Lucía Bosé presumía de ser la primera en venirse a vivir a Somosaguas, y en su casa escribió el libro de poemas del que Camilo Sesto hizo famoso su “Amor… Amar”. Visconti descubrió su belleza cuando le vendía castañas glaseadas y trabajó con grandes cineastas: Antonioni, Fellini, Buñuel, Bardem…

«Yo no tengo alas para decirte/ mis heridas/ y en el cielo pasan nubes/ el pájaro de nieve./Amor, si tu dolor fuera mío/ y el mío/ tuyo,/ qué bonito sería…/ amor… amar», escribía Lucía Bosé en su casa de Somosaguas. Poemas que dieron título a un libro, traducido al castellano por Terenci Moix y que hoy es una rareza de bibliófilo.

El poema se convirtió en canción, uno de los grandes éxitos de Camilo Sesto. La Bosé se había separado del torero y descubrió que era atractiva para los amigos de sus hijos. Su belleza ya había fascinado a Luchino Visconti, uno de los grandes directores de la historia del cine, que se la recomendó a Antonioni -otro- para su primera película.

Otra de las personas que estuvo fascinada por Lucía Bosé fue la gran Gloria Fuertes. Uno de esos amores imposibles, pero no por ello menos excitante. Hay una foto que expusimos en El Foro de Pozuelo de las dos amigas bailando en las legendarias fiestas en casa de Ginés Liébana.

Yo recuerdo -siempre lo cuento- verlas subir del brazo, por la calle Ramón Jiménez, en las fiestas del pueblo, cuando la antigua plaza de toros se convertía en el garito mas animado, y Carlos Gil de Biedma vendía chupitos de absenta.

Lucía Bosé se casó con «el torero», y alguna vez ha contado que se separó de él cuando comenzó a entender el español perfectamente. Solo le vio torear una vez, y no volvió a la plaza, aunque no era antitaurina, y pensaba que la tauromaquia no debe perderse.

Perteneció hasta el final a lo que podíamos llamar «la aristocracia de los medios de comunicación». Aparte de compañeros del olimpo como Picasso, Cocteau, Visconti, Gloria Fuertes, Terenci Moix o Boris Izaguirre, hubo otros menos luminosos. De su relación con el dictador apenas pequeños problemas de protocolo: tener que cambiarse los pantalones por falda pantalón para poder asistir a una de las cacerías sobre las que tan bien ironizó su vecino Luis García Berlanga.

La entrevisté una primavera del 86. Recuerdo que en uno de los salones tenía montado un taller de costura y diseño. En el que hicimos la entrevista, había una mesa llena de botellas, jarras, búcaros, matraces… Recipientes variados de cristal, alguno de ellos con agua y flores. Me encantó. Lucía se sentó en una silla pequeñísima, de las antiguas de costura. Se río cuando le pregunté que si ligaba mucho en Pozuelo. Se quejaba de la falta de flores en el pueblo, y de los hoteles antiguos que estaban tirando.

Quizá por eso me dio una pena especial cuando me enteré de que su casa de Somosaguas ya no existía… Como cierta pena sentí cuando, al morir, muchos medios de comunicación se referían a ella como «la madre de Miguel Bosé».

A Lucía la veíamos comprar en La Despensa y luego a Miguel en Mercadona. Ahora, juntos en el video en el que madre e hijo visitan la Casa Azul de Frida Khalo. Como azul era su pelo, y pintada de azul su casa de Brieva, que me trae ecos de cuando las ovejas venían de Cameros, pasaban por Segovia y seguían para el sur…

Ay, todo ya es pasado.

Jesús Gironés
Fotografías de Lucía Bosé: Fernando Sacristán

Con Gloria. Archivo Gines Liébana

Dibujo de Ginés Liébana.

Despedida de su nieta Jara