Siempre es complicado contar la historia de alguien a quien conoces desde niño. Aunque sólo sea de verle, año tras año, en las Fiestas Patronales. Pero en este caso más. Porque gira en torno a un universo controvertido que, sinceramente, apenas conozco. Había pensado entrevistar a su padre, cuando fue presidente de la peña taurina Seis y Medio y pregonero; tenía hasta el titular versionando un libro de Elvira Lindo: Mejor Álvaro. Durante algunos años fuimos vecinos y ahora seguimos viviendo a cuatro calles. Y mira por donde he acabado sentándome a charlar largo y tendido con su hijo Jordi. Que mañana torea en casa. En los carteles es Andreo Sánchez. O los apellidos de su abuelo materno.
Sólo he estado dos veces en la plaza de Las Ventas. La primera fue en 1992 para ver a Rafa Sánchez cuando hacía mis prácticas en Antena 3 Radio y la segunda con Luis, un amigo aficionado a los toros, hace relativamente poco, para visitar la caseta de nuestro maestro cervecero. A la portátil del Camino de las Huertas he ido alguna vez a hacer fotos -gajes del oficio- y el año pasado al concurso de recortes… y diluvió. La única relación que he tenido con la tauromaquia fueron los carteles del bar de Demetrio (amigo de mi padre) y ver pasar el encierro desde las viejas escuelas cuando era niña. Luego bajo una manta en el coso de tablones de madera. A pesar de Goya, Lorca, Hemingway, Gadner y Urrutia.
Manolete si nos sabes torear pa qué te metes. Pues porque me van los retos y porque La Voz de Pozuelo es la de todos. También la de Jordi Herrero, un novillero de veinticinco años, rubio y con ojos azules que mañana se enfrenta a una res de la ganadería Monte La Ermita en un coso que conoce por su vínculo con la peña fundada por su abuelo paterno. A la que también pertenecen su padre y su hermano.
Le faltaba un montón para alcanzar el metro ochenta y torear un becerro cuando los suyos le hicieron socio del Seis y Medio. Tenía siete años y crecía en El Paretón, un pequeño pueblo de Murcia, a veinte minutos de la playa y cerca de la sierra. Rodeado de granjas y campos dedicados al cultivo de alcachofa y brócoli. A tiro de piedra de los de golf.
Por aquel entonces daban corridas de toros en la tele pero Jordi prefería jugar al escondite con sus amigos -algunos casi familia- por los callejones de la pedanía y ayudar a su abuela a recoger los huevos de las gallinas. No tenía ninguna sensación de peligro. Ahora tampoco. Y eso me ronda por la cabeza mientras le escucho hablar con un acento murcianico cada vez más leve. Lleva dos años viviendo, trabajando y entrenando en Pozuelo de Alarcón y se le nota.
Juguetea con la segunda taza de té verde mientras recuerda sus años de estudiante. De la primera mejor no comentamos nada. Reconoce que siempre ha sido buen estudiante, no porque estudiara mucho sino porque se le daba bien. El paso de secundaria a bachillerato lo describe como extraño porque en ese momento estaba tratando de abrirse camino en el mundo del toro.
- ¿Cuándo descubres que quieres ser torero?
Pues si te soy sincero pasó de repente. Al principio lo veía como un juego. Lo pasaba bien en el encierro chiqui y con el toro de fuego. Pero me fui haciendo mayor y comencé a disfrutar en la plaza. El hecho de que mi padre tuviera el carné de profesional taurino y su participación en las becerradas de las Fiestas Patronales tuvo mucho que ver. Hasta que en una capea, organizada por la peña en Galapagar, me entraron ganas de ponerme delante de la vaca. Tenía doce años y no sospechaba que aquello lo cambiaría todo. Quería ver qué se siente. Había visto a mi padre torear tantas veces… acabé con un móvil destrozado, que por cierto me acababan de comprar, y un moratón en la pierna.
Dice el que tiene en su mesilla de noche un ejemplar de Ana Karenina de Tolstoi que aquello fue un detonante y que cuando volvió a Murcia le preguntó a su padre por los trastos. Con la única intención de prepararse para que al año siguiente la vaca no se lo volviera a llevar por delante. No porque tuviera la intención de ser matador de toros. Hasta que vio a José Mari Manzanares en la plaza de toros de Alicante. Y le dijo a Álvaro que se quería apuntar a la escuela de tauromaquia. Lo hizo y durante dos años recibió formación y comenzó a entrenar más en serio.
- ¿Cómo fueron los primeros pasos/pases en la escuela taurina de Murcia?
Pensando mucho en prepárame físicamente. Creo que los toreros, al principio, tienen que estar fuertes porque los golpes hacen más daño cuando estás flojo. Luego cuando la técnica es más depurada no es necesario. El maestro Antoñete tenía sesenta años y tanto conocimiento que no necesitaba tener un cuerpo de atleta. De hecho, no lo tenía. Aquellos fueron los primeros pasos y tiraba mucho de inocencia. Sigo pensando que las escuelas son esenciales. A día de hoy sólo soy novillero y me queda mucho camino por recorrer. Por eso son tan importantes mis clases en la escuela taurina de Galapagar y las lecciones magistrales de Sebastián Ritter y David Blázquez.
Jordi reconoce que abrirse camino en el mundo del toro no es fácil y que él va tarde pero no va a cejar en el empeño. Porque es como un veneno que no se elige. También que ha querido quitarse varias veces (algo que haría muy feliz a los suyos) pero luego se le pasa. Haciendo doblones, esquivando los pitones de sus compañeros, moviendo el capote, corriendo por el pinar cercano al Valle de las Caña y acudiendo a los “bolos” que van saliendo. Se siente novillero de manoletinas a castañeta. Hasta ahora ha participado en cinco festejos. Sin embargo, el de mañana le hace muchísima ilusión.
- Lo de la novillada es algo así como ser profeta en tu tierra ¿no?
Si toreando me siento libre imagínate jugando en casa; cerca de los míos. A pesar de mi operación de clavícula llego muy recuperado. Para mí torear en la feria de aquí es un sueño hecho realidad. Soy de Murcia pero mi segundo pueblo es Pozuelo de Alarcón. Hasta ahora sólo había toreado becerros en su plaza. Este será mi primer novillo vestido de luces.
Su padre estará en el graderío y su madre cerca. A Ana no le gusta verle en el albero. Nunca lo hace porque lo pasa muy mal. No entiende ni entenderá ese empeño suyo en ponerse en peligro. Lógico y normal. Prefiere esperarle en la Puerta Grande.
Pues, si acaso, allí nos vemos.
Asunción Mateos Villar
Fotos: Rosa Gallego del Peso