Con tan sólo cuatro años se quedó sin madre. La perdió en el parto de un bebé que tampoco sobrevivió. Antes habían nacido sus hermanas mellizas pero fallecieron a los pocos meses. Su padre volvió a casarse y la vida regaló a Dolores dos hermanos a los que adora; Luis Miguel y José. Que le han dado varios sobrinos. Con Gilberto, su marido, uno de los fundadores del colegio Unamuno, se casó en la navidad de 1953. Pero no tuvieron hijos. La muerte los separó hace más de una década y desde entonces vive en la Fundación San Diego y San Nicolás; un hogar cercano a La Poza popularmente conocido como Convalecientes.

 

Dolores Vergara cumple en septiembre noventa años. Aunque no ve bien porque un tumor le afectó la visión se maneja a la perfección con su silla en la que además se apoya para desplazarse. Hasta la terraza si es necesario para las fotos.

Ese domingo por la tarde estaba muy guapa. Me llamó la atención su pelo -blanquísimo- y el conjunto de tres piezas en tonos morados que, con pocos complementos, convertía lo sencillo en elegante. Me quedé mirando la Virgen Milagrosa que llevaba prendida a la chaqueta y, por un instante, recordé la capilla que visitaba mi casa -y otras del vecindario- cuando vivía con mis padres y mis hermanos -exalumnos de Unamuno- en el barrio de los Elementos. Fue cuando pregunté a Dolores por su niñez.

Desde jovencita quiso ser maestra. Varios miembros de su familia se dedicaron a la enseñanza y siempre le atrajo ese mundo. Sin embargo, ya estaba casada con el profesor que enseñó las letras al camarero poeta cuando obtuvo el título de magisterio de primera enseñanza. Corría el invierno de 1956 y su esposo -que había llegado a Madrid procedente de un pueblo de Valladolid para labrarse un futuro- era el propietario -además de profesor- del colegio Casver. Antes había dado clases en Marina Amat, una academia situada en la calle Fuencarral. Aquellos fueron los comienzos de una relación -también profesional- que trasladaron a Pozuelo de Alarcón. Tan pronto como tuvieron noticias de la apertura de un centro en el pueblo y de la necesidad de profesorado. Les avalaba la experiencia. Además de Casver, Gilberto había montado tres colegios más en el barrio de La Elipa.

Nada más llegar Dolores y Gilberto compraron un piso en la calle Reina Mercedes, muy cerca del colegio. Así que nunca tuvieron que coger el coche para ir a trabajar. El maestro lo hacía de continúo. No sólo impartía clase de diferentes materias. También ocupó la jefatura de estudios y otros puestos directivos.

La maestra estuvo algún tiempo con los escolares más pequeños y luego se dedicó a hacer suplencias cuando faltaban los profesores de la plantilla. Aunque reconoce que sobre todo ejerció de ama de casa, en ocasiones acompañaba a su marido a las excusiones programadas con los alumnos. Cuenta, con una mueca divertida, que la tarea no era sencilla porque suponía una responsabilidad añadida. “Con los niños había que tener mil ojos y, a veces, Gilberto se ponía tan nervioso que ni comía”.

Dolores se emociona cuando le preguntó detalles o anécdotas relacionadas con su marido. Hace doce años que se fue pero creo que no se acostumbra a su ausencia. Dice que lo compartido en más de medio siglo de vida prefiere guardárselo para ella. Que así sea.

Asunción Mateos Villar

Boda de sus padres; Luis Vergara y Josefa Bachiller

Recuerdos de la infancia

Vacaciones en Mallorca