Hace casi medio siglo de su desaparición pero muchos no han olvidado el olor que salía de sus hornos. La fábrica de chocolate abría sus puertas antes de la guerra civil y las cerraba en 1969. La industria de los Zuricalday estaba situada en los terrenos del colegio San Luis de los Franceses. Su historia es también la de las gentes de aquí que trabajaron en sus instalaciones volcando la mezcla dulce en moldes, pelando calabazas o bañando almendras en garapiña.
Tras la contienda la industria chocolatera de origen vasco cambió de nombre dos veces. Al hacerse cargo de su administración los empresarios valencianos Corell y Belloc, que decidieron sustituir Zuricalday por Cobe -unión de sus apellidos- y cuando se unieron al navarro Marrodán que pasó a denominarse Cobemar. Con la llegada de los nuevos socios se diversificó el negocio y comenzaron a fabricarse turrones.
La fábrica estaba formada por varias construcciones que compartían un patio con depósito de agua. Tenía tres puertas situadas en la calle Portugalete; una llevaba a la vivienda del gerente, por otra entraban los trabajadores y la más grande estaba reservada a los camiones que llegaban cargados de sacos de cacao, harina, azúcar y cajas de peras y calabazas y salían con tabletas de chocolate, galletas y fruta escarchada.
Los nuevos propietarios debían saber poco de chocolate así que confiaron la formación de sus empleados a Victoriano, el maestro chocolatero y a María que había adquirido en Vizcaya, provincia de la que procedía, las destrezas relacionadas con el desmoldado, troceado y paquetería de las tabletas.
De Pozuelo a la Feria de Abril
El cacao era la materia prima más usada para transformar la aromática masa que salía de las máquinas en chocolate KTM (catemé) que se distribuía por toda la geografía española. De volcar la mezcla caliente en moldes se encargó durante años Teresa Benito que comenzaba su jornada laboral a las seis de la mañana para que el calor no derritiera los productos estrella. Había recipientes de diferente forma y tamaño; desde los convencionales de divisiones en pastillas hasta cilíndricos para conseguir cigarrillos con un 0% de nicotina y alquitrán. También con forma de botella que, una vez vestida, se enviaba directamente a la Feria de Abril de Sevilla.
La plantilla de la fábrica estaba formada por una veintena de trabajadores fijos pero aumentaba varias veces al año por necesidades de la producción. Como cuando se acercaba Navidad y se necesitaban más manos para elaborar los turrones. La mayor parte de sus empleados residían en el pueblo. Incluso a pocos metros de la puerta de su casa. Es el caso de Aurora y Rosario Recio, hijas del sargento de la Guardia Civil, que vivían en el Cuartel o de Alfonso y Ángel cuyos padres, Ezequiel y Cayetano, trabajaban para el abuelo de Pilar Palomo, Cirilo Palomo.
Jesús Martín Barrio vivía junto a la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora. Durante años fue administrador de la empresa en la que estuvo contratada una de sus hijas; Mimi Martín Holgado. Su vecino, Marcelino Granizo, también formaba parte de la plantilla. Como Lucia Lázaro. Aquí siguen sus descendientes. Aunque ya no huela a chocolate.
Asunción Mateos Villar
Foto apertura: Primavera de 1945
Mimi Martín Holgado (primera por la derecha) y dos compañeras pelando calabazas en la fábrica
De boda con Silvano, guardés de «La Quinta» y Rascallú
Mesa de trabajo
Fotografía del catálogo «El despertar de la memoria» editado por la Asociación Cultural La Poza
Antes de Zuricalday
800 KILOS DIARIOS DE GALLETAS «LA FORTUNA»
En el año 1895 el empresario Venancio Vázquez adquiere unos terrenos en Pozuelo para ampliar su negocio de chocolates, galletas y bombones “La Fortuna” y sobre el proyecto del arquitecto Francisco Mendoza y Cubas levanta un edificio industrial de 1.200 metros cuadrados. Cuentan las crónicas de la época que la maquinaria inglesa es de lo más avanzada y completa, el horno -de cadenas- el más notable del centro de España y las condiciones higiénico-sanitarias extraordinarias.
Durante el cambio de siglo sesenta operarios, en su mayoría naturales de Pozuelo, trabajaban en la fábrica situada en lo más alto del pueblo y producían 800 kilos de galletas diarias. El catálogo de producción de La Fortuna incluía 135 variedades de galletas y bizcochos. Además la industria podía generar luz eléctrica y disponía de taller de hojalatería para el diseño y la creación de las cajas metálicas en las que se ponían a la venta sus productos.
El 1902 Venancio Vázquez había montado una sociedad anónima, con un capital de un millón de pesetas (20.000 acciones de 50 pesetas cada una), para la explotación de sus fábricas de la madrileña calle Caracas y Pozuelo de Alarcón. Quería dar mayor salida a sus delicias con particulares o empresas que comercializaran bizcochos, galletas y chocolates. Tan sólo un año después había más de 600 socios que, con el tiempo, vendieron las naves de la capital y Pozuelo para construir una nueva fábrica en el madrileño Paseo del Rey.
Es entonces cuando comienza la historia que ahora termina.