Sus padres se conocieron en un bar de la Estación que hoy no existe. Porque le pasó como al de Joaquín Sabina y Los Secretos. Que en su lugar abrieron una entidad bancaria. Corrían los años sesenta y el pueblo se llenaba de grúas. Emilio se ponía cada día el mono y desde Villaverde venía al tajo. Comía en La Perla Gallega donde trabajaba Victoria. Surgió el amor, se casaron en 1967 y tuvieron tres hijos. La de rebote es la única sargento motorista de Aragón y entre sus logros destacan ser la primera mujer motorizada de la Guardia Civil en la historia de la Vuelta Ciclista a España y cruzar el Atlántico en velero. Como Marian y con cuatro mujeres que, como ella, han superado un cáncer. A su destino de Jaca iba para dos años y lleva veinte. Entre otros deportes practica la escalada. Una metáfora de su vida. Lo suyo ha sido conquistar altas cimas y alcanzar sueños. Todos los que se ha propuesto.

Es probable que una de las metas de Nines -así la conocen en la Estación– no sea novelar su vida. Porque reconoce que, aunque lo ha pensado, todavía le queda mucho por hacer. Pero podría cruzarla si se lo propone. Como tantas otras. Me la resumió en dos horas a finales del verano pasado aunque hasta ahora no me he decidido a publicar el resultado en forma de entrevista. Son días de libro y barajaba la posibilidad de tener a punto un borrador de su biografía pero no me atrevo. Los periodistas somos escritores frustrados. Pues eso.

Lo primero que me cuenta es que es la tercera de tres hermanos y que vino de forma inesperada. Pero ¡qué habría hecho su padre si ella no hubiera llegado para revolucionar la casa! Siempre fue una rebelde y a día de hoy sigue sin entender que su madre dejara el bar a su tía y se pusiera a trabajar en una clínica dental para dedicarse más a los hijos porque podría haber sido una gran empresaria.

A ella, desde pequeñita, se le dan bien las empresas en las que se mete porque está convencida de que nada es imposible. Esa filosofía de vida la lleva tatuada en su piel. En inglés. Aunque también habla francés. Lo aprendió cuando compartía servicio con los gendarmes en la frontera; cansada de entenderse por señas. España empezaba a quedarse pequeña después de sus aventuras en la península y las islas canarias. Hasta llegar a territorios fronterizos lo suyo discurrió en una montaña rusa. Creo que se subió de niña, cuando se escapaba al Carlos Ruiz para hacer gimnasia, baloncesto, balonmano o voleibol. Cualquier deporte le venía bien pero el primer ascenso en la atracción fue jugar al rugby en el Olímpico de Pozuelo. Muchísimo antes de que Patricia García pusiera una pica en Japón.

Por entonces Marian ya tenía claro que quería ser guardia civil. Gracias a una apendicitis aguda. “Cuando tenía siete años tuve una peritonitis que me obligó a pasar un mes en el hospital y allí conocí a un policía. Estaba ingresado en la habitación de enfrente porque le habían pegado un tiro. Como tenía tele me pasada todo el día con él y le conté que mi sueño era ser guardia civil de tráfico”.

El albornoz y el gorro cuartelero

A su madre también se lo contó pero Victoria no se lo tomaba en serio y le decía que no había mujeres guardias civiles. A lo que Marian replicaba que ella iba a ser la primera. La idea la tenía en la cabeza cuando quiso probar suerte en el INEF pero acabó estudiando Técnico Empresarial en la plaza Mayor de Madrid. Luego se matriculó en la universidad y en segundo de Empresariales un anuncio en la radio lo cambió todo. Tenía veinte años y muchas ganas de comerse el mundo.

  • ¿Cuándo y cómo decides que tienes que dar un paso al frente y a vestir de uniforme?
    Volviendo de la facultad un día de mayo escuché en la radio que finalizaba una convocatoria de plazas para cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Así que me fui al cuartel de la Guardia Civil de Aravaca y con la ayuda de un sargento muy majo rellené una fichita blanca. Luego me dio la documentación y en junio me presenté a la oposición. No me preparé nada porque el temario general era de materias que había estudiado en la carrera. Por entonces pasaba mucho tiempo en el Clínico con mi tío al que le había dado un ataque al corazón. Y como la Comandancia de Guzmán el Bueno estaba cerca una tarde me acerqué para ver si habían salido las listas de aprobados. Y sí allí estaban y mi nombre en ellas. Eso fue un viernes y el lunes tenía que hacer las pruebas físicas en las pistas del polideportivo Vallehermoso. Físicamente estaba a tope y me parecieron bastante fáciles. Así que las pasé con la máxima nota y después del reconocimiento médico ya estaba dentro del cuerpo. Ese verano recibí una carta con las instrucciones a seguir. Recuerdo que llamé a mi madre para contárselo y al otro lado del teléfono sólo había silencio. Así que insistí “Mamá, que en septiembre me voy a la academia”. A lo que ella me contestó “Me alegro por ti pero no por mí. Que lo sepas”.

