Nada. Eso es lo que queda para las Fiestas Patronales en honor de la Virgen de la Consolación. Llueve a cántaros. Huele a tierra mojada. Trato de concentrarme. Hasta que me asalta un sentimiento. Es tarde. El cansancio hace que no lo distinga bien pero creo que es tristeza. Porque hemos perdido el Norte.
Quizás no te has dado cuenta pero ya no queda ni rastro de un bar mítico por el que han pasado varias generaciones de vecinos. De un añorado templo de la movida. De un lugar de Pozuelo de Alarcón de cuyo nombre queremos acordarnos. De una ubicación que nunca hizo falta colocar en un plano y que durante las Fiestas Patronales del Pueblo se convertía en el único punto de encuentro.
Algunos nos pasábamos un año esperando a que llegara el momento de reunirnos con los que se fueron de aquí aunque nunca del todo. De achucharnos. De intercambiar alegría. Pero ya no hay nada que esperar.
Estos serán los primeros festejos en décadas sin el luminoso del gato negro bebiendo cerveza. Que ya destartalado -viejo y hendido por un rayo como el olmo de Machado- seguía contemplando el discurrir del tiempo. Hasta que las redes cubrieron los andamios y le taparon los ojos.
Hoy en lugar del singular edificio, rematado por persianas de rollo, que acogía al Norte en sus bajos, hay un solar acordonado por un vallado metálico, con puerta y candado. A lo mejor se prepara para otros cimientos. Que poco tendrán que ver con los nuestros.
Quizás por eso alguien ha imaginado otra despedida. Menos fría y silenciosa. Con fotografías de una calle abarrotada, música y grafiti de un felino en construcción. Un adiós con flores, velas y minis. De brindis a la luna.
Para tomar, ahora sí, la última en Norte. Y recordar lo que fue y lo que fuimos.
Asunción Mateos Villar
Fotos: Noel de las Heras