Artista fundamental, emerge en el elitista underground madrileño de los setenta del siglo XX y crea una mirada enamorada de la vida, aunque duela. Llegó en su mítica Harley para hablar de lo que ama: la fotografía.

Iba yo a comprar el pan mientras los libros se pudrían en mi piscina… Ah, no, que ese no era yo… Iba yo a tomarme una cerveza a la Cafebrería, que había quedado con Nacho de la Torre… Poco después me esperaba la presentación del “estudio abierto Pozuelo” de Manuela Picó. Pensaba que iba a ser una formalidad, pero disfrutamos hasta las tantas. Yo me quedé subyugado por Alberto García-Alix y sus historias. Acabé descubriendo la del anarquista Felipe Sandoval, que cuenta su hermano Carlos -fascinante pintor- en “El honor de las injurias”. Alberto se dejaba la piel con su voz cazallera y era puro placer escucharle.

Pocos días después nos fuimos al estudio de María Ferrero para conocerlo un poco más de cerca, en un coloquio bastante surrealista, pero el tan feliz, desgranando batallas de superviviente y su amor incondicional por la fotografía analógica y la magia del positivado. Atrás quedaba el divo duro que conocí en la galería Carmen de la Guerra. Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia (2002), Premio de Fotografía de la Comunidad de Madrid, en reconocimiento a su trayectoria profesional (2004), Premio Nacional de Fotografía, concedido por el Ministerio de Cultura de España (1999).

Nos habló de su deseo casi imposible de fotografiar a José Tomás, que le parece un sacerdote de la creación, une mística y épica; de los que se les llena la boca con banderas -cuanto mas grandes mejor-, y la cultura no les interesa absolutamente nada. La fotografía le gusta «que duela, que huela», la carga emocional, la espontaneidad mas absoluta. De los maestros que admira, como August Sander, Walker Evans o Diane Arbus. «Ahora sé donde pulso las teclas de mi emocionalidad», nos dijo. Y todo con una sinceridad y emoción difíciles de encontrar.

Recorrió su vida y su obra, como no puede ser de otra manera. Y se fue como llegó, a lomos de su Harley.

Me imagino que fue pura casualidad que a finales de la semana pusieran en la 2 el documental a él dedicado, en Imprescindibles, “La línea de la sombra”. Brutal y sobrecogedor. Dirigido por Nicolás Combarro, comisario de muchas de sus exposiciones y colaborador cercano, es un prodigioso retrato del artista, memoria viva de su vida y trayectoria. Una poética de su trabajo, una confidencia a la cámara que lo es a cada uno de los alucinados y fascinados espectadores. Verle trabajar, contar su proceso mental, la muerte de su hermano Willy

Y para colmo, descubro lo que el llamaba la pandilla de Pozuelo, en los primeros setenta de fascinación por la heroína: Jorge y Tomás, Eduardo Haro, Miguel Ángel Arenas…

El documental es uno de los más descarnados, sinceros y auténticos que he visto. Es como un revelado del fotógrafo. Ese París que convierte en su mirada en poesía, en el que vive y crea en un momento fundamental de su vida… Edificios como cajas de cerillas o mausoleos homenaje a sus amigos muertos… “Siempre hay algo que no puedo atrapar, siempre hay algo que no quiere salir…”, nos dice.

Imprescindible de verdad. Impresionante. Así se escriben -también- la vida y el arte.

Jesús Gironés
Fotos en color: Rosa Gallego, artista multidisciplinar

Alberto García-Alix y María Ferrero

Jesús Gironés y Asunción Mateos con Alberto García-Alix

Alberto García-Alix junto a Rosa Gallego