En su casa nadie se lo creía pero se marchaba a Baeza y como necesitaría algunas cosas le pidió a su hermana un albornoz de regalo de cumpleaños. Su padre le dijo que no duraría más de una semana en la academia porque era una protestona. Corría el año 1993 y su promoción fue la quinta de mujeres. Entraron trescientas que, como Marian, compartieron camareta, restricciones de agua y disciplina militar, perdieron peso y comenzaron a amar una profesión que en algún caso era más un castigo que una vocación. Por supuesto, no era el suyo.

Han pasado tres décadas y Marian Santiago es sargento de la Guardia Civil. La única motorista en todo Aragón y su hoja de servicios está repleta de hazañas que comenzaron en las islas afortunadas.

  • ¿Cuál fue tu primer destino al salir de la Academia de Baeza?¿En qué te especializaste?
    Tenerife. Yo no había viajado mucho y pensé que la mejor manera de conocer las islas canarias era trabajando allí. No quería volver a Madrid porque se vivía genial. Fui la primera mujer que llegó a La Laguna a Seguridad Ciudadana. Había mucho que hacer pero me encargué de casos de violencia contra la mujer cuando todavía no había salido la ley. El trato era diferente que con los compañeros. Mi brigada me decía que bajara yo a hablar con la víctima y a recogerle la denuncia y me sentía impotente porque tenía que decirle que se tenía que ir a su casa. Aunque su pareja le había clavado un cuchillo. No podíamos detenerle, no podíamos hacer nada. Me fui de Tenerife pensando que a algunas mujeres las iban a matar. Ahora hemos pasado casi al otro extremo y a las denuncias falsas. Todavía queda mucho camino por recorrer.

El suyo en tierras volcánicas lo hizo sobre ruedas y a caballo. Quería disfrutar del paisaje desde todos los puntos de vista y se compró una moto de 600 cc y una yegua; Giralda. El alazán tenía cuadra cerca de la vivienda que Marian alquiló y compartía espacio al aire libre con dos Alaska. Dice que fue un año maravilloso haciendo vida de granjera en sus ratos libres y contemplando las estrellas por la noche. Además conoció a un montón de gente con la que compartió tenderete (juerga o fiesta muy bulliciosa en que se come, se bebe, se charla y se canta según el  diccionario básico de canarismos) y recuperó los diez kilos que había perdido en Jaén.

Había una vez un circo

Como seguía empeñada en ejercer en tráfico y en moto no paraba decirle a su teniente, al que consideraba un Dios, que quería ser agente motorista. Le insistía tanto que para quitarle la idea de la cabeza le dijo que le acompañara a un accidente en la autovía en el que había fallecido una chica. No sólo no se vino abajo sino que dejó tan claro su objetivo en el cuerpo que, a los pocos meses de abandonar la isla y encontrarse en su siguiente destino -Barcelona-, su primer jefe le llamó para informarle sobre un curso de motorista y aunque lo solicitó y se lo concedieron tardó cinco años en conseguir plaza en tráfico.

  • Entonces fue en Barcelona cuando cambias el rumbo y te vas a hacer la cabra por dehesas extremeñas…
    Exactamente (risas). Me destinaron a la Comandancia de Travessera de Gracia situada en el centro de la ciudad. Mi cometido era el núcleo de servicios; dar seguridad a acuartelamientos y edificios públicos. De ahí pase a seguridad del puerto de Barcelona y abandoné mi puesto para hacer el curso de motorista en Mérida. Me pasé seis meses subida a una moto por carreteras, pistas forestales y campos. Era como estar en el circo; tenía que mantenerme de pie sobre un estribo, hacer piruetas, saltar… ¡Cómo lo disfruté!

A Marian se le daba bien la moto y el objetivo parecía más cerca. Tenía claro que cada vez quedaba menos para convertirse en guardia civil de tráfico y se formó a conciencia en atestados e informes. Pero no podía hacerlo en Barcelona porque es cometido de los mossos d’esquadra y decidió solicitar Valencia y Huesca. Le tocó Jaca y en el pirineo aragonés lleva veinte años serpenteando por carreteras de montaña. Otro tirabuzón en la rusa.

