gigantes y seis cabezudos.

Que todos conocemos y disfrutamos. Amén.

Asunción Mateos Villar

La Comparsa de Gigantes y Cabezudos fue pregonera de las Fiestas en 2019