Con motivo del Día Internacional de la Mujer nos hemos detenido en la tesis doctoral de María Esperanza Morón, Cronista Oficial de la Villa. En su “Demografía histórica de Pozuelo de Alarcón (1940-2000)” realiza un detallado estudio poblacional de los años cincuenta del pasado siglo que recoge el porcentaje de mujeres que formaban el padrón municipal en el año 1950, sus edades, estado civil y actividades laborales. Aunque la mayoría de ellas realizaron trabajos específicamente femeninos, entre el vecindario hubo una curtidora, una pastora, una peona y una jornalera.
Según el padrón municipal, Pozuelo de Alarcón tenía en 1950 una población de 4.925 habitantes, de los que el 49,63 % eran mujeres, en edades comprendidas entre 0 y 90 años. A lo largo de la década de los cincuenta, el mayor número fueron niñas entre 0 y 5 años, seguidas de las mujeres entre 25 y 29. Por el contrario, pocas sobrepasaron los 80 años de vida.
Se casaban normalmente a partir de los veintiún años, siendo muy pocas las que lo hicieron antes de esa edad. La soltería fue frecuente a partir de los 40 años, edad en la que ya era difícil, en esa época, que contrajeran matrimonio. En cuanto a las viudas, la mujer pozuelera de los años cincuenta todavía arrastraba la situación creada con motivo de la pasada guerra civil de 1936, en que muchas habían perdido a sus maridos recién casadas y no volvieron a contraer matrimonio, comenzando para ellas este estado a una edad relativamente temprana de treinta años. A partir de esta edad, el estado de viudez se mantuvo entre un cinco y un diez por ciento hasta los cincuenta años, que comenzó un ascenso hasta igualarse el mismo número de mujeres casadas que viudas, entre los sesenta y cinco y setenta años. A partir de aquí, ascendieron significativamente el número de mujeres viudas hasta superar el 70 %.
La mayoría, se dedicaron a “sus labores”. Solo un 4,19 % ejercieron profesiones específicas desarrolladas fuera del ámbito familiar, la mayoría de baja cualificación como sirvientas (la mayor perspectiva para la mayoría de las mujeres solteras), modista, portera, tejedora, etc. figurando una sola mujer por cada profesión de estas últimas. Solo tres tenían profesiones con titulación académica: dos maestras y una química.
Pero las que se dedicaban a “sus labores” no realizaban únicamente faenas domésticas como nos pudiera parecer. Este trabajo lo alternaron con otros relacionados con la agricultura, la ganadería, el comercio, la industria, etc. La mujer y las hijas del labrador, de una forma o de otra, participaron en las tareas agrícolas, arando, trillando, etc. En las casas tuvieron animales domésticos y fueron las mujeres las que se ocuparon de su cuidado y explotación. Esos animales se criaban para el autoconsumo, pero también se vendían a otros, recibiendo un dinero “extra” que se aportaba a la economía familiar.
Pluriempleadas sin salario y muchos guantes
No solo la mujer trabajaba en las faenas agrícolas y ganaderas, las esposas e hijas de comerciantes ayudaron a “despachar” en las tiendas. El padre era el comerciante o industrial, y las mujeres pasaban bastantes horas en la tienda de comestibles, carnicerías, fruterías, etc. atendiendo a la clientela cuando ésta se hacía numerosa y, sin duda, fueron ellas las encargadas del orden y la limpieza del establecimiento, sin que en ningún momento fueran compensadas con remuneración económica alguna. Este trabajo, no las eximió de sus actividades domésticas, a las que estuvieron obligadas por su condición de mujer. Al estar normalmente las tiendas en la casa donde vivían o próxima a ella, al tiempo que “echaba una mano” cuidaba a los hijos, vigilaba la comida, etc. continuando su actividad ininterrumpidamente hasta altas horas de la noche.
