El Grupo Municipal Socialista lleva hoy a pleno una propuesta que me ha hecho regresar al nacimiento de la Empresa Llorente. A sus concejales les gustaría que la parcela de las antiguas cocheras fuera de uso público y tuviese pistas deportivas y juegos infantiles. También plazas de aparcamiento. Por eso van a proponer al equipo de Gobierno que llegue a un acuerdo con los propietarios para que los vecinos de la zona, sobre todo los más pequeños, tengan cerca de casa un lugar donde divertirse sin molestar a nadie. Y de paso que los terrenos no acaben convirtiéndose en un basurero. Hace veinte años, sin ir más lejos, albergaban la sede de una empresa familiar con 120 vehículos y 16 líneas de transporte que daba servicio a 16 millones de viajeros y trabajo a más de 200 personas.

En el siglo XIX, Luis Llorente García puso en marcha un servicio de coches de caballos para comunicar el pueblo de Pozuelo con su estación de ferrocarril. Con el objetivo de dar servicio sobre todo a los veraneantes que llegaban desde la capital y tenían que desplazarse hasta sus hotelitos situados en las colonias. Los cocheros les llevaban en “calesa” y su equipaje se acoplaba en carros tirados por mulas seleccionadas en las mejores ferias de ganado de España. Porque además de al transporte de viajeros se dedicaban a cultivar las tierras de labor de la familia Llorente.

No sólo los colonos viajaban en los coches de caballos de la empresa. También prestaban servicio a los aficionados taurinos que desde la Puerta del Sol o Cibeles querían llegar a la plaza de toros de Madrid situada en el barrio de Goya. El coso, inaugurado en 1847, celebró su último festejo el 14 de octubre de 1934 pero Luis Llorente García nunca lo supo. Falleció en 1918. A partir de ese momento se hicieron cargo de la empresa las generaciones posteriores y en 1928 los coches de caballos fueron sustituidos por vehículos a motor.

Antes de la guerra civil la familia Llorente tenía una docena de camionetas que unían Pozuelo con Madrid -y viceversa- de forma directa. Tras la contienda aparecieron cinco vehículos y en pésimas condiciones. Funcionaban con gasógenos y como las ruedas escaseaban la mayoría eran de goma maciza.

Las camionetas contaban con una única velocidad que los conductores debían sujetar para que no se saliera y el freno del pedal no podía usarse porque el vehículo alcanzaba una temperatura muy alta. A veces, como cuando había que cruzar el paso a nivel de la estación, tenían que estar atentos y poner un calzo en las cubiertas para evitar que el coche se precipitará hacia atrás en las pendientes.

Sardinas y un ataúd

En aquel tiempo todos los viajeros se conocían y no se arrancaba hasta comprobar que el pasaje al completo estaba sentado. Había dos vehículos transformados -con barras de hielo y un soporte que permitía que el agua cayera a la carretera- para poder transportar las mercancías (leche, pescado, verduras) que los comerciantes locales llevaban a Madrid o traían de la capital.

El que fuera durante años presidente del Consejo de Administración de la empresa Llorente, Luis Díaz Llorente, recordaba en las páginas de La Voz de Pozuelo que cuando había sardinas frescas se reservaba alguna para el conductor que las asaba en la caldera de su puesto de trabajo y se preparaba un bocadillo.

También que una vez un pasajero, cansado de su jornada laboral, subió al coche y como no había sitio trepó al techo. A la altura de la cuesta de las Perdices comenzó a llover y para no mojarse se metió en un ataúd vacío que casualmente estaba por allí y se quedó dormido. Algunos más decidieron viajar en la parte superior, junto a la caja, y se llevaron un susto tremendo cuando el dormilón se despertó y sacó la mano, a través de la tapa, para comprobar si seguía lloviendo.

En el verano de 2000, con el cambio de siglo, Auto Res compra la Empresa Llorente por 6.600 millones de pesetas. Dos años después la compañía pasa a formar parte del Grupo Avanza. El resto es historia. Mucho más conocida.

Asunción Mateos Villar
Fotos antiguas: Biblioteca Digital de Pozuelo de Alarcón