Felipe Clemente de Diego y Gutiérrez nace en 1866 en el pueblo toledano de Guadamur aunque toda su vida discurre en Madrid. Fue una figura cumbre del derecho y la magistratura llegando a ocupar el cargo de Presidente del Tribunal Supremo. Es el único veraneante ilustre que tiene un busto en Pozuelo de Alarcón. A escasos metros del lugar donde falleció en el verano de 1945.



Amparo González, esposa del catedrático y abogado

Busto de Felipe Clemente de Diego en la colonia de la Paz
En plena Guerra Civil y al reorganizarse el Tribunal Supremo en 1938 en zona nacional Felipe Clemente de Diego fue nombrado su Presidente por Decreto de 27 de agosto ejerciendo el mandato hasta su muerte. En sus discursos de apertura del año judicial dejó importantes aportaciones.
En 1939 pronunció el primero de ellos denominado La doctrina y la práctica del Derecho en la Cátedra y en los Tribunales al que seguirían otros sobre casos controvertidos, norma jurídica, interpretación de la Ley, abolengo de la función judicial, interpretación del juez en los contratos y libertad privada. Siempre tuvo vocación pedagógica. Jamás pensó en sustituir su labor docente en la universidad por ninguna otra ocupación. Pudo hacerlo pero quiso ser maestro y cumplió sus bodas de oro en la enseñanza.
Felipe Clemente de Diego se casó a la edad de 24 años con Amparo González. Con ella compartió toda su vida y tuvo quince hijos. La familia fijo su residencia habitual en la calle Caballero de Gracia, en un piso de mil metros cuadrados que daba a cuatro calles, con cuarenta habitaciones. En la magnífica casa con tres bibliotecas vivían padres, hijos y servicio; unas seis personas encargadas de los niños y las tareas del hogar.
Como otros hombres ilustres de su época decidió levantar en Pozuelo de Alarcón su segunda residencia. Había oído hablar mucho de las bondades del pueblo. Para comprobarlas el profesor alquiló una casita en la calle Méndez Nuñez que más tarde decidió comprar. Además de unas parcelas cercanas. El objetivo era mantener la casa original pero levantar otra gran vivienda que, con el tiempo, se convirtió en residencia habitual de sus descendientes.
El adiós
La muerte de Felipe Clemente de Diego se produce en Pozuelo en agosto de 1945. Una pulmonía acaba con su vida y su desaparición conmueve a los habitantes del pueblo. En Madrid se suspenden las fiestas de La Paloma y el Ayuntamiento decreta luto oficial.
En vida su chofer del Supremo lo dejaba a la entrada del pueblo y él caminaba hasta su casa para poder saludar a los paisanos con quienes mantenía una excelente relación. Cuando se quitaba la toga y el birrete era un hombre sencillo que disfrutaba con los pequeños placeres de la vida: sus pitillos de caldo gallina, la lectura y la música.
Por su lecho de muerte, en la colonia de la Paz, desfiló todo el pueblo y por su capilla ardiente en el Supremo medio Madrid. Felipe Clemente de Diego recibió solemnes honras fúnebres y fue trasladado en coche de caballos hasta el cementerio de San Justo. La noticia de su fallecimiento fue recogida por toda la prensa nacional.
El Ministerio de la Gobernación, a propuesta de Blas Pérez González, quiso rendirle homenaje frente a un monumento. Corría la segunda mitad del pasado siglo. La familia tenía un busto y lo cedió para que se colocara sobre un monolito de granito frente a la residencia en la que vivían su viuda y sus hijas e hijos solteros.
Y ahí sigue… viendo pasar el tiempo… como la Puerta de Alcalá.
Asunción Mateos Villar