También en la industria del curtido, la de más peso en la década de los cincuenta, en Pozuelo de Alarcón, trabajaron las mujeres casadas y solteras “cosiendo” y “clavando” badanas. Se las pagaba por horas o a destajo, según el número de unidades que cosieran o clavaran, sin ningún derecho ni reconocimiento laboral.
Paralelo a este trabajo, y relacionado con la industria de la piel, empezó a desarrollarse una actividad específicamente femenina como fue la de “coser guantes”. Algunas mujeres viajaban a Madrid, un día a la semana, y traían de un almacén de guantes de piel, una cantidad de pares cortados. Éstos los distribuían a solteras y casadas, a las que se las facilitaba los útiles de costura, para que en sus casas los cosieran, recibiendo una remuneración por par de guantes cosido. Tanto las que hacían de intermediarias, como las que los cosían en sus casas, ninguna consideró que tenían un trabajo cualificado, fuera de “sus labores”. La mayoría de las actividades laborales que desarrollaron las mujeres estuvieron relacionadas con trabajos específicamente femeninos, pero también hubo una curtidora, una peona, una jornalera y una pastora, trabajos típicamente masculinos.
Expertas en logística
Las faenas domésticas había que desempeñarlas con muy pocas comodidades. En las casas no hubo “agua corriente” hasta avanzados los años cincuenta y con frecuentes cortes, que no se anunciaban previamente. Como instalaciones higiénicas un lavabo y una taza de váter, a las que tenían que suministrar el agua, a base de cubos y barreños. Para estos servicios y todos los demás de la casa, tenían que llevarla desde las fuentes, a veces situadas a largas distancias de la vivienda. Para lavar la ropa, había que ir al lavadero público, situado en la parte baja del pueblo, lo que suponía un esfuerzo, para las viviendas más alejadas, teniendo que acarrear la ropa mojada hasta la casa.
Como foco de calor en el invierno, el fogón, que servía para hacer la comida y calentar la estancia donde pasaba la mayor parte del tiempo la familia, reforzando este calor, un pequeño brasero de encina. De tener todo a punto se encargaba la mujer: de traer el agua, encender la lumbre, el brasero, transportar el carbón, la encina, etc.
El tendido eléctrico del pueblo no se restableció hasta bien avanzados los años cuarenta porque había sido destruido durante la guerra civil. A pesar de tener electricidad se producían frecuentes cortes de luz que se prolongaron durante los años cincuenta. Ante esta situación, las mujeres también se tuvieron que encargar del carburo y el petróleo para las lámparas. Todo esto, añadido a todas las demás funciones exclusivamente femeninas como el cuidado de los hijos, de los padres, familiares mayores, hacer las compras, la comida, coser, limpiar la casa, etc. Y añadido a esto, en muchas ocasiones, algunas trabajaron para otras casas “asistiendo”, lavando la ropa, llevando agua de la fuente, cosiendo, etc.
Estas mujeres dependieron del varón en función de su relación con él, como cabeza de familia: esposas, hijas, hermanas, madres, etc., el cual figuraba como principal en el hogar, y solo si éste fallecía la esposa pasaba a desempeñar este puesto de cabeza, si los hijos eran pequeños. Si había algún hijo mayor de 21 años, éste ocupaba esta categoría, por delante de su hermana, si la había, aunque fuese mayor que él. Sin embargo, en esta década de los cincuenta, la mujer soltera, adquirió la categoría de “vecina” a partir de los veintiún años, equiparándola con el varón a la misma edad, lo que suponía una independencia familiar en algunos aspectos (en la década de los cuarenta, la mujer no adquiría esta categoría, hasta los veintitrés).
Es de destacar como el nivel de instrucción, entre las mujeres de Pozuelo de Alarcón, en los años cincuenta, era palpable. Aunque no tenían un nivel de alfabetización alto, la mayoría sabían leer y escribir. Sin embargo, a partir de los 75 años, el nivel de analfabetismo era más alto.
María Esperanza Morón