La fotografía de María Asunción Benítez Ruiz frente al espejo que abre esta historia ha cumplido un siglo y se la hicieron con motivo de su graduación. Tenía quince años y acababa sus estudios de cultura general e idiomas en el internado femenino San José de Cluny al que, en las primeras décadas del siglo XX, acudían alumnas pertenecientes a familias de buena posición. Hoy el colegio es mixto, concertado y más accesible. En 2005, coincidiendo con el centenario del centro, los descendientes de la única hija de los fundadores de la colonia Benítez recuperaron la imagen de su promoción académica.

María Asunción y José el día de su boda 

La foto del carné 

Con Tanty y Pepita en 1952

Las siete hijas de los Garre Benítez

María Asunción Benítez Ruiz vino al mundo en noviembre de 1901 en un piso situado en la calle Mayor de Madrid. Sus padres, Antonio Benítez y Antonia Ruiz, llegaron a la capital a finales del siglo XIX en busca de otra vida. Dejaron atrás su Málaga natal y un cargo en el Ministerio de Ultramar que se perdió, como tantas cosas, en la Guerra de Cuba.

Con el dinero de la venta de unas propiedades en Antequera el matrimonio abrió un despacho de tabaco en la Carrera de San Jerónimo que pronto comenzó a dar beneficios. Tantos que decidieron invertir los primeros  ahorros en terrenos. La casualidad y la relación con las gentes de una compañía ferroviaria hicieron el resto. Antonio comenzó a adquirir parcelas cerca de las vías del tren de Pozuelo de Alarcón hasta que sus posesiones superaron los 30.000 metros cuadrados.

La idea del cabeza de familia era levantar una colonia de hotelitos para veraneantes a pocos metros del apeadero para acercar las afueras a la capital y viceversa. Tan claro lo tenía que habilitó en sus tierras un tejar donde fabricaba los ladrillos con los que luego construía las casas; una docena que fueron cambiando el paisaje de la calle que lleva el nombre de su hija. Eran los años de la dictadura de Primo de Rivera y Antonio Benítez ocupaba además el cargo de Alcalde de Pozuelo, un puesto que trajo consigo enfrentamientos con algunos paisanos que hasta le quemaron el coche porque no compartían su decisión de abastecer de agua, procedente del Pueblo, a los veraneantes de la Estación.

Mientras, su hija era ajena a todo a escasos metros. Con seis años ingresó como interna en un centro educativo femenino de carácter religioso cercano a las tierras de sus padres. Con las monjas francesas de San José de Cluny recibió una formación de calidad y aprendió idiomas. También adquirió un hábito lector que le hizo devorar libros sobre todo de historia y religiones. Con veinte años traducía francés e inglés y conocía los clásicos españoles.

Marita, además de sentir fascinación por pintores y literatos, dominaba el dibujo a carboncillo y redactaba con cierta soltura. De sus manos salieron paisajes y poesías. Sirva un ejemplo: «Solo el pino en el monte estaba, triste en su cima sintió la soledad. A veces es preferible estar entre brumas y peñas que entre hombres  que no saben amar».

La historia de María Benítez está relacionada con un medio de transporte que llegaba a Pozuelo para quedarse poco antes de que ella naciera. Cuando su padre comenzó a construir chalés en una zona conocida como colonia del Pinar -hoy de Benítez- se consolidaba la compañía ferroviaria Caminos del Hierro del Norte de España; con sede en la Estación del Norte.

El subdirector de esta empresa y abogado de la compañía de Aduanas de Irún, Eduardo Garre Res, siguiendo el consejo de su amigo Luis Holanda, decide alquilar a Antonio Benítez uno de los hotelitos que acababa de levantar cerca de las vías. Llegó acompañado de sus hijos Felipe, subdirector de la Escuela de Ingenieros Navales y Eduardo, encargado de la gestión de los ferrocarriles de Cataluña. También de su hermano pequeño, José Garre y Garre, que trabajaba para Minas de Barruelo, subsidiaria de Minas de Carbón y suministradora de hulla a la empresa ferroviaria, y además llevaba las cuentas de ferrocarriles del estado de vía estrecha.

María Asunción Benítez Ruiz contrajo matrimonio con José Garre y Garre, con poco más de veinte años, en la madrileña iglesia de San Martín. El matrimonio vivió en diferentes inmuebles de la capital donde nacieron sus once hijos: María Antonia, Felipe, Julita, Tanty, Carmen, Pepita, Cuca, José Antonio, Charito, Eduardo y Jesús. Pero siguió veraneando en el pueblo de su noviazgo donde chicos y chicas disfrutaban de sus vacaciones en plena naturaleza.

María Benítez murió en la primavera de 1970. La diabetes no le afectó la visión y pasó sus últimos días haciendo lo que más le gustaba sin necesidad de usar lentes correctoras: leer, escribir, coser y pintar. En Pozuelo se ha quedado para siempre. Sus restos mortales descansan con los de sus padres y su marido en el Cementerio Municipal del Santo Ángel de la Guarda.

Asunción Mateos Villar