EL POETA Y LA RADIO

Gerardo Diego participó en la emisión para Hispanoamérica del programa “Panorama Poético Español” de Radio Exterior de España entre los años 1947 y 1978. Además con motivo del 30º aniversario de la emisora pública en 1967 pronunció una conferencia en la Universidad de Salamanca titulada La radio, vehículo del idioma.
Foto: Cadena SER

Gerardo Diego con su esposa

El profesor y su nieto en Pozuelo de Alarcón

En el verano que ahora termina se han cumplido treinta años de la desaparición de un literato vinculado a nuestra ciudad. Además de una calle, un instituto de secundaria y dos premios escolares llevan su nombre. Sus restos mortales descansan desde julio de 1987 en el cementerio municipal del Santo Ángel de la Guardia.

Gerardo Diego Cendoya nace en Santander en 1896 y es uno de los representantes de la Generación del 27. Escritor y catedrático de literatura, pianista y amante de la pintura ha pasado a la historia por su poesía.

El gran amor de Gerardo Diego fue su esposa a la que conoció tras un primer noviazgo fracasado que inspiró su juvenil Romancero de la novia. La chica francesa que se convertiría en su compañera de vida le hizo componer unos hermosos versos a comienzos de los años treinta del siglo XX.  La primera vez que se cruzó con Germaine Marín se quedó fascinado por su pelo de oro de miel y sus mejillas inverosímiles de seda. Fue en unos cursos de verano en Burgos. Luego vino un segundo encuentro en la Universidad Menéndez Pelayo que aceleró los latidos del corazón del poeta que por entonces no imaginaba que otro encuentro casual acabaría en boda.

Una tarde de 1933 en la que Gerardo Diego no tenía ganas de abandonar su casa sus amigos Federico García Lorca y Luis Cernuda le obligan a salir y  acuden a una café de la Gran Vía madrileña. En su interior estaba Germaine, de paso en Madrid, merendando con unas amigas. En junio de 1934 se dan el sí quiero en la pequeña iglesia de Sentaraille, al pie del Pirineo francés. Un año después nace en Madrid su primer vástago; una niña a la que ponen el nombre de Elena que pronto viaja a Cantabria.

En los meses previos al estallido de la guerra civil española vive con su esposa y su primogénita en su ciudad natal donde imparte clases en un instituto. La casualidad quiso que el matrimonio y su bebé estuvieran en Francia cuando se produjo el levantamiento militar del 18 de julio. En la residencia de verano materna nació el segundo de sus hijos y permaneció la familia hasta que Santander fue liberada.

En aquel momento era muy difícil atravesar, desde la frontera francesa, varias provincias españolas, los desplazamientos por carretera resultaban imposibles y el viaje en tren poco recomendable con niños. Así que el maestro decide regresar sólo a su ciudad natal tras la retirada del mando republicano y enfrentarse al proceso de depuración que sufrieron los funcionarios sospechosos. Como otros intelectuales, había firmado el manifiesto de la república y estaba en el punto de mira. Aunque finalmente las autoridades le devuelven la cátedra toma la decisión de trasladarse con los suyos a Madrid y comenzar a dar clase en un nuevo instituto, el Beatriz Galindo; su destino definitivo.

A la sombra de un ciprés 

En los años cincuenta el matrimonio compra una casa en la Colonia Santa María junto a una agradable chopera cercana al polideportivo Carlos Ruiz. Era pequeña y sin agua corriente; con un pozo motorizado. Hasta aquí venían los fines de semana y festivos con los niños -y después con los nietos- para apartarse del mundanal ruido de Madrid.

Y en Pozuelo se quedó para siempre por decisión de sus hijos que descartaron trasladar sus restos mortales al Panteón de Hombres Ilustres de Santander. El premio Cervantes (1980) había comentado que, una vez muerto, quería permanecer cerca de los suyos y su viuda y su hija decidieron que el camposanto de Pozuelo sería su morada eterna.

El Ayuntamiento ofreció la sepultura contigua para plantar un ciprés y colocar una placa en la que se grabaron estos versos: “Ya me tienes vaciado, vacante de fruto y flor, desposeído de todo, todo para ti señor”.

Asunción Mateos Villar