Tenía que ser la última de 2018. Inevitablemente. No quería que me dieran las uvas. Desde que charlamos a finales de verano en una mesa de la Fuente de la Salud salpicada de fotocopias y proyectiles supe que la entrevista debía ver la luz antes de finalizar el año de la gran promoción turística del Valle de los Caídos. Nacho de la Torre es, además de capaz de hablar con los ojos, Licenciado en Historia por la Complutense de Madrid y Máster en Estudios de la Región del Mar Báltico. No ha cumplido los treinta pero sabe lo que es pasar frío lejos de casa. Ha vivido en Letonia y Estonia y habla varios idiomas, entre ellos el ruso. Ahora trabaja como profesor de secundaria en un colegio bilingüe de la zona norte de Madrid.

Aunque la primera vez que nos vimos fue en casa de Pamela Drewe había oído hablar de él con mucho entusiasmo. Jesús Gironés me había puesto al tanto de sus comienzos en El Foro y de su aventura por esos mundos del Este. También del proyecto que tenía entre manos y le traía de cabeza sobre los restos de la guerra civil española en Pozuelo de Alarcón. Con esa carta de presentación fueron suficientes cinco minutos de intercambio de impresiones para confirmar que el chico, apasionado de la investigación y eslabón perdido del ratón de biblioteca, merecía un patio de vecinos.

Después de aquella cena hemos compartido otras y coincidido en actos socioculturales. Hasta me ha llevado de excursión campo a través. A los nidos de ametralladora que se conservan en nuestra ciudad. Justo antes de contarme su historia. La que comenzaba hace veintiocho años en el piso de soltera de su madre situado en una céntrica calle de Madrid. Lo cierto es que de aquello no recuerda gran cosa porque a los cuatro años ya vivía con los suyos en la Avenida de Europa donde aprendió a montar en bicicleta. El barrio y Nacho han crecido juntos.

Primero Hergé y después Art Speigelman. El padre de Tintín y el autor de «Maus: relato de un superviviente», la obra sobre el holocausto que le descubrió su tío y que recibió el Premio Pulitzer en 1992, fueron los detonantes del interés de Nacho por la historia. Un reportero intrépido recorriendo Egipto en busca de aventuras y nazis y judíos como gatos y ratones. “Las antiguas civilizaciones y la metáfora del exterminio fueron mis primeros temas de investigación. Tenía Legos relacionados con Egipto y la fábula del nazismo me llevó a libros y documentales más complejos sobre la segunda guerra mundial”.

Por entonces había pasado por el Liceo Sorolla, el instituto San Juan de la Cruz y los Escolapios. No era mal estudiante. Pero empezó a interesarse pronto por la política y a participar en movimientos y colectivos juveniles. Mientras sus padres buscaban el lugar más adecuado para canalizar sus inquietudes. Dice Nacho que todos sus maestros le aportaron mucho pero que fue una profesora del San Juan de la Cruz quien tuvo la culpa de que hoy sea profesor de instituto y de historia.
Y una ruptura amorosa de que pusiera tierra de por medio. Corría el año 2012 y estudiaba en la Complutense. Sentía la necesidad de alejarse de Madrid así que se inclinó por la terapia Erasmus. Como tenía que cambiar de aires no quiso arriesgar y puso rumbo a Letonia. Para disfrutar de sus 20 grados bajo cero en invierno.

¿Por qué de todos los destinos Erasmus te decides por la beca de estudios en Letonia?

Lo cierto es que cogí la lista para ver las posibilidades y aparecían plazas en Francia, Italia y Alemania pero durante la carrera había visitado alguno de esos países con mis compañeros de clase así que cuando vi que aparecía Letonia, el más alejado y del que no sabía nada, me fui a hacer el último año de carrera. Era una plaza que nadie cogía y la que tenía el nivel de vida más bajo. Así que la beca me iba a cundir mucho más. Y para allá que me fui sin saber una palabra de letón. Pero lo aprendí gracias a los cursos de la Unión Europea de lenguas minoritarias.

¿Cómo describirías tu experiencia letona?

Aunque estudié en la universidad de Riga de la capital estuve viviendo un año en Daugavpils, una ciudad donde el 80% de la población es rusa. La vida es más fría y durante los seis meses de invierno el termómetro oscila entre los 20 y los 30 grados bajo cero. Pero también es más tranquila y a la mayoría de los sitios iba caminando por el interior de una fortaleza bien conservada, delante de edificios de los años cincuenta y sesenta construidos por grupos migratorios. La experiencia supuso un cambio de visión; no fue sólo conocer paisajes que nada tienen que ver con los nuestros sino descubrir una sociedad desconocida y una cultura y una historia diferentes a la de los países mediterráneos.

Dos pasiones

Recuerdo que antes de seguir narrando los detalles de su estancia en la ciudad rodeada de lagos -presumo de tener buena memoria- se quedó callado. Como buscando lo que nos hace distintos. Y siguió contando que en Daugavpils existe una pluralidad religiosa que en España no ha existido nunca. Que las minorías judías y católicas conviven con diferentes grupos cristianos ortodoxos y que todo eso hizo que se interesase por las etnias y lo pagano. Llegando incluso a investigar sobre los letones que viajaron a España desde el siglo XVI. “Un profesor de la universidad me proporcionó un libro sobre los letones que habían estado en España durante la guerra civil y volvieron a cruzarse mis dos pasiones”.

Ese encuentro terminó en tesis y en una ampliación de estudios. Estonia estaba a la vuelta de la esquina. Durante un año siguió recabando en Tartu información sobre los que vinieron a España entre los años 1936 y 1939 como mecánicos, intérpretes, médicos o enfermeras. Luego regresó a Madrid y centró su investigación en las huellas de la guerra civil en Pozuelo de Alarcón. Para plasmarla en un libro que pretende poner en valor los restos materiales que quedan de la contienda en nuestro municipio.

De ahí el despliegue de notas, balas y cristales en el merendero del parque que antes fue bosque. Todos los hallazgos son fruto de su búsqueda incansable y los tiene perfectamente ordenados y clasificados. Le brillan los ojos -esos que también hablan- cuando se refiere a ese capítulo local de la historia de España porque lleva mucho tiempo buceando en archivos y publicaciones.

Hablando de la historia y de España. Pregunté a Nacho su opinión sobre una de las noticias del año que termina: la exhumación de los restos de Franco. Me contestó que no contempla la posibilidad de que un estado democrático y de derecho financie el mantenimiento de la tumba de un dictador ni que el monumento tenga un lugar de preminencia en el Valle los Caídos. Es partidario de entregar los restos a su familia.

El joven profesor cree que todo sería distinto si España tuviera un centro de interpretación de la Guerra Civil en un Museo de Historia Contemporánea. Porque es un episodio clave en la historia de nuestro país. Porque serviría para explicar que un proyecto republicano, secular y democrático se vio truncado de una manera muy violenta y para recordar que España es el segundo país del mundo, después de Camboya, con más desapariciones forzosas. Pero, sobre todo, porque no ha habido una reconciliación y es el único camino. Como el conocimiento.

Asunción Mateos Villar
Fotos: Noel de las Heras