Hace algo más de cuatro décadas abría sus puertas en el corazón del pueblo una tienda de telas y retales. El pequeño local que Luisa Abril y Pepa Arias convirtieron en punto de encuentro para particulares y modistillas compartía tabiques con el Bar Nebraska. En otro tiempo entre costuras, la llegada de LuyPe al barrio de los Elementos supuso una auténtica revolución y evitó desplazamientos a Madrid en busca de fibras naturales o sintéticas. La gran variedad y la calidad de los tejidos, en buenas manos, garantizaba el resultado y los retales diseños prácticamente exclusivos. Muselina, piqué, satén, damasco, Jacquard, organza, terciopelo, tafetán… hasta felpa para toallas y licra o tul se compraban por encargo en el negocio de dos vecinas de la urbanización Virgen de Fátima. A Lucía Bosé le encantaba bordar su ajuar con materia prima del barrio de los Elementos. Y la asistente de Ana Torroja acudía con frecuencia en busca de material para crear el vestuario de la cantante de Mecano.

Luisa Abril nació hace ochenta años en el pueblo cordobés de Espiel. Recuerda el molino de harina de sus abuelos y que a los quince lo abandonó con su madre rumbo a Barcelona. Su padre había fallecido después de la guerra y juntas se subieron a un tren de largo recorrido. Como sabía coser pronto encontró trabajo como modista confeccionando trajes de novia para la burguesía catalana. Hasta que un día cosió el suyo. Para casarse con Valeriano Blázquez, un atractivo agente comercial. Durante unos años vivieron en Sant Boi de Llobregat donde nacieron sus tres hijos, Luisa Beatriz, Jorge y Javier. Después se trasladaron al madrileño barrio de Pacífico y finalmente a Pozuelo de Alarcón en busca de un entorno tranquilo para ver crecer a sus pequeños.

Ya eran mayorcitos cuando Luisa decidió compartir con su vecina, Pepa Arias, una aventura empresarial motivada por la atracción que sentía por el mundo de los tejidos. A las dos les pareció que había un interesante hueco de mercado para comercializarlos en un pueblo que crecía como la confección de ropa a la medida. A mediados de los setenta había buenas modistas en el pueblo y el taller de alta costura que María Teresa había inaugurado en 1960, en el que había creado diseños para esposas de políticos y diplomáticos, se había convertido en la academia de moda más conocida del noroeste madrileño. Además, en muchos hogares, había una máquina de coser que siempre sacaba de apuros.

Tubos telescópicos

En los primeros años el goteo de clientes fue constante. Los rollos de tela se apilaban en las estanterías a primera hora de la mañana y al echar el cierre por la tarde solo quedaban tubos de cartón duro en la cuesta a la espera del camión de la basura. Cuando llegaba habían perdido su forma original porque a los niños del barrio de los Elementos nos encantaba usarlos como telescopio o megáfono. A mí me atraían tanto como el metro de madera que Luisa usaba para medir las telas o el movimiento de la tijera deslizándose como si tal cosa por los tejidos.

A las telas disponibles en treinta metros de local se añadían las posibilidades de muestrarios y catálogos. Los fabricantes acudían a mostrar el género y cada temporada estrenaban novedades. Para hacer las delicias de clientes del pueblo y más allá. Rayón para batas de verano, seda con impresionantes estampados para vestidos de fiesta o ceremonia, organdí para trajes de Comunión… Todo un mar de telas por el que navegar con el asesoramiento experto y el trato amable de Luisa. Que lo mismo daba ideas de patrones que se preocupaba por no vender la misma tela a quienes vivían cerca. Para que no coincidieran. En un espacio tan reducido como acogedor hasta su traslado a otro más amplio ocupado en la actualidad por Lobal Peluqueros.

En la calle Sevilla estuvo unos años, coincidiendo con la apertura de Elegant, su camisería de caballero a medio camino; en la calle Calvario. De allí salió la que el marido de Amparo Larrañaga llevó a su boda civil en el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón. De eso y poco más se acuerda porque la boutique no estuvo mucho tiempo abierta. La democratización de la moda se abría paso y pequeños negocios especializados tuvieron que echar el cierre.

Hoy, desde Boadilla del Monte, Luisa se acuerda de su café de media tarde en el Nebraska acompañado con una rosquilla casera de la señora Ángeles. De la carne de los Rocha y del señor Juanito. De la panadería de Carmen y Ángel. De las poesías que le escribía la madre de Fernando, el fotógrafo. De Virtudes -con droguería en la galería- que cambiaba cada año las cortinas de su casa. De otro tiempo. Entre hilvanes, entre costuras*.

(*) Con permiso de María Dueñas y salvando todas las distancias

Asunción Mateos Villar
Foto apertura: Luisa Abril recién llegada a Barcelona
Foto cierre: Luisa Abril en la actualidad