En la comarca del Campo de Turia se abrieron por primera vez sus ojos. De ese color que cualquiera identifica con los cuadros de Sorolla. Pero pronto se trasladó a Madrid con su familia y creció pintando el paisaje que veía desde la terraza de su casa en un sexto piso. Reproduciendo trajes de meninas y haciendo retratos a compañeras de clase. Quizás por rebeldía encontró trabajo muy joven. Aunque no tenía nada que ver con el arte aprovechaba cualquier ocasión para dibujar. Quienes le rodeaban estaban seguros de que tenía talento. El tiempo les ha dado la razón.
Rosa Gallego es la única mujer que ha ganado en dos ocasiones el Premio Extraordinario Reina Sofía de la Asociación Española de Pintores y Escultores. El año pasado su exposición “Miradas con huella” organizada por la Asociación de Mujeres Progresistas de Retiro en Casa de Vacas fue un éxito absoluto y a raíz de ella surgieron siete más. Después vino «Pertenencias» en Navalcarnero donde impartió cinco talleres.
A punto de cambiar de siglo, la autora de la escultura del recién nacido premio literario de Novela Histórica de Pozuelo de Alarcón, acomodó en cajas alrededor de cuatrocientas obras que cruzaron el Mediterráneo rumbo a Mallorca. En menos de dos días montó “IBDONA. Mirades amb empremta” en la Consellería de Presidencia, “Violencia obstétrica” con la serie “Siempre Amanece” en el Archivo del Reino de Mallorca, “Guerreras” en el Consell de Mallorca, “No es no” y “Sombrillas como símbolo de fertilidad” en el Parlamento de las Islas Baleares y “Niñas y niños” y “Cruel realidad” en Casal Solleric.
Acaba de regresar de Turquía. Con la maleta que había comprado antes de subir al avión repleta. Suele traer siempre más de lo lleva -también en lo inmaterial- y es una enamorada de los complementos. Sobre todo en colores muy vivos. El viaje, que tenía pendiente desde hace una década, ha sido corto pero intenso. Y casi sin deshacer el equipaje ha supervisado, junto a sus compañeras de selección de trabajos, el montaje de la exposición de Mujeres Artistas de Pozuelo de Alarcón que hoy se ha abierto al público en el Centro Cultural Padre Vallet. Como la de pintura «Pabellón de Mujeres Ilustres» en la sala Juana Francés (Tetuán), organizada por la Asociación EmPoderArte, dedicada a intelectuales del siglo XX casi invisibilizadas, y en la que también participa.
Rosa no puede estarse quieta. Cuando la conocí en El Foro de Pozuelo iba acompañada de una cámara fotográfica. De eso hace muchos años y todavía sigue con ella al cuello. Es como una prolongación de su ser artístico; una herramienta de trabajo. Cuando termina de montar se pone a fotografiar lo montado y cuando termina de fotografiar vuelve a la carga con más exposiciones. Por el camino se entretiene con montajes audiovisuales que comparte a través de sus redes sociales y disparando a peleles y esculturas de Chirino. Es una activista social y cultural. También por aquí.
Luchadora y comprometida
Lo suyo es un no parar. Así que la tarde que me recibió en su casa para charlar un ratito de su trayectoria no hubo excepciones. Primero bajamos al taller y no paró de abrir y cerrar cajones repletos de fotos y materiales. Lo recorrimos y no paró de mostrarme creaciones. Subimos las escaleras y no paró de contarme anécdotas relacionadas con algunos de los cuadros colgados. Y cuando nos sentamos no paró de planchar -con las manos- el mantelito que había sacado de un fabuloso mueble de madera labrada que en otro tiempo estuvo en el despacho de su padre.
Tampoco paró de levantarse para hablarme de su etapa de bodegones situados a menos de un metro de la mesa. O para dirigirse a la estantería repleta de pequeños y variados objetos en busca de recuerdos. Como la bandeja que le regaló una señora empeñada en costearle clases de dibujo y pintura. «Quizás si hubiera aceptado ahora estaría dentro de un grupo de artistas fieles a un estilo artístico pero en ese momento la vida me llevaba por otros derroteros».
Reconoce que siempre ha estado en tierra de nadie adentrándose en diferentes territorios artísticos. Para reflexionar siempre y regresar al punto de partida si era necesario. Recuerda con emoción los comienzos de El Foro Cívico Cultural -participó en su primera exposición colectiva- y los años de Arteterapia con Elvira Gutiérrez en el Patronato de Cultura capaces de regresar al contemplar la muerte en unos árboles. Y con cariño los de la Asociación Recreativa La Inseparable impartiendo clases de pintura; despertando curiosidad y sentimiento. También organizando el certamen al aire libre “Pinta Pozuelo”.
En lo personal se ha enfrentado a muchos cambios. El principal tiene que ver con un cáncer de tiroides que le obligó a cambiar su forma de trabajar. Porque durante un tiempo no podía pintar ni coger la cámara. Era incapaz de sostenerla. Pero se las apañó para seguir adelante. En todos los ámbitos de su vida. “Aquello fue un desgarro vital y artístico que quedó reflejado en algunos de mis trabajos como el vídeo tras el taller con Paloma Navares o la serie fotográfica de manos que hice con el móvil”.
Hablando de trabajos… Los de Rosa Gallego se cuentan por miles entre cuadros, fotografías, esculturas, pictoesculturas, montajes audiovisuales, instalaciones. Hasta un traje ha diseñado con materiales reciclados; en una primera acción colectiva de protesta frente al cambio climático y la contaminación de los océanos. Porque vendrán más.
Si resulta imposible cuantificar su obra más complicado es definir su estilo. Si acaso arriesgado e inconformista. Sobre todo comprometido. Con la mujer. Porque se puede romper techos de cristal y empoderar con el arte. Eso es feminismo. De eso hace gala Rosa.
Asunción Mateos Villar
Fotografía de apertura: Juan Combarro
Todavía en Valencia
Jurado en un concurso de pintura
Con la baronesa Thyssen y su pictoescultura