Algo me dice que este año el espacio público más pisoteado en las Fiestas Patronales va a ser un tema de conversación recurrente. El pasado, el grupo municipal Somos Pozuelo consiguió que el equipo de Gobierno destinase una partida presupuestaria a tratar de recuperar para el peatón la plaza de cemento con nombre de sacerdote. En otro tiempo hubo árboles y zonas verdes que convivían  con la parada de taxis, el kiosco de periódicos y una caseta que vendía aperitivos, gominolas y los primeros helados con forma de cohete.

En la plazoleta existió durante años una palmera que distribuía el tráfico. Es muy posible que la plantaran poco después de derribar los muros y la cancela que preservaban el acceso al viejo Ayuntamiento. De su original atrio sólo se conserva el escudo de una de sus columnas de piedra. Está en el patio de la Tres Culturas de la Casa Consistorial pero la mayoría de los vecinos no lo sabe. Como tantas otras cosas relacionadas con la historia de Pozuelo de Alarcón.

Como dice Pilar Palomo, ilustre pozuelera, es necesario conocer bien el pasado para entender mejor el presente. A mí me cuesta si se trata del lugar al que me trajeron a las pocas horas de nacer y en el que vivo y trabajo. Porque lo de antes me parece bonito y entrañable. Recuerdo los Jardincillos como uno de mis lugares favoritos. Creo que no soy la única que piensa que la parte trasera del consistorio tenía un encanto especial.

En los Jardincillos había una fuente de piedra. Creo que lo era aunque nunca vi brotar agua de su surtidor central. Solíamos usar la pieza ornamental como banco porque los que había pocas veces estaban libres. El entorno se completaba con pradera, árboles y arbustos que lo mismo daban sombra que separaban plazas de aparcamiento público.

El kiosco de los nietos de Federico López parecía una unidad móvil. Cuando desaparecieron las viejas escuelas y comenzaron los trabajos de construcción del centro de mayores estaba junto a la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid pero se fue desplazando hasta llegar a la esquina en la permaneció más tiempo.

Esa que también ocupó el puesto de la señora Isidra. Era una caseta que, a comienzos del mes de septiembre, se mezclaba con atracciones infantiles y manzanas de caramelo, trozos de coco y almendras garrapiñadas. Durante una semana las ventas se multiplicaban y su hijo Jose solía echarle una mano. Cuando le contrataron en el consultorio de la Seguridad Social su hermana Mari se hizo cargo del negocio.

Ahora quedan pocos puestos de helados porque se pueden comprar en cualquier comercio y han surgido tiendas que los preparan al gusto; personalizados. Hay polos -hasta artesanales y de diseño- pero sus palos no traen premio. Tampoco existen los Colaget de naranja. Despegaron y se perdieron en el espacio exterior.

Como los jardincillos y sus árbolitos.

Asunción Mateos Villar

Antes del Centro Municipal de Mayores Padre Vallet

Isidra con sus nietas junto al puesto. Finales de los años 70