El subteniente Burguillo es un culo inquieto. Desde la cuna. Estudió los últimos cursos de EGB en la casa seminario que los Misioneros Oblatos de María Inmaculada tienen en Laguna de Duero. Antes, estuvo en la Atalaya al cuidado de una monja negra muy cariñosa y en los colegios Buen Consejo, Unamuno y Divino Maestro. Óscar pasó tanto frío en los inviernos del seminario menor que si hubiera tenido vocación habría desaparecido con la niebla o congelada a orillas del río de mayor caudal de la geografía española. El segundo de cuatro hermanos pudo haber sido futbolista. Compartió banquillo con Miguel Carnero en el club Unión de Aravaca pero abandonó el equipo por discrepancias con el cuerpo técnico. Quería ser piloto y a punto estuvo de ingresar en la Academia Militar. Pero se quedó a las puertas. Las que sí cruzó fueron las de la Guardia Civil donde ha trabajado para el servicio de información en varias operaciones contra las mafias rusas y ha ocupado el cargo de jefe de balística en el servicio de criminalísitica. Aterrizó en La Palma, su actual destino, en plena pandemia y al poco de llegar se produjo un incendio en Garafía que obligó a evacuar a parte de su población. Después una gran nevada en El Roque de los Muchachos y en septiembre pasado el volcán de Cumbre Vieja entró en erupción. Óscar Burguillo ha vivido en primera persona el episodio volcánico más largo en la isla. Desde su puesto principal en Los Llanos de Aridane y en el de mando avanzado. Vamos que, a sus cincuenta y una primaveras, lo ha dado casi todo por la patria.

Dice Óscar que era un crío cuando bajaba al colegio en el autobús de la empresa Llorente con su hermano. Si no saltaba no alcanzaba la cuerda de la que había que tirar para hacer sonar el timbre. Quizás por eso le cambiaron al Unamuno. Estuvo poco. Cuarto y quinto curso lo hizo en el Divino Maestro que por entonces estaba en las viejas escuelas. Cerca de la plaza y sus jardincillos. De sus aulas, conocidas popularmente como «gallineros», salió para hacer por primera vez las maletas -luego cogió carrerilla- rumbo a Laguna de Duero. Su vecino de puerta estudiaba en la casa seminario San Pedro Regalado con los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y siempre que volvía le animaba a seguir sus pasos. Le hablaba maravillas de un entorno natural privilegiado y de instalaciones deportivas. Todo era guay. “Lo que Javi no me contó es que en invierno apenas salía el sol y el frío te calaba los huesos ni que hubiera que estudiar y rezar tanto”.  

Al poco de llegar al internado y comenzar sexto se quería marchar. Nada le retenía en la finca El Abrojo. Ni siquiera la sala de recreativos con futbolines, consolas y máquinas de pinball. Su madre que, como todas, tiene poderes imaginaba lo que podía pasar y le había avisado. Lo de arrepentirse no era una opción. Así que terminó la EGB con la congregación religiosa que tiene en la calle Mártires Oblatos su seminario mayor. Con ellos se inició en las tandas de ejercicios espirituales, aprendió la liturgia de las horas y adquirió un hábito de estudio que seguro le ha facilitado el camino en la Benemérita. Porque desde su ingreso en el cuerpo no ha parado de superar oposiciones y cursos. Todo comenzaba el año de la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona.

  • Cuando éramos niños a los de nuestra generación nos hacían siempre la misma pregunta. Querían conocer nuestros planes de futuro ¿Tú tenías claros los tuyos?
    La verdad es que cuando terminé bachillerato no sabía lo que quería ser de mayor. Había tirado por ciencias puras huyendo de las letras y me gustaba el fútbol pero no desde un punto de vista profesional. Estuve en el Parque Atlético Pozuelo y lo pasé muy bien con Miguel Carnero en el club Unión de Aravaca. Pero tuve alguna discrepancia con el entrenador o con alguien del cuerpo técnico -no lo recuerdo bien- y me fui del equipo. Quería volar. De hecho mi vocación frustrada es la de piloto. Por eso, al terminar COU me preparé las oposiciones para ingresar en la Academia General Militar. Eran duras y además de un amplio temario incluían pruebas físicas y de idioma. Estudié a conciencia pero no conseguí superarlas.

Cebolla y la operación Troika

El aspirante Óscar Burguillo se quedó a las puertas. Como el enemigo. Así que decidió probar en otra fuerza de seguridad del estado. Tocaba volver a hacer el equipaje. Esta vez su destino estaba al sur. En la Academia de Guardias y Suboficiales de Baeza. Por entonces no imaginaba que sus idas y venidas al centro se convertirían en algo habitual. Tras nueve meses de formación y un año de prácticas, con una hoja de servicios tan brillante como los suelos del cuartel más famoso de la publicidad ochentera, le nombraron guardia profesional y le asignaron su primer destino. Cerca de casa.

  • ¿Cómo fueron tus primeros pasos en la Guardia Civil?
    Al salir de la academia me destinaron a Radiotelevisión Española en Prado del Rey. Yo seguía viviendo con mis padres así que tenía el trabajo cerca de casa. Estaba feliz. Hasta que el destacamento se desmanteló y me integraron en una compañía de nueva creación. Estuve de un lado a otro. Con veintidós añitos, me colocaron un chaleco antibalas que pesaba nueve kilos y un cetme de unos cuatro más y me asignaron la seguridad en el Ministerio de Defensa. No hacía mucho del atentado en el que ETA había asesinado, con coche bomba, al responsable militar de política de defensa, el teniente general Francisco Veguillas y a su conductor civil en la plaza de Ramales. En aquella época el terrorismo golpeaba fuerte; teníamos la rutina de mirar bajo los vehículos y de extremar precauciones. A pesar de todo me parecía una labor muy monótona que no iba conmigo. Quería quitarme la calle y hacerme cabo. Lo conseguí por oposición interna y me subí al avión con destino Tenerife.
  • ¿Qué tal el primer aterrizaje en las islas canarias?
    Tranquilo. Quería cambiar de aires y me pareció una buena idea. En Playa de las Américas me esperaba un puesto de atención al ciudadano que consistía básicamente en recoger denuncias pero como me estaba preparando para suboficial tuve que volver a la academia de Baeza. Como cabo para salir de sargento. Al conseguirlo regresé a Tenerife con mi mujer y me quedé a la espera de vacante. Tras once meses conseguí un puesto de sargento en Cebolla, un pueblo de Toledo, cercano a Talavera de la Reina, donde estuve dos años como Comandante de Puesto. Vivíamos en la casa cuartel y entre sus 5.000 habitantes no había paro. Gracias a una empresa de aluminio que tenía obras hasta en Rusia. Recuerdo que el censo de Illán de vacas, otra aldea de mi demarcación, lo componían nueve vecinos; todos familia. Como soy un culo de mal asiento pedí movimiento interno y recalé en Villatobas, otro pueblo de la comarca más cercano a Ocaña.

Tras la experiencia en lugares de la Mancha cuyo nombre recuerda perfectamente hizo un curso de información para adentrarse en el mundo de la investigación. Quería descubrir el modus operandi de las unidades especiales que vigilan a grupos capaces de desestabilizar un estado. También poner en práctica los conocimientos adquiridos. Lo hizo en Zaragoza donde los mandos mostraban cierta preocupación ante las posibles consecuencias del efecto 2000. Pero volvió pronto a su ciudad natal para dedicarse al crimen organizado en la Jefatura de Información de Madrid.

  • ¿Cuál era tu cometido en la Jefatura de Información de Madrid?
    En mi unidad nos dedicábamos a desmantelar mafias rusas; organizaciones criminales con un poder desestabilizador enorme, manejan grandes sumas de dinero y son capaces de comprar un equipo de fútbol para fichar estrellas. Son muy peligrosas y alguno de sus miembros llega a España con una larga lista de asesinatos a sus espaldas y una orden internacional de busca y captura. Nuestra función era averiguar quién estaba detrás. Durante los siete años que estuve en la unidad se llevaron a cabo operaciones muy importantes como Avispa/Ogro, Clotilde o Troika. Esta última es la mayor investigación contra el blanqueo de capitales en Baleares y la Costa del Sol. Acabó con la detención de veinte capos. Acudíamos a fuentes que nos informaban de sus movimientos; muy estudiados y con una logística fuera de lo común. Cuando era necesario pedíamos apoyo a la unidad de élite de la Guardia Civil. Además de contar con la colaboración de los servicios de inteligencia españoles e internacionales. Las detenciones se producían a base de paciencia y perseverancia.

La rabia de la naturaleza

Armándose de la primera está el nieto de El rute. Comparte con nosotros la mesa en la que llevamos hablando más de una hora. Y todo porque todavía no hemos llegado a la isla en la que él estuvo. Cuando se levantó a comprar un bollito de nata -que amablemente compartió conmigo- su amigo aprovechó para contarme que antes hizo escala en la plana mayor de La Gomera y llegó a ser director técnico y jefe del área de balística del servicio de criminalística.

  • ¿Así que podrías aparecer en la próxima novela negra de Antonio Martín?
    Por poder… (risas) Reconozco que lo de hacer informes balísticos no se me da mal del todo; lo que tiene que ver con las medidas o los calibres de la munición. Estoy familiarizado con términos como vainas, proyectiles, casquillos o cartuchos y con el uso del microscopio. Para llegar a la conclusión de qué tipo de arma ha estado implicada en un hecho delictivo. Lo cierto es que en los cursos de especialización de policía judicial, armas de fuego y balística forense me picó el gusanillo. Pero me cansé. No me gusta estar mucho tiempo en el mismo sitio.

A estas alturas de entrevista no hace falta que lo jure. Buscando alejarse del mundanal ruido decidió embarcarse a La Palma. Al puesto principal de Los Llanos de Aridane en calidad de responsable del área de seguridad ciudadana. Y mira por donde ha vivido en primera persona tres catástrofes naturales. Primero un incendio, luego una nevada y finalmente una erupción volcánica.

 

 

  • Vamos que en La Palma lo has dado todo por la patria…
    Pues casi (risas). Por lo menos lo he intentado. Llegué en el verano de 2020 en plena ola de calor y prácticamente sin haberme instalado se produjo un incendio en Garafía que tardamos varios días en controlar y que arrasó más de un millar de hectáreas de bosque. Las llamas nos obligaron a movilizar numerosos efectivos y  tuvimos que evacuar varias viviendas. En invierno, los tentáculos de Filomena llegaron a El Roque de los Muchachos donde hubo que lamentar la muerte de un profesor que desapareció y quedó oculto por la nieve. Y en septiembre de 2021 entraba en erupción el volcán Cumbre Vieja. Aunque una semana antes ya estábamos en alerta amarilla porque los vulcanólogos nos informaron de transformaciones en el terreno y actividad volcánica en el subsuelo nunca imaginamos una catástrofe de tal envergadura. Al principio fue un caos pero con el esfuerzo de todos los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado y de los servicios de emergencia logramos que los daños, aunque muy cuantiosos, fueran solo materiales. La verdad es que vivimos momentos muy duros; tuvimos que desalojar a seis mil personas de sus casas.

A pesar de que estaban a punto de cerrar la cafetería seguimos charlando otro ratito. De los palmeros y su forma de ser, de pequeños terremotos, de coladas, de zonas de exclusión, de viviendas prefabricadas, de animales rescatados, de litros de café, de bicis de montaña y del cumpleaños de su compañero Samuel.

Porque en La Palma, como en cualquier sitio, la vida sigue. A pesar de todo.

Asunción Mateos Villar