Benigno Granizo era el bisabuelo de Juan Granizo Castillo, un hombre muy conocido en Pozuelo por presidir, desde hace más de una década, la Congregación de la Virgen de la Consolación. Además de Benigno, otros de sus antepasados* dejaron huella en el callejero.

En la lápida del cementerio municipal en la que descansan sus restos mortales -junto a los de otros miembros de la familia- no aparece ni fecha de nacimiento ni de muerte pero su bisnieto asegura que Benigno Granizo vino al mundo a mediados del siglo XIX en una casa de la calle Luis Béjar. En la vivienda reside hasta la muerte de su madre, una mujer de los Mayorazgo; una de las familias más ricas del pueblo, y después se traslada a un edificio cercano que antes había sido fábrica de corsés.

El inmueble, de dos plantas, disponía de espacio suficiente para vivir y guardar los aperos de labranza con los que los empleados de su padre trabajaban las tierras. Incluso tenía establos para el ganado. En aquel tiempo, los Granizo eran propietarios de decenas de tierras, repartidas por todo el pueblo, entre ellas los Prados de Torrejón donde sembraban alfalfa para alimentar a los animales y disponían de una vaquería en lo que se conocía como colonia Mercedes.

Benigno Granizo, siguiendo los pasos de su progenitor, se dedicó a gestionar las fincas  y contrajo matrimonio con Carmen García. Tuvieron cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. Su principal tarea consistía en administrar la herencia de sus tatarabuelos que habían llegado al pueblo dos siglos atrás procedentes del norte de España -probablemente de Santander– con un arca de monedas de plata que en poco tiempo se multiplicaron. Como sus posesiones.

Tío Matapobres

A pesar de su fortuna Benigno trabajó duro para mantenerla. Su complexión fuerte ayudaba y al cuidado de las tierras dedicada la mayor parte del día. Aprovechaba, eso sí, algún festivo para sentarse a tomar el sol -que no un chato- a las puertas de una taberna del pueblo porque tan sólo se permitía una copa de vino en las comidas.

El terrateniente era un hombre profundamente religioso y astuto. Al parecer, por ser rico, despertaba recelos y envidias entre los vecinos de la comarca que le enviaban anónimos para citarle en un cruce de caminos y organizarle una encerrona.

Pero quien ha dejado su nombre en una céntrica calle de la Estación se las sabía todas -o casi todas- y acudía a su encuentro disfrazado. Con cuatro trapos sucios, un sombrero calado y la garrota en la mano -por si había que usarla- nadie le reconocía. De este modo, entablaba conversación con los que le buscaban y les sacaba información.

Benigno Granizo hacía honor a su nombre aunque recibía el apodo de Tío Matapobres porque solía decir que los pobres pasaban muchas calamidades y que estaban mejor muertos; así dejaban de sufrir. Sin embargo, les recibía con los brazos abiertos y les ofrecía techo y comida siempre que tenía ocasión. Después les regalaba un duro de plata. Toda una fortuna hace un siglo.

(*) Su historia en próximos De Calle

Asunción Mateos Villar

La calle Benigno Granizo en la década de los cincuenta del siglo XX y coche fúnebre de Pedraza
Fotos cedidas por José Antonio García