Conchita, ha hecho de lo cotidiano lo excepcional. Con una sonrisa y sabiendo escuchar. Cincuenta años en la farmacia, medicamento va, medicamento viene. Aquella niña responsable que entró en la botica a ver si le gustaba. Pero ya tiene planes para el tiempo que viene: “Después de estar hablando todo el día no puedo perder los estímulos”.

El último día de trabajo de Conchita, la Farmacia Ramos era una fiesta. Allí estaban Luis, Mariví -y su padre, por supuesto-, Paloma, Jorge y Silvia. Un gran cartel a la entrada la despedía, tras 50 años de entrega. No faltaban las lágrimas y la emoción, y una procesión constante de vecinos que se acercaban a agradecerle todo este tiempo. Nunca había estado de cóctel en una farmacia, y debo reconocer que me gustó.

Un director de cine podría hacer una película con su vida. Ella ha sabido convertir en extraordinario lo normal. Nació en la antigua finca de Cirilo Palomo de la que su padre era guardés. Es la pequeña de tres hermanos. A los once pierde a su padre, y le queda su madre, una mujer buena.

Su infancia es pozuelera y feliz. Siempre ha tenido muchas amigas. De pequeña era inseparable de Maite González Rojo, Pili Sisto, Pili Pierri y Maricarmen Criado.

Y nuestra historia empieza un poco como el cuento de Caperucita, pero sin lobo. La niña que iba a comprar habitualmente dos sobres de cafiaspirina para su abuela, a la farmacia del pueblo. Cuando cumple 14 años, el farmacéutico le pregunta que si había acabado ya el colegio. Que si le gustaría aprender el oficio. Y ella dijo que iba a probar a ver si le gustaba, y si a él también…

Y poco después inauguraban el local en el que ha trabajado toda una vida: “Durante los cincuenta años de trabajo, he disfrutado de poder trabajar todos los días con alegría y cariño hacia todos los clientes. La farmacia ha sido mi casa. Mis jefes son como mi familia. Mis compañeros maravillosos, les doy las gracias por lo bien que me han tratado siempre. Don Alfonso es como mi padre. Le quiero muchísimo. Todo lo que se me lo ha enseñado el”.

Pero el mérito de Conchita, lo que hace singular su historia es su humanidad en el trato con los clientes. “A mí me gusta ayudar a todo el mundo”, dice. Ha sabido escuchar en su larga vida profesional con interés, discreción y una sonrisa. “Somos un poco un confesionario de penas”. Con ella las tertulias no eran en la rebotica, sino a pie de mostrador. Y ella atendía las confidencias: “mi marido…”, “me han dicho que tengo cáncer…”, “se casa mi hija la mayor…” “tengo una molestia, qué crees que…”. Pequeños mosaicos de la historia de de un pueblo que se hizo ciudad, contados en voz baja, día a día, a lo largo de los años. A tantos ha visto crecer, morir a los padres, nacer hijos, ver como se van a estudiar fuera… ”. “¿Te acuerdas de…? Se ha muerto”.

Conoció a Antonio Grande, su marido, en la discoteca Hamilton. Dice que fue la última de sus amigas en casarse, porque estaba todo el día trabajando. Aquellas guardias cada 15 días, que se han acabado hace nada, como quien dice. Se casaron hace 33 años. Viven en San Sebastián de los Reyes, porque eligieron un sitio que estuviese a medio camino del trabajo de cada uno. “Mi marido es como yo. Me gusta todo muy ordenado. Todo perfecto, en su sitio. Soy muy práctica. Soy muy metódica”.

Hace poco se acercó un cliente, de esos que la conocen de toda la vida, y a modo de despedida, le dijo: “Eras muy mayor desde pequeña, porque eres muy responsable. No te has dado cuenta de que eres demasiado responsable…”.

De todos estos años le ha quedado una condropatía rotuliana patelar: “de subir y bajar escaleras que es muy bueno para el corazón”, dice sonriendo. Así es Conchita. Esa sabiduria que hace sacar lo bueno de todo. Incluso de lo que parece en contra. Uno de los secretos de la felicidad.

Ya tiene pensado que va a hacer a partir de ahora. Estudiar informática, para ponerse al día con el ordenador y las redes. Me encantaría que abriese un facebook, seguro que era un éxito. Luego gimnasia y pilates para mantenerse activa. Y quizá lo más sorprendente: risoterapia. “Después de estar hablando todo el día no puedo perder los estímulos”.

Jesús Gironés

Conchita con sus primos pequeños en la finca de los Palomo

Conchita, joven, en la farmacia

Conchita y su marido, Antonio Grande

Medio siglo a pie de mostrador

Los chicos del cátering