¿Sabes que hoy se cumplen 58 años del nacimiento de la calle Doctor Cornago? El 6 de noviembre de 1959 el Ayuntamiento, bajo la presidencia de Vicente Martín Bravo, acordó cambiar el nombre a la calle que nacía a pocos pasos de la casa del médico y llegaba hasta el camino de las huertas para “premiar los méritos y servicios prestados por Pedro Antonio Cornago en más de treinta y cinco años que lleva en el desempeño de su cargo”. Un buen día para recordar a quien fuera médico y alcalde en la posguerra.
El primero por la izquierda en la foto de FAMILIA
UN GRAN VIAJERO. Trafalgar Square. Londres
En el Club Naútico de Zarauz (Guipúzcoa)
Puesto fronterizo de Irún. Junto a su hermana Montserrat
COLEGAS. Con Andrés Arrojo, otro médico de Pozuelo
El doctor Cornago vino al mundo en 1894 en el pueblo navarro de Aoiz y a los 28 años se da de alta en el colegio de médicos de Madrid y consigue la plaza de médico titular de Pozuelo de Alarcón.
Cuando Pedro Antonio Cornago llega al pueblo para hacerse cargo de la salud de los vecinos no lo hace sólo. Su madre, Aquilina y sus dos hermanas solteras, Ana y Matilde, le acompañan. Los tres se instalan en una casa de la calle Norte esquina Luis Béjar. Para poder pasar consulta transforman una de las habitaciones en una consulta que pronto se quedó pequeña. Por eso, decidieron trasladarse a la plaza del Rey donde les esperaba una casa más grande. Esta vez de dos plantas, con patio, corredor y balcones a la calle.
El doctor compra la propiedad a los señores Arana y con la ayuda de su cuñado, el arquitecto Felipe Heredero, la reforma adaptándola a sus necesidades. La remata con un letrero en la fachada (Casa del Médico) y un timbre con luz incorporada que sonaba a cualquier hora del día o de la noche. Desde entonces siempre estuvo disponible.
El hijo de juez era un médico vocacional que lo mismo recetaba pastillas para la tos que atendía a parturientas, enyesaba piernas o ponía inyecciones. Solía hacerlo en su consulta o a domicilio. Como médico titular en más de una ocasión tenía que desplazarse a las afueras del pueblo para atender alguna urgencia. Sabía que tratándose de salud el tiempo es oro así que para acudir con rapidez a prestar sus servicios solicitó un coche al Colegio de Médicos de Madrid. En los años 20 no era fácil comprar un vehículo porque no se fabricaban en España y hasta que se lo concedieron, si la distancia era larga, se desplazaba a lomos de un caballo.
Pedro Antonio Cornago no sabía lo que era la cita previa. Amaba su profesión y a ella se dedicó contra viento, marea y guerra durante casi cuatro décadas. Su casa, hoy desaparecida, siempre estaba llena de gente. Decenas de enfermos esperaban su turno junto a la puerta del pequeño corredor que daba acceso a la consulta. No todos podían abonar la iguala -cuota establecida- por los servicios recibidos así que le pagaban en especie. Sobre todo con gallinas o sus huevos frescos y productos de la huerta.
Quizás por eso, Don Pedro, así le llamaban todos, tuvo pollos en un corral que levantó con tablones de madera en la parte trasera de su vivienda. Que acabó convirtiéndose en el espacio favorito de sus sobrinos cuando venían a visitarle o pasaban temporadas en su casa para recuperarse de alguna dolencia. Lo que más les gustaba era dar de comer a las aves, que acababan en la cazuela, y jugar con el perro. Se llamaba Tom y era un setter rubio. Mucho más tranquilo que Tarzán, uno de aspecto lobuno que a veces acompañaba al médico y que, como cuenta la catedrática y vecina Pilar Palomo, le trajo algún que otro disgusto.
El guardaespaldas
La preparación y la popularidad del doctor le sirvieron para convertirse en alcalde de Pozuelo en la posguerra. Cuando el pueblo parecía una aldea fantasma y familias enteras, evacuadas años atrás, regresaban a hogares que no existían y que había que reconstruir. Como sus vidas.
En aquel tiempo el médico, desde su cargo de responsabilidad, hizo cuanto pudo para sacar de prisión a vecinos que habían sido encarcelados en la guerra. Quienes le trataron aseguran que nunca exponía sus ideas políticas en público pero dado el carácter católico y tradicionalista de su familia estuvo en el punto de mira.
Tanto es así que durante meses acudía a todas sus citas con un miliciano armado con el que incluso compartía habitación. El guardaespaldas uniformado cumplía órdenes. También los compañeros a los que encargaron la misión de conducir -en dos ocasiones- al médico hasta las tapias de la Casa de Campo. Y que le dejaban volver a casa porque “nadie le había dado vela en ese entierro”.
Al suyo acudieron cientos de vecinos. Sólo los más afortunados pudieron darle el último adiós en la capilla del cementerio municipal del Santo Ángel de la Guarda. Murió en enero de 1960 sabiendo que antes de irse se quedaría para siempre en una calle de Pozuelo.
Asunción Mateos Villar
José Félix Heredero, sobrino del doctor Cornago, en el patio