“Pozuelo de Alarcón” de Acacio Cáceres y Prat es una auténtica joya. Publicado en 1891 el estudio de bolsillo sobre el pueblo refleja una crónica documentada de una aldea repleta de veraneantes. Hace tiempo encontré, al final de sus páginas, una historia conmovedora sobre uno de los actores más importantes de la escena española en la segunda mitad del siglo XIX. Se llamaba Rafael Calvo y fue uno de tantos personajes importantes de su época fascinados por el encanto de un lugar alejado del mundanal ruido. Donde sentirse vulgar al bajarse del escenario. Aquí pasaba largas temporadas, en un hotelito que podría situarse en la actual colonia del Camino, donde según el autor del librito, se produjo “una curiosa y desgraciada anécdota de carácter trágico y romántico”. El relato de los hechos responde a un crimen pasional cometido hace un siglo y medio, concretamente en junio de 1878, que acabó con la vida de Ramona Agostí, la esposa del actor.

Por la documentación consultada parece evidente que Rafael Calvo y Revilla (1842-1888) fue uno de los actores más importantes de su tiempo. Resucitó el teatro clásico español de Lope de Vega y Calderón de la Barca, impulsó el romántico de José Zorrilla y el Duque de Rivas y colaboró en la creación del efectista de la mano de José Echegaray.

De casta le venía al galgo. Sus padres eran actores y sus hermanos también siguieron los pasos de sus progenitores. Rafael debutó a los diecisiete años en el Teatro Español de Madrid en la compañía de Pedro Delgado y muy pronto se convirtió en el galán indispensable del teatro español. Llamado a encarnar la nueva saga de actores de la segunda mitad del siglo XIX tenía, según el crítico José Yxart “un temperamento arrebatado y entusiasta, nutrido en el ideal caballeresco del teatro antiguo”.

  

El actor sabía escoger muy bien sus papeles y eligió el drama histórico en verso y la recuperación del Siglo de Oro como vía idónea para proyectar su estilo declamatorio, de brillante efectismo melodramático. Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca se actualizan en sus reposiciones de El castigo sin venganza, Amor, honor y poder y La vida es sueño. Obras románticas como Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas o El zapatero y el rey y Don Juan Tenorio de Zorrilla, estrenadas algunos años antes, encontraron en Calvo a su auténtico valedor porque era el galán por antonomasia.

Trabajó con los principales intérpretes de su época y realizó numerosas giras por América. Con Antonio Vico llenó toda una época teatral, que describió Leopoldo Alas «Clarín» en su opúsculo Rafael Calvo y el teatro español (Madrid: Librería de Fernando Fe, 1890). De ideas republicanas, ayudó a fugarse en 1886 al brigadier Villacampa, quien se había sublevado con esa ideología e iba a ser fusilado. Viajó por Europa y América, destacando también como un gran virtuoso de la esgrima.

En 1888, de gira por Cádiz, contrajo un brote de viruela y murió. Tiene dedicada una calle en Madrid y un capítulo en el libro “Pozuelo de Alarcón” de Acacio Cáceres y Prats que describe el asesinato de su mujer a manos de un joven barbero, aficionado al teatro y de temperamento “en exceso romántico”. Que proclamaba a los cuatro vientos que estaba perdidamente enamorado de Ramona, la esposa de Rafael. Al parecer era muy bella.

El asesinato

Una tarde de junio, sabiendo que el actor estaba a punto de llegar de una representación en Barcelona, acudió a la casa y convenció a la mujer de esperarle juntos. Según cuenta Acacio, las verdaderas intenciones del muchacho eran otras. Le declaró su amor a Ramona pero al no ser correspondido sacó una pistola, apretó el gatillo y mató a la mujer. Luego salió corriendo, cruzo la Puerta del Sol -hoy plaza del Padre Vallet- y bajo por la calle Obscura -actual Luis Béjar- hasta la Colonia de la Paz. Una vez allí sacó su escopeta de caza del albergue del guarda de uno de sus hotelitos y “descansando el cañón en su barba” se quitó la vida.

Rafael Calvo se enteró de la muerte de su esposa y madre de sus hijos recién llegado de la Ciudad Condal. Justo cuando salía de su casa madrileña y se disponía a tomar el tren que le traería a Pozuelo de Alarcón.

“De este modo terminó el frenesí de un loco, llenando de dolor y duelo a una familia feliz, que no pensó nunca al retirarse del bullicio de la corte, buscando la paz doméstica, que la fatalidad colocase en su camino a un ser que, por concebir una pasión insensata, fue tan desgraciado como sus víctimas ¡Dios haya acogido sus almas!”
Acacio Cáceres y Prat. Pozuelo de Alarcón. Página 68