Cecilia Pérez-Mínguez Casariego narra en su segunda novela, “Perdona si te escribo esta carta”, casi autobiográfica, una historia de amor entrelazada con la memoria de la muerte de su amante y marido. Una mujer que en el final del franquismo tiene que inventarse la vida entre la universidad y la pasión por el hermoso hombre que la besó en la adolescencia y ahora recupera, viudo. “Una madre termina siendo el caparazón que sus hijos han dejado atrás”, confiesa en un libro que lleva dentro el aroma de la pasión de los cuerpos que se aman.
A mediados de los ochenta entrevisté para La Voz a una pintora: Ute Kadner. No sabía que iba a convertirse en parte de mi vida. Ute recibía en su casa prácticamente todos los dias, al modo de los salones del XVIII, de los que era heredera: te podías encontrar a Carlos García Gual, Cayetano López, Petra Mateos o Juan Carlos Mestre. Biznieta del escultor Schilling, pertenecía a una de las antiguas familias de Dresde.
A su casa llevó a los alcaldes Juan Carlos García de la Rasilla y a Pepe Martín-Crespo, también al consejero Eduardo Mangada, y consiguió salvar el pinar que había enfrente, aunque para ello tuviesen que cambiar el eufemístico “plan de ampliación de la casa de campo”.
En torno a ella se creó un grupo en el que tuve la suerte de estar. Normalmente nos reuníamos los viernes a comer, durante una larga temporada en el lago de la casa de campo. Pedro, Mercedes, Marita y Antonio “mi marido”, Fermín, Mary, Soledad… En muchas de aquellas reuniones les oía hablar de una pareja que había desafiado lo establecido. Lo hacían un poco con sobrentendidos y medias palabras, una mezcla de admiración y misterio, una historia que tenía que ver con la de Matilde y Juan, otros de los asiduos. Y por fin un día se incorporaron. Eran Cecilia y Joaquín.
Hoy, algunos años después, Cecilia Pérez-Mínguez rompe moldes de nuevo y hace un relato autobiográfico de su historia de amor con Joaquín Cores: “Perdona si te escribo esta carta”.
La autora elige dos géneros -autobiografía y correspondencia- para rescatar un tiempo que cambió su vida, como homenaje al marido muerto y para que no se pierdan en el olvido unos amores que empezaron siendo clandestinos. Porque ella era una mujer casada, con hijos, que recupera al amor de su adolescencia, que ha enviudado, y también es padre. Vamos conociendo a Cora y Abel, los protagonistas, en sus encuentros, desencuentros y reencuentro. La novela acaba -y empieza- con el amado muerto y su presencia/ausencia.
“Dice Joan Didion -escribe Pérez-Mínguez- que el dolor por la muerte de un ser querido nunca es como esperamos que sea”. Por eso la novela se lee con el asombro de cuando te hacen una confidencia. La mujer que ha llegado a sentirse repudiada por todos sus flancos, porque ha decidido vivir su vida, dejar muchas cosas por un amor carnal, por la belleza que deja sin defensas. Y acompaña hasta al final al hombre que ha amado, le acompaña carnalmente también antes del último suspiro; tema muy poco habitual en las narraciones, como señalaba Valeria Patane en la presentación de “Perdona si te escribo esta carta”.
Cecilia, que es doctora en psicología, filóloga y guionista, pertenece a una familia atípica y prolífica en miembros que se han dedicado al mundo de la cultura y el arte. Hermana del pintor Rafael, madre de Teresa Ruiz de Lobera -autora de la portada de la novela-, prima de los fotógrafos Luis y Pablo Pérez-Mínguez, con los que tuvimos la suerte de compartir amistad y ver su obra en El Foro de Pozuelo. En el 2012 la galería Edurne organizó la exposición “El gabinete de los Pérez-Mínguez. Pura magia”. Otros de los 21 Pérez-Mínguez son Marina o Icíar Bollaín.