“Con una enorme solemnidad, con la bandera nacional ondeando en los muros de la fábrica, con la presencia del Ministro de Gobernación señor Aguilera, y bendecida por el padre provincial de Castilla la Nueva, Marcelino Ortiz, el día 28 de julio de 1894 se inauguraba la nueva fábrica de galletas Venancio Vázquez en Pozuelo de Alarcón. La inauguración supuso todo un acontecimiento social, tanto para la colonia veraniega madrileña, presente en el acto, como para la prensa de la capital del estado que acudió a la invitación”.

Todo surgió el día que conocí a Lola y descubrí que la fábrica de chocolate que muchos vecinos conocieron era descendiente de “La fortuna”, fundada por su bisabuelo, Venancio Vázquez, a finales del siglo XIX y que supuso una auténtica revolución al contar con el sistema de producción de galletas de estilo inglés y maquinaria de la casa Baker cuya tecnología era, en ese momento, la más avanzada y completa del mundo.

Con más de setenta operarios dirigidos por los señores Quiroga (director), Ávila (inventor) y Pierri (encargado del mantenimiento de las instalaciones) Venancio Vázquez introducía en el mercado entre 800 y 1.000 kilos de galletas y bizcochos diarios -cerca de un centenar y medio de variedades- que distribuía por tiendas y colmados de toda España. Dulces en cajas y paquetes exclusivos que también disfrutaban los Reyes porque la marca, que comenzó fabricando chocolates, era distribuidora oficial de la Casa Real.

Harina de Segovia, canela molida y en rama de Manila (Filipinas), cacao de Guayaquil (Ecuador), Caracas y Choroní (Venezuela), Fernando Poo (actual Bioko en Guinea Ecuatorial), avellana tratada, almendra procedente de Xátiva o mantequilla de Hamburgo y Dinamarca y una larga lista de esencias (fresa, naranja, menta, vainilla) eran las principales materias primas que se empleaban en la elaboración de productos de gran calidad que alcanzaron fama dentro y fuera de nuestras fronteras; premiados en exposiciones internacionales.

Las delicias

Japonesa, Milk, Alber, Odalisca, Petit Beurre, Real, Fancy Graknel, Saludable, Princesse, Craknel, Sugar, Bocado de Fama, Filipina, Fin de Siglo, Magnolia, Maravilla, Venus, Cocoanut, Paciencia Rosa, Cubana, Margarita, Orange, Mentolina, Fresa Aranjuez o Ratafia son una pequeña muestra de las variedades de galleta que se comercializaban. La de bizcocho resulta igual de apetecible un siglo después. Cibeles, New York, Borgoña, Colombino, Amargaillo, Soufle, Macarrón, Spong-Rusk, Martinho, Chiquitiño, Cupido, Capricho, San Isidro…

El recorrido sigue con el chocolate. A pocos metros del colegio San Luis Franceses se fabricaban hace más de un siglo múltiples variedades. Como chocolate especial, chocolate puro, grajeas, obleas, cajetillas de cigarrillos, cajetillas de napolitanas (grandes, pequeñas, lisas y rayadas) o puros (grandes, medianos, chicos, duros y blandos) y se usaban distintos moldes: cruces, llaves, tijeras, monos, coronas, cometas, animales y hasta el retrato de Venancio Vázquez.

La oferta se completaba con varios tipos de café como el Puerto Rico o Puerto Cabello natural y tostado, Angola o Moka, caramelos, tapioca y té que llegaba directamente de Londres a través de la Compañía Brovne Rosenhenin.

Vida y milagros

Todo este imperio dulce y económico estaba capitaneado por un gallego que a los doce años salió de Sarria (Lugo) rumbo a Madrid para aprender de la mano de su tío, el chocolatero Matías López, los secretos de un oficio que le llevó a convertirse en uno de los empresarios más importantes del último tercio del siglo XIX.

Que fuera el presidente del primer Centro Gallego de Madrid, Diputado en Cortes, promotor de la Escuela de Comercio e impulsor de diferentes causas solidarias en la capital del reino y más allá -se implicó directamente en el terremoto de Andalucía de diciembre de 1884- no hace más que engrandecer la figura de Venancio Vázquez, el chocolatero que se codeó con algunos de los personajes más importantes de la sociedad de su época. Como Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós o el rey Alfonso XIII.

El vínculo de Venancio Vázquez con Pozuelo de Alarcón va más allá de una fábrica en su entramado empresarial. Aquí pasó largas temporadas, en un hotelito levantado en la calle que llevaba su nombre; como se recoge en el plano de población de 1912 (Planea, Visor de Cartografía de la Comunidad de Madrid), donde nacieron dos de sus hijos, Guillermo y Ángel, abuelo de Lola Vázquez.

Ella fue quien me contó hace un año que Gregorio Sánchez Meco, Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea de España por la Universidad Autónoma, Doctor en Historia y Cronista de la Villa de El Escorial, estaba rematando un libro sobre su bisabuelo.

El resultado son más de trescientas páginas de exhaustiva investigación biográfica o “Venancio María Vázquez y López. El chocolatero gallego y su fábrica La Fortuna en Madrid”, publicado por la editorial Opera Prima y disponible en formato tradicional y ebook.

Que yo he tratado de resumir, con más o menos acierto, en esta historia.

Asunción Mateos Villar

Dolores Rodríguez, esposa de Venancio