Si la campana de la torre de la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora pudiera hablar narraría como nadie los aconteceres del pueblo. Tiene casi dos siglos y varios impactos de proyectil. Ahí sigue viendo pasar el tiempo. Desde el campanario. A través de sus arcos el paisaje es extraño. Casas bajas y árboles. Chalés y rascacielos. Todo depende. Como dice la canción. En este caso, de según hacia donde se mire.

Desde el campanario

Dice la inscripción en su cuerpo de metal -mezcla de bronce, cobre y estaño- que la campana se hizo por suscripción abierta por el señor obispo de la Diócesis siendo cura Manuel del Oso y Ovejero y alcalde Hipólito García Pérez. La leyenda en mayúsculas y relieve también menciona a los maestros Eduardo y Constantino Linares y Julián Ruiz.

La campana de la iglesia del pueblo se construyó en 1826 en la fundición Santa Bárbara de Palencia y a lo largo de estos casi dos siglos ha sido testigo hasta de una guerra civil. Las huellas de la contienda se han quedado en su caparazón; muescas por el impacto de proyectiles parecidos a los encontrados por Nacho de la Torre. Nada comparado con los daños causados por el obus que atravesó la nave principal del templo.

Según María Esperanza Morón, Cronista de la Villa, hay testimonios orales recogidos por la Asociación Cultural La Poza y conservados en el Archivo Histórico Nacional que aseguran que antes de la evacuación del pueblo, en el otoño de 1936, un miliciano subió al campanario ametralladora en mano y comenzó a disparar. El ataque obtuvo respuesta y alcanzó la campana.

Durante más de un siglo se ha tocado a mano. Era tarea de los monaguillos tirar de la cuerda para mover la copa logrando que el badajo emitiera sonidos con distintos significados -nacimiento, muerte, fiesta, fuego- que los vecinos aprendían a diferenciar desde pequeños. Como el arrebato.

Con el tiempo todo fue cambiando. De repente la campana se quedó muda. Después volvió a sonar y ahora seguimos escuchando su tañido gracias a un automatismo instalado hace poco más de una década.

Asunción Mateos Villar
Fotos: Manolo Martín