Corría el año 1972 cuando Benito y Francisca deciden abrir una pequeña taberna en el corazón de Pozuelo. Con raciones, menús, cartas y dominó. Nace El Norte. Seis años después su hijo Antonio se hace cargo del negocio y decide combinar alitas, callos, boquerones en vinagre, champiñón y codornices con minis -vasos grandes- de cerveza. El resto es historia. Compartida.

Miles de pozueleros pasaron por El Norte. Pero Benito y Francisca no imaginaban ni de lejos que su bar de raciones se convertiría en el referente de toda una generación; la que cada año, cuando llegan las Fiestas Patronales, se concentra en la plaza del Padre Vallet para recordar tiempos ahora perdidos por las calles de esta ciudad. Y a Antonio. El alma de El Norte nos dejó muy pronto.

Con 16 años se puso detrás de la barra. En 1978 aprovechó que su hermano Benito hacía el servicio militar en Canarias para encargarle un radio casete. La primera banda sonora de El Norte. En el aparato sonaban las mezclas que Antonio hacía con canciones de grupos pop-rock españoles. Hasta que llegaron los nuevos modelos de doble pletina y ecualizador y los discos compactos.

Antonio siempre prefirió los casetes a los cedés y era capaz de saber en qué punto exacto de las ruedecillas estaba situado el tema que quería que sonara. Tenía muchos amigos y decoraba su otra casa con recuerdos que le traían de todos los rincones del planeta (sombreros, matrículas, botellas, peluches…) pero sentía predilección por los gatos, sobre todo por el de su imagen de marca y por uno de madera negra que tallaron para él en un barco en alta mar.

El dibujo de la jarra de cerveza -ahora descascarillada- que rodeaba la entrada de El Norte, la columna próxima a la barra, los bancos y las mesas negras, el rincón del fluorescente verde que antes fue de las palmeras, la caricatura del bañista de cerveza, el aire acondicionado -que al pasar despeinaba- la máquina donde jugar primero al Tetris y después al Trivial, el caballo blanco del acceso a los baños… y, por supuesto, Gelo.

Dicen que uno siempre vuelve a los lugares en los que ha sido feliz. A mí una canción de La Guardia me hace regresar a El Norte. Seguro que a vosotros otra. Y cuando estoy allí otra vez veo a Antonio subiéndose sus gafas de metálica montura. Justo antes de jugar con las monedas del cambio sobre la palma de mi mano.

Asunción Mateos Villar