El jardín de un hotel de principios del siglo XX se convirtió en los ochenta en uno de los más agradables bares de Pozuelo de Alarcón. De aquél paraíso -por perdido-, tengo un recuerdo vago. Música y largas conversaciones entre los árboles. Parecía que era el principio de una época, pero era su final.
Cuando vas hacía Madrid por Juan XXIII y dejas a la izquierda el abandonado edificio de El Foro, con su esqueleto de pinturas a la intemperie, a la derecha, tras pasar la Avenida de Italia, está el solar de lo que fue El Caballo de Hierro. Algo así como el Pozuelo que pudo haber sido. El jardín de un antiguo hotel, aquellos jardines llenos de tierra y árboles. Me entra una nostalgia especial al intentar recordar el año de COU en el antiguo instituto, sus profesores: Teresa Santos, Ascensión Burgoa, el de inglés, en mi memoria con un aire a Monsieur Hulot… Y el de filosofía, que tanta huella nos dejó, el que nunca pisaría el Valle de los Caídos, por lo que significaba, ni el Beaubourg, porque habían destruido un barrio irrepetible de París para construirlo…
Una mañana entré por primera vez, con Carolina Martín Beaumont. en un hueco entre clases. Pero todos mis recuerdos son vagos, como la atmósfera que deja el sol los calcinantes veranos. Quizá porque vivíamos sin pensar, entregados a las sensaciones. Sé que tengo alguna fotografía.
“Summertime” era una de las canciones que oí por primera vez en El Caballo de Hierro, y son inseparables en mi memoria. Y mi amiga Mar Guerrero, contándome lo que sentía cada vez que la oía y acompañando la voz de Janis Joplin.
Mucho ha cambiado todo. Aquel Pozuelo todavía recordaba al que salía en alguna novela de Carmen Martín Gaite: en la librería La Tierra encontrabas libros de Walter Benjamin y en El caballo de Hierro se reunía gente que amaba la música, músicos y aprendices de músicos, compositores, jóvenes que acabarían viviendo aquí y teniendo aquí sus hijos, muchos que se fueron lejos, algunos arrebatados por la heroína y otros que volvieron a la vida, hijos de teólogos y de periodistas que salían en televisión, escritores, artistas, editores, empresarios, directores de cine… Un amplio abanico de edades y querencias.
Casi me parece que nunca existió.
Un vago sueño. Aquella noche que llegué con Ricardo Navarro, Lola Crespo y Fermín Cabal, y los intensos ojos de Carlos mientras nos invitaba a una botella de cava en la que me había empeñado. Y otra noche atípica con María Carvajales, después de una reunión en casa de Ute Kadner.
¿Que pasó con El Caballo de Hierro? ¿No hubo sitio para en él en la nueva ciudad pueblo?
Jesús Gironés
Foto portada de «Pearl» de Janis Joplin
Gabriel MedinaSidonia, delante de la obra de Ute Kadner, en el viejo edificio de El Foro de Pozuelo
(Fotografía de Jesús Gironés)