Pero faltaba el más difícil todavía y tenía que conseguirlo. A los siete años de llegar al puesto de Jaca solicitó participar en la Vuelta Ciclista a España; un caramelito para los guardias civiles de tráfico que sólo conseguían quince agentes de toda España. Creía que tenía pocas posibilidades pero al hacer las pruebas de habilidad y superar con éxito la carrera en una pista repleta de curvas pensó que estaba cerca de alcanzar su sueño. Y así fue. En 2007 se convirtió en la primera mujer en hacer La Vuelta en moto cumpliendo con las obligaciones de su cargo. “Me mezclaba en el pelotón con mi trencita y todos se paraban a hablar conmigo; directores de equipo, ciclistas… fue una experiencia estupenda que repetí en los tres años siguientes y que retomé en 2021”.

Justo después asciende a cabo y tiene que cambiar destino. Vuelve a hacer la maleta. Esta vez para trasladarse cerquita. En Ansó se prepara para ser sargento y desde hace una década ostenta el grado que alcanzó con la puntuación máxima. Tras tres años en Huesca vuelve a Jaca con sus compañeros. Pero se encontró con uno inesperado: el cáncer de mama.

Como Popeye y una lata de fabada

Tras el diagnóstico real del bulto Marian descendió a toda velocidad por la montaña rusa. No sabía si se iba a precipitar contra el suelo. Le habían dicho que era líquido pero no paraba de crecer y decidió consultar con más especialistas. Le operaron en la clínica Quirón de Pozuelo y estuvo un año viviendo en casa de su madre. Tras seis meses de quimioterapia y dos de radioterapia estaba limpia. “Cuando colgué mi uniforme pensé en cuándo me lo volvería a poner y que quizás se había acabado todo, incluso la vida; además cuanto más tratamiento recibía peor me encontraba. Pensé que no iba a salir”.

Pero vaya si salió. Con la ayuda de la doctora Lucía González Cortijo y las chicas de “Corre en rosa”. Con alguna de ellas participará en la media maratón de Edimburgo el próximo 28 de mayo. Después de cruzar el Atlántico en velero lo del Reino Unido va a ser un paseo.

  • ¿Cómo fue eso de atravesar el Atlántico en velero?
    Pues una experiencia increíble. Trasatlántica fue el reto Pelayo en 2016 o veintiún días de navegación. Cinco chicas que habíamos tenido cáncer nos subimos a un velero, tras pasar unas pruebas de selección con un centenar de aspirantes, para compartir océano en el Reto Pelayo Vida. El objetivo del viaje era dar a conocer los beneficios de realizar ejercicio físico durante y después del tratamiento de cáncer. A bordo del “Cannonbal” salimos de Tenerife en octubre y llegamos a Martinica en diciembre capitaneadas por Diego Fructuoso. La travesía tuvo momentos duros. Nos enfrentamos a un gran problema con la vela mayor y a olas de cinco metros. Además el agua penetraba en nuestros trajes y una lata de fabada que bloqueó el timón a punto estuvo de provocar el naufragio. Quitando estos imprevistos, una quemadura que se me curo con cremita y algunos moratones todo fue maravilloso. Tanto me gustó el contacto con el mar que después participé en Málaga en una prueba de paddel surf de puerto en puerto.
  • A estas alturas yo me pregunto… ¿qué te queda por hacer?¿Algún sueño pendiente?
    Seguir disfrutando de mis escapadas a la capital para ver los partidos de baloncesto del Real Madrid con la peña “Ojos de tigre”, de la familia y los amigos. Seguir siendo árbitro de escalada y recorrer España a través de sus fiestas. Me queda también seguir conociendo mundo con mi sobrina y descendiendo laderas con mis esquís, practicar mis ejercicios de hípica, prepárame para otro reto Pelayo… Tal vez mi sueño pendiente, tras el reconocimiento del Colegio de Ingenieros con el Premio Mujer y Gestión del Tráfico en 2020, es conseguir la medalla al Mérito de la Guardia Civil.

A Marian Santiago le sobran méritos. Quizás el más importante es ser consciente de que en un segundo te puede cambiar la vida. O que un móvil puede provocar hasta nueve muertos en un accidente de tráfico. O que la mejor tasa de alcoholemia al volante debería ser 0,0.

Porque no hay nada más importante que tu vida y la del que viene de frente. Porque puede ser maravillosa.

Asunción Mateos Villar