Isidro Gómez con su esposa, María, y con su hijo Francisco y su nieto Paquito.

Antigua procesión de San Isidro. Pozuelo de Alarcón.

Esta es la historia de otro Isidro. También labrador como el santo. Isidro Gómez nació en Pozuelo en 1884 y murió en 1958. A los ocho años pierde a su padre y comienza a trabajar en las tierras que los Basabe poseían junto a la Fuente de la Salud. Durante un tiempo se encargó del ganado hasta que abrió las puertas de una taberna y empezó a cultivar las mejores lombardas de Madrid.

La infancia de Isidro Gómez estuvo marcada por el trabajo. Para ganarse el pan, con el sudor de su frente, tuvo que cuidar las tierras. Las de otro. Hasta que pudo cultivar las suyas. Fue un hombre hecho a sí mismo muy conocido en el pueblo.

Isidro Gómez se casó con María Martín y vio crecer a sus hijos en una casa de labor situada en la actual calle Luis Béjar. Aunque tuvo cinco sólo sobrevivieron dos varones -Francisco y Martín- pero el matrimonio cuidó como a su propia hija a Pilar, una sobrina que se quedó sin madre siendo muy niña.

La vida discurría tranquila; la esposa cocinaba guisos exquisitos en su casa de comidas de la Bajada de la Plaza, el marido cultivaba campos de cereales y verduras y los chiquillos crecían alegres en la aldea madrileña. Hasta el verano de 1936. Isidro, María y sus hijos lo dejaron todo y salieron de aquí rumbo a Miraflores de la Sierra donde permanecieron hasta que terminó la guerra.

Tesorero de La Inseparable

Durante muchos años Isidro Gómez fue tesorero de la Sociedad Recreativa La Inseparable, la asociación cultural más antigua de Pozuelo. Guardaba el dinero de los socios  en el banco en un tiempo en el que la mayoría de los vecinos lo hacía en casa; en huecos en la pared o debajo del colchón y, por supuesto, en cuadras y pajares. De esta forma pudo recuperarlo al terminar la contienda pero la sede de La inseparable estaba destrozada. Para hacerla resurgir reclutó a varias cuadrillas de obreros que, gracias a su iniciativa, ganaban un jornal en tiempo de penurias.

Quienes trabajaron para el Tío Isidro le recordaban como un hombre bueno y honrado que por su cumpleaños -un día antes de su santo- convidaba a bollos y vino dulce. Antes de la guerra había presidido la Hermandad de Labradores, una cofradía que sacaba en procesión la imagen de San Isidro en su festividad. Al regresar y no encontrarla se marchó en tren a la capital para comprar otro santo al que acompañar por las calles del pueblo.

Quien ha dado nombre a una céntrica calle tenía don de gentes. Lo mismo le daba charlar con sus labriegos que con el Marqués de Enriles que, de cuando en cuando, acudía a la magnífica propiedad que tenía en el Camino de las Huertas para contemplar sus hermosas lombardas, las mejores de Madrid. También se codeaba con los ilustres veraneantes de la Colonia de la Paz.

Hasta mediados de los años 60 del siglo XX los hijos del agricultor vivieron de la tierra y sus cosechas. La gran era situada en la parte trasera de su casa se parceló y nacieron tres nuevas calles; la principal se llamó Isidro Gómez en honor al cabeza de familia -en ella se encuentra la sede de La Lira– y dos más pequeñas recibieron el nombre de las esposas de sus hijos pero sólo una se ha quedado en el callejero de Pozuelo: Quintina Martín. La nuera de Isidro sigue viviendo en Pozuelo. A tan sólo un kilómetro de su calle. Pero esa es otra historia.

Asunción Mateos Villar