En su calle ahora se levanta una urbanización de lujo. Vino al mundo en 1895 en el castillo de Chalonge situado en una aldea llamada Eric de la bretaña francesa. En 1971 lo abandonó y dispuso como última voluntad descansar eternamente en Pozuelo, el lugar que amaba y en el que pasó los mejores años de su vida.

Desde su niñez Mercedes de la Cadinière y Bobadilla vivió inmersa en la naturaleza y con los animales tuvo, a lo largo de su vida, una rara y especial comunicación. Primero los perros y después los caballos fueron sus primeros y más fieles amigos. Con poco más de diez años los médicos le detectaron un tumor blanco en el tobillo izquierdo  -tuberculosis de hueso- y fue sometida a numerosas y constantes operaciones para poder caminar.

La enfermedad sometió a una dura prueba a la hija de Charles Marie de la Cadinière, un noble francés con el título de Marqués de Chambené, y la española Concepción de Bobadilla pero tenía una voluntad de hierro; capaz de convertir la necesidad en deporte. De hecho fue una virtuosa de la conducción de charrete; vehículo de dos ruedas tirado por un caballo. Lo que comenzó siendo su habitual medio de locomoción, a causa de su discapacidad, le trajo muchas alegrías y algún que otro título deportivo.

Su madre se encargó de las cuestiones relacionadas con su educación en el colegio de las monjas del Sagrado Corazón. Pero también de que aprendiera varios idiomas y música y se relacionase con jóvenes de la alta sociedad francesa. Pero un desengaño amoroso hizo que Mercedes pusiera tierra de por medio aprovechando que tenía familia en España. Y aquí, poco a poco, fue curando sus heridas.

En la sanación tuvo mucho que ver Manuel Ibáñez. Era el único hijo del fundador del Banco Zaragozano; un codiciado soltero. Cruzaron sus miradas cerca de La Pilarica y en agosto de 1915 contrajeron matrimonio en la localidad francesa de Nantes. Tras la boda regresaron a España y poco después su marido se convirtió en propietario del mejor almacén de productos farmacéuticos de toda España. Estaba situado en San Sebastián.

Por motivos laborales la pareja compró una preciosa casa a los pies de la carretera que conduce a Irún y allí vinieron al mundo seis hijos -Concepción, Lola, Teresa, Carmen, Carlos y Javier- aunque uno de ellos -Javier- murió al mes de nacer. Después la familia creció y se multiplicó*.

Mantequilla  y una burra

El vínculo de Mercedes de la Cadinière con Pozuelo de Alarcón comienza cuando su esposo compra Villa Adelina; seis hectáreas de terreno a las afueras del pueblo en una recién nacida colonia de hotelitos conocida como de la Paz con la intención de cambiar de aires -vivían en Madrid- de vez en cuando sin tener que desplazarse cientos de kilómetros.

Lo primero que hicieron fue rebautizar la finca como Los Hortales, un refugio natural donde Mercedes fue muy feliz. A pesar del estallido de la guerra, la huida y el regreso a una casa señorial que no tenía ventanas ni puertas y a un jardín en el que aparecían restos humanos por todas partes.

Para elaborar mantequilla y postres caseros ordeñaba a su vaca Yola y recogía huevos de sus gallinas. También dedicaba su tiempo al cuidado de parras y flores pero, sobre todo, a atender su particular granja formada por varios cerdos y una mula.

Tanta era su pasión por los animales que cuando, por sus bodas de plata, su esposo le preguntó que regalo quería ella le pidió una burra. Le compró un asno que parecía sacado del Portal de Belén y que nada más llegar a Pozuelo se convirtió en el compañero inseparable de su esposa.

Asunción Mateos Villar

 

(*) Mercedes de la Cadinière tuvo nueve hijos y veintisiete nietos