La vuelta a la normalidad es extraña. Parece que corre prisa cambiar el paisaje. Hay máquinas y grúas que se mueven a babor y estribor. Sobre la parcela ocupada en otro tiempo por las cocheras de la empresa Llorente se prepara el terreno para levantar bloques de viviendas en manzana cerrada. A pocos metros, va cogiendo forma la pasarela peatonal. Cerca del viaje de agua de La Poza, se está soterrando una rotonda. ¡Ah! y el edificio que durante décadas fue epicentro del arte y la cultura independiente tiene las horas contadas. A los amigos de La Casa de Extremadura no les ha quedado más remedio que embalar y hacer mudanza. De momento, se quedan en la cantina del antiguo instituto Gerardo Diego.
Ellos fueron los que me animaron a volver a Fernando Coca de la Piñera. Estaban celebrando en El Ambigú que todos están sanos, que vendrán días mejores y que volverán a hacer teatro.
Julia Conde, su profesora, me contó que durante el confinamiento, los actores del grupo de La Casa de Extremadura se han puesto al día con las nuevas tecnologías y han grabado y compartido en vídeo sus trabajos de interpretación. Dice que la experiencia ha sido estupenda pero que tienen muchas ganas de pisar un escenario de verdad. Los de su casa se les han quedado pequeños.
Como el sótano del Centro Educativo Reyes Católicos nada más instalarse. La cantina del antiguo instituto Gerardo Diego es más reducida que los bajos del Foro. Pero tiene otra luz. Los pintores que la han remozado han decorado una de las paredes con la bandera de Extremadura. Que ahora apenas se distingue con tantas sillas apiladas.
Estoy segura de que muy pronto socios y simpatizantes convertirán la barra y el office en un espacio polivalente donde reunirse y celebrar más ediciones de la Semana Cultural Extremeña. Este año no ha podido ser pero ya están pensando en el próximo y en sacarle el máximo partido al espacio exterior. Para La Encina y los que vengan de más lejos.
Todo se andará… con la ayuda de su virgencita de Guadalupe.
Asunción Mateos Villar

