Mayo se va como vino. Cargado de amor. Que recibo con los brazos abiertos. La frase de José Ortega y Gasset «yo soy yo y mi circunstacia, y si no la salvo a ella no me salvo yo» es ahora mi filosofía de vida. De una diferente que estoy aprendiendo a vivir. Mayo nacía florido y hermoso, crecía por San Isidro y se marchaba con mantones, música y un premio en la Fiesta de las Viejas. También con el rosal de Noé. Blanco. Como las nubes desde las que mi niño, mi amor hermoso y eterno, me susurra palabras y signos de puntuación.
Todo comenzaba con la reverberación de San Juan de la Cruz en el Mira Teatro. Quedaban horas para el festejo que con tanto cariño había preparado Raquel Gómez. Amaneció con un sol radiante y mis pasos me llevaron hasta Carmen que, dejando lo que estaba haciendo, me recogió el pelo para lucir el mantoncillo de mi madre. Negro con un estampado de rosas. Rojas.
En la parroquia del pueblo la Virgen del Amor Hermoso estaba contenta. Decenas de mujeres y algunos hombres acudieron a la Fiesta de las Viejas. Tras la eucaristía, amenizada por el coro Ars Musicae, la imagen se trasladó hasta la puerta del templo donde el padre Mario dirigió una bendición a las mujeres de Pozuelo de Alarcón y a sus familias. Luego se repartieron claveles -rojos- y los músicos de La Inseparable interpretaron alguna pieza como aperitivo al baile vespertino. Esta vez no pude quedarme con Felipe y sus chicos porque la actuación coincidía con el estreno de Annie. Tengo una artista en la familia y no quería perderme sus coreografías ni su interpretación de Roosevelt -entre otras- por nada del mundo.
Precisamente estaba comprobando la hora, para salir con tiempo, cuando Raquel tomó la palabra en la plaza de la Coronación. Con su desparpajo y sonrisa habituales anunció el nacimiento de una distinción a la Mujer Pozuelera coincidiendo con la Fiesta de las Viejas. Me pareció bien y seguí escuchando. Hasta que dijo que el reconocimiento sería anual y que en 2022 recaía en la periodista Asun Mateos «por su gran pasión y dedicación pozuelera en favor de la causa».
Antes de salir a recoger mi primer mantón de manila en propiedad -con estampado de rosas rojas-, una manualidad en forma de letra capitular y un lápiz de labios mire a mi alrededor; mis amigas parecían saber lo que estaba pasando. Había cómplices que no querían estropear el efecto sorpresa.
Otra vez me llegaba el amor. Decidí aprovechar el micrófono para pregonarlo a los cuatro vientos… y dedicar el premio al que me susurra. Te quiero mi vida.
Asunción Mateos Villar