Quiso la casualidad que me enterase en el patio del teatro Galileo. Estaba esperando para ver, por segunda vez, La piedra oscura, un montaje desgarrador sobre el último amor de Federico García Lorca. El camarero y poeta lo había comentado en un grupo de facebook y reconozco que me dio un vuelco el corazón. Hace un año que Paco Díaz nos dejaba. Hoy es domingo. Un buen día para recordarle.

El Búho alzaba el vuelo hace más de tres décadas en el corazón del pueblo. Ahora surca los cielos en un lugar que antes fue barriada de casitas bajas en la que vivían gentes humildes. Mantiene las huellas de un pasado de terceros tiempos, cerveza con limón (de bolsas de deporte arrinconadas en el salón), gusanitos y juegos de mesa. Las estanterías siguen hasta arriba de trofeos y aves de ojos grandes. Como los de Paco. Como los que hace un año se cerraban para siempre.

Recuerdo que cuando nos encontrábamos por las calles, del nuevo y el viejo Pozuelo, o en el supermercado hablábamos un poco de todo. La última vez que nos vimos planeamos una entrevista. Para contar figuritas y para escuchar de su inconfundible voz historias relacionadas con los orígenes de El Búho. Hace un año que la suya se apagaba y nueve meses que yo recuperaba la mía; un buen momento para rendirle este pequeño homenaje.

Y publicar la foto que Paquito me envió poco después de que su prima Begoña, la hija de Goyo Collado, me contara que perder a alguien tan bueno y especial había sido un palo. Sobre todo para Sole, la mujer de su vida. Y, como él, de la nuestra. Juntos fueron testigos de aperitivos interminables, primeros amores, risas y veladas.

Paco y Sole conocieron a un par de generaciones de vecinos. Paquito ya va por la tercera. Gentes que no olvidan lo compartido y que saben que el alma de El Búho no se ha marchado del todo.

Asunción Mateos Villar