Desde las alturas las vistas son mejores. Desde lo alto uno divisa mejor el horizonte y contempla la ciudad en su conjunto. Lo confieso en público. Siempre he vivido en un bajo -sin jardín y con rejas- y sueño con una azotea. En la que instalar una hamaca para acomodarme a leer un libro o muebles de terraza para conversar con los amigos. Pero sobre todo para reflexionar con el sol más cerca. Siempre supe como llamaría a mi columna de opinión. He subido por vez primera y desde Mi Azotea he visto pasar la Cabalgata de Reyes.

Ni 2.500 raciones de roscón, ni 500 litros de chocolate, ni 8.000 kilos de caramelos. Nada hace más ilusión que levantar la vista y encontrarte con una proyección de imágenes de estampados animales -cebra, leopardo, jirafa- sobre la fachada del Ayuntamiento mientras suena, alta y clara, la banda sonora del Rey León.

En una Noche de Reyes hay pocas cosas más emocionantes que oír a un vecino cantar un villancico o al coro de la Gospel Factory aguardando la llegada de Sus Majestades de Oriente. Entras en calor si te mueves al ritmo de música de Disney o el Oh! Happy Day del coro de Dani Reus y la espera, sobre todo para los más pequeños, es más llevadera por entretenida. Hasta aceptamos Opa Gangnam Style o el Ai se eu te pego como baile de compañía.

Hace tres años un espectáculo pirotécnico y musical despedía la Navidad en Pozuelo. Era el apoteósico cierre de los días más mágicos de año. Digno de la ciudad con mayor renta per cápita de España y con más familias numerosas de la región. Ahora no. Y no se trata de tirar la casa por la ventana -menos la consistorial y agotar el superávit- sino de contagiar ilusión y alegría. Es cuestión de voluntad y sobre todo de administrar mejor los recursos económicos y humanos. De estos últimos tenemos a porrillo en ámbitos como la cultura o el deporte.

Pim pam pum

Lo que pasó la noche del jueves 5 de enero en la plaza Mayor de Pozuelo y aledaños fue de traca en ausencia de la misma. El fin de fiesta fue triste -cutre también valdría- y eso que la carrozas de los Reyes Magos, tiradas por elefantes, fueron de las más bonitas que recuerdo. Junto a las de Minions y superhéroes iluminaron una velada fría y oscura sobre todo en el pueblo donde las luces navideñas brillaron… pero por su ausencia.

Y qué decir de los impactos recibidos. Algunos hubiéramos preferido que desde los camiones del cortejo lanzaran caramelos blandos como en otras ocasiones. Duelen menos. Pero o han pasado a la historia o fueron escasos y desaparecieron en el cruce de la Avenida de Europa con la Carretera de Carabanchel.

En el tramo final del recorrido el rebaño de ocas estaba deseando volver al corral, nadie tragaba fuego ni hacia acrobacias y el Hula Hoop de  la animadora ya no se iluminaba como al comienzo de la Cabalgata. El mono encerrado de un grupo Scout tenía más gracia que los artistas callejeros.

Tampoco creo que tenga mucho sentido que los de Oriente, con su traje modelo manta zamorana, se paren a saludar a unos cuantos antes de subir al balcón cuando son muchos quienes esperan en la plaza. Aunque entre esos pocos se encuentre una periodista, con la que por cierto compartí aula, del programa Sálvame.

Son cosas que pasan. Por Navidad. Como que el dulce más típico de Reyes se reparta en dos puntos de la ciudad aumentando sólo en 500 el número de raciones. Así lo normal es que haya quien se quede sin probarlo. Unas mejores, como los bancos rodeando el árbol, el improvisado concierto de un grupo de músicos de La Lira y la visita real a los peques enfermos en el hospital. Otras, peores.

Asunción Mateos Villar