La campaña publicitaria El Cuponazo de la ONCE (1987) para televisión está considerada como la más importante del siglo XX realizada en España. Premiada en multitud de festivales nacionales e internacionales supuso un antes y un después. No sólo porque empleaba una técnica poco habitual en nuestro país -el suspense diferido- sino porque mezclaba creatividad y espectáculo. Seguro que recuerdas el eslogan Traerá Cola y la interminable fila de gente que serpenteaba por lugares emblemáticos de Madrid y luego caía por efecto dominó. Lo que quizás no sabes es que detrás de aquel reto -con coreografía de Bruno Tonioli- estaba Spika Films, la productora que Pamela Drewe fundó y que firmó -y filmó- los grandes éxitos de la publicidad en los ochenta, los noventa y los primeros años del nuevo siglo. La empresa cerró su actividad publicitaria en 2008.
Hacía tiempo que no se hablaba tanto de Alejandro Amenábar. La culpa la tiene el anuncio de la Lotería de Navidad. Todo un clásico en España desde que el calvo de la lotería comenzara a repartir ilusiones, en escenarios mágicos. Por obra y gracia de Pamela Drewe, una mujer nacida en Bombay hace casi setenta y cinco años que lleva décadas viviendo en Pozuelo.
Se siente de aquí pero conserva el acento inglés, reforzado por la lectura y el visionado en su lengua materna, y la memoria intacta de una infancia a todo color en India donde su padre fue Ministro del Interior en la época del Raj británico. Hasta que un barco les devolvió a Gran Bretaña, atracó en Liverpool y su pequeño mundo se volvió frío y gris. Los nacidos del paraíso regresaron a la patria con el corazón partido. Corría el año 1947. “Estaba a punto de cumplir cinco años, hablaba hindustani mejor que inglés y recuerdo perfectamente las travesuras cometidas en las tres semanas que duró el viaje y como al llegar todo era muy triste. La primera noche la pasé pegada a una estufa, junto a mi hermana, y echando de menos el loro verde y los olores de India”.
Era muy pequeña y le costaba imaginar su vida en la Inglaterra de posguerra. Sin embargo, la alegría volvió cuando se instalaron en una casa al sur de Londres, en un pueblecito con pocas tiendas y un pub con varios siglos de antigüedad. La vivienda estaba situada en una colina rodeada de árboles entre los que crecían flores azules. A sus pies había un arroyo que Pamela y su hermana pequeña, Úrsula, cruzaban con la ayuda de un tronco. “Me pasé la niñez subiendo y bajando de árboles. Quizás por eso Pozuelo me enamoró; porque cuando llegué todo era campo… fue como viajar a ese tiempo tan feliz”.
Como no todo podía ser trepar y andar por las ramas, después de la etapa escolar en bicicleta -sin luces ni casco por carretera principal- y siguiendo la tradición familiar, había que completar la formación en un internado. A Pamela aquello no le gustaba nada. Prefería el cine, la literatura inglesa y el latín. En aquella época, de asaltos a las bibliotecas, ganaba cabezas de Dante en el colegio -por sus dotes para la interpretación poética- y soñaba con ser actriz. Su padre hubiera preferido que estudiara en Oxford pero acabó compartiendo escuela con Lynn Redgrave que, a diferencia de nuestra vecina, pertenecía a una familia de actores británicos.
¿Por qué querías estudiar arte dramático?
Me atraía el mundo de la interpretación y creía tener claro mi futuro. Quería estudiar en Central School of Speech and Drama de Londres. Mi padre me contó que a la audición se presentarían alrededor de 3.000 aspirantes pero sólo seleccionaban a 30 alumnos. Convencido de que no pasaría las pruebas me dejó presentarme. Iba emocionada en el vagón dispuesta a impresionar a los profesores con poesía y piezas teatrales. El resultado fue que sólo dos chicas de dieciséis años pasamos las pruebas: Lynn Redgrave y yo. A diferencia de mi compañera, hija de Michael Redgrave, yo no procedía de una generación de actores sino de un colegio interno femenino. Quizás tenía el talento pero no la madurez necesaria pero estaba dispuesta a intentarlo.
Así comenzaron los años de apartamento compartido y charlas en las escaleras de la salida de emergencia de la escuela de arte dramático. Compartidas con Julie Christie (Lara Antipova en Doctor Zhivago). Pamela nos confiesa –Jesús Gironés escucha atentamente bajo la lámpara de la cocina- que se dedicó más a aprender de la vida que de los clásicos. También que sobrevivía a base de huevos y salchichas porque el chelín que costaba la comida en la cantina de la escuela se lo gastaba en libros.
Aquella etapa no resultó como Pamela imaginaba. Ni siquiera como esperaban los profesores. Al terminar el curso informaron a sus padres… no valía para ese tipo de estudios. Y ella lloró mucho porque sentía que había quemado todas sus posibilidades. Bueno, no todas. Tenía una voz radiofónica e interesante para la BBC pero era demasiado joven. Le faltaban dos o tres años para poder convertirse en locutora así que hasta entonces se centraría en el conocimiento de idiomas. Siguiendo el consejo de su progenitor decidió aprender dos; uno que se hablase mucho y otro que se hablase poco. Como las lenguas germánicas no le interesaban se inclinó por español y portugués.
En una academia situada en la primera planta de un inmueble con vistas a la céntrica Oxford Street conoció la cultura mediterránea y al padre de sus hijos. Desde el primer encontronazo en la escalera del centro de idiomas supo que se casaría con su profesor, el señor “Pérez” (Eduardo Maclean Pérez-Trillo). Era un atractivo joven, español de abuelo escocés, que había llegado a Inglaterra tras las huellas de Lord Byron y que desconocía su doble nacionalidad. También que sería realizador de cine. Pamela asegura que ella lo supo al instante. Hoy sigue sin comprender el porqué de sus intuiciones.
¿Cómo comenzó el romance?
Francamente muy mal. Era mi profesor de español comercial pero no tenía conocimientos suficientes como para garantizar mi aprendizaje. A mí aquello me indignaba y reconozco que nos odiábamos mutuamente (risas). Eduardo decía que no podía conmigo y el director del centro le presionaba para que aguantara porque mi padre pagaba las clases. Yo también me quejaba y me decía que tuviera paciencia. