Nacho Casares de nuevo en la estación con una exposición individual, 22 años después de inaugurar en el El Foro. Sigue fiel a su mundo personal, lleno de mitos y símbolos, en la mejor tradición de la pintura. Ahora puede verse su obra en el europeo espacio cultural de la estación, y establecer un diálogo con ella, incluso sentado delante de una cerveza o un café. Recomiendo no perdérsela. Hasta el 11 de enero en Alejandría ad Hoc.
Volver a Nacho Casares 22 años después de su inauguración en El Foro. Recordarle recién llegado de Suiza con su corona de laurel. Ganó también el premio de pintura que organizaba La Voz. A Luis Gordillo le encantó su obra. Se pierde en mi memoria. Sí, puedo leer la polaroid que le hice. Me acuerdo que para traducir la crítica que le había escrito Roy Oppenheim, pedí ayuda a Marianne Ewert, pero al final nos la tradujo su padre, el gran arqueólogo Christian Ewert, que acabó dándonos una lección magistral. Nos llevó a Venecia y nos contó cómo Quevedo salvó su vida al hablar perfectamente el véneto.
Podría decir que su pintura no ha cambiado y probablemente sea mentira. Pero a pocos artistas conozco tan fieles a su estilo. El mundo de una infancia viva. Él es el niño ensimismado con sus pinceles, empeñado en crear retablos, escenarios a la medida de esas criaturitas, perversas polimorfas (Freud dixit). Aunque él fuera un niño bueno.
Toda su obra es un empeño de comunicación. Pero sometido a las reglas, los símbolos, las prestidigitaciones. Mis niños favoritos siempre han sido “Los niños terribles» (Cocteau) y “Los niños tontos” (Matute). En ese juego anda Casares. Ingredientes: cultura audiovisual. Mucha televisión, mucha pintura, sed de imágenes. Muchas palabras, también. Centrifugación de derviche giróvago y luego mucha calma. En el fondo me imagino a Nacho como el buen Geppeto en su taller dando vida a Pinocho. Él es Collodi, Geppeto y Pinocho.
Cuando elegí su obra para la gran lona que anunciaba mi exposición Amados míos en el MIRA, era consciente de que tuve la suerte de que Nacho pintase ese cuadro. Recoge nuestra entusiasta vida de aquellos años en los mundos del arte. Cuando todo era un puro proyecto, un viaje, un inventar y vivir sin mañana. Muchas cosas han cambiado desde entonces, los caminos se han enrevesado, perdido en bosques o metamorfoseado. Pero ha quedado el retrato de aquellos tiempos.
El artista tiene esa capacidad de crear mundos, un mundo en cada cuadro. Y me encanta que siga entregándose a tan solitaria y placentera tarea. Tenaz como un surfista encima de la ola.
Si tengo que recordar la sensación que me produjo estar en el estudio, es la de calma. Sentimientos en calma mientras recorría aquellas pinturas, paseándolas, y me detenía en su Marilyn Monroe. Un poco más madura. Quizá era eso. Una sensación marina, de paz de mar en calma. No recuerdo ni música. En otro momento no hubiera faltado. Ahhh… Golpes Bajos: “Malos tiempos para la lírica” y “No mires a los ojos de la gente”. Las canciones del ayer. El sireno de Dafne Artigot también apareció un momento en el estudio. Una imagen en un móvil.
Es otra cosa que me gusta de la obra de Nacho Casares. En foto sale guapísima. Pero al natural tiene mucho más morbo.
Jesús Gironés