Timoteo tiene noventa años. Burgalés de nacimiento y pozuelero de adopción llegó en la década de los cincuenta con su novia, Mercedes, a la que conoció mientras hacía la mili en la Academia de Ingenieros de Burgos. Juntos formaron una familia en el cerro del Tío Chatarrero; situado en la antigua carretera de Pozuelo a Húmera. Antes, en Pinillos de Esgueva, la vida discurría entre las labores del campo y los domingos de pelota en el frontón. Asegura que la guerra lo cambió todo y que se escondió bajo la artesa de un horno cuando vio pasar a unos muchachos con fusiles. Tenía cinco años pero no se le olvida.
Llevaba tiempo pensando en entrevistar a Timoteo. Porque la ferretería-droguería que lleva su apellido es uno de esos lugares que parece detenido en el tiempo y me devuelve a la infancia. De la mano de mi madre pasaba cada tarde delante del escaparate al salir del colegio Unamuno. Era muy pequeña -más que el protagonista de esta historia cuando corrió a esconderse- pero recuerdo que una vez nevaba tanto que entramos y me compraron unas botas de agua en color verde. De esas que ahora se han convertido en tendencia gracias a una marca internacional.
Estaba convencida de que el mayor de cinco hermanos había trabajado siempre en el comercio que ahora llevan su hijo Juan y su mujer Charo. Pero no. Solo lo hizo unos años en la primera tienda que abrieron en la calle Norte. Dice que hace medio siglo había más trabajo que ahora y que salías de un sitio y te metías en otro. Por eso, al llegar se encargó de arreglar los jardines de la finca del Doctor Velázquez donde unos familiares de su novia estaban de guardeses. También hacía trabajos de albañilería con El Chavo y lo que cuadraba. “Así estuve hasta que me casé en la parroquia del Carmen y casi no me casan porque faltaba el libro de familia y hasta Chavines, el guardia, tuvo que convencer al cura que tenía un cabreo tremendo”.
Después de la boda Timoteo y Mercedes se fueron a vivir a Madrid y se instalaron de forma temporal en casa de un tío de ella. Estando allí tuvieron a su primer hijo pero murió al poco de nacer y se vinieron a Pozuelo de Alarcón, concretamente al cerro del Tío Chatarrero, una barriada humilde compuesta por media docena de viviendas y rodeada de campos de trigo y cebada. Estaba situada en lo que ahora son las viviendas del campus universitario de Somosaguas. Su hijo Juan, detrás del mostrador, interviene en la conversación y me dice que allí discurrió su niñez, debajo de una morera y rodeado de casitas bajas.
- ¿Dónde estuvo trabajando mientras vivían en el cerro?
En la fábrica de jabones y lejía Catarineo que estaba en Aravaca. Allí hacíamos el jabón lagarto y el blanco. En la nave había unos bidones muy grandes de aceite puro de oliva y los empleados sacábamos un poco para untar en el pan y desayunar. Abríamos el tapón y salía a chorro. El jabón verde se preparaba con las heces de las aceitunas y el blanco con el aceite. Había más de veinte chicas empleadas para rematar los productos. Una vez, a una de ellas le cayó lejía y se quemó toda la ropa. Tuvimos que meterla en un bidón de agua y todo quedó en un gran susto. Yo primero estuve de ayudante para hacer los bloques de jabón que después una máquina troquelaba. Unas empleadas lo sellaban y otras lo empaquetaban o embotellaban la lejía.
Policía secreta, polvorines y filetes empanados
Mientras la sirena de la fábrica sonaba nacieron sus hijos, Mercedes y Juan. El niño tras un acelerado viaje en bicicleta de Timoteo hasta la colonia San José en busca de un vehículo para trasladar a su mujer al hospital porque el taxi que debía hacerlo, cuando se pusiera de parto, estaba averiado. “Yo llevaba el jardín de unos americanos y me fui a verles para contarles. En su coche larguísimo y de madrugada recogimos a mi mujer para ir al hospital y luego me enteré de que desde la carretera de la Coruña hasta la maternidad de Santa Cristina nos siguieron dos coches de la policía secreta”.
Con sus primeros ahorros Timoteo se metió en la entrada de un piso de tres habitaciones, que fue pagando a plazos, en la plaza del Padre Vallet. Estando allí vino al mundo Natividad y el cabeza de familia cambió de trabajo. Empezó a cerrar detonadores en lo que se conocía popularmente como polvorines. Era la empresa Unión Explosivos Río Tinto que tenía su sede en la carretera de Húmera a Aravaca y donde se produjeron varias explosiones. Accidentes laborales de graves consecuencias que le llevaron a expresar su malestar al encargado, de apellido Pinillos, y le animaron a buscar otra fuente de ingresos menos peligrosa. “Además corrían rumores del traslado de la fábrica a Bilbao. Como no estaba dispuesto a cambiar de residencia me despedí y con las 70.000 pesetas que me dieron abrí una tienda en la calle Norte donde estuve tres años de alquiler. Luego compré el local de Doctor Cornago y después me vine a vivir un poquito más arriba”.
Timoteo estuvo poco tiempo con la bata y el bolígrafo en el bolsillo despachando los jabones que en otro tiempo fabricaba y haciendo copias de llaves. Se los cedió a su mujer y a sus hijos, aunque seguía llevando las cuentas y el papeleo del negocio, y comenzó a trabajar de cobrador. Primero cobraba las igualas de Don Ricardo, el médico y Don José, el practicante y después los recibos de la luz. “Entre semana me pasaba el día en la calle, de un lado para otro, y los fines de semana aprovechaba para tomar café con mi mujer en La Cabaña. En verano, nos gustaba pasarlos con los chicos en el río Aulencia donde no faltaban ni la tortilla ni los filetes empanados”.
Hace más de dos décadas que Timoteo se jubiló. Si se hubiera operado de la rodilla quizás nos podríamos seguir cruzando con él caminando a buen ritmo por las calles del centro. Hoy sigue recorriendo, con sus bastones, la distancia que separa su casa de la tienda.
Asunción Mateos Villar
La foto de la mili
Mercedes con sus vecinas en el cerro del Tío Chatarrero
Timoteo y su esposa
En la pradera por San Gregorio
Charo, Timoteo y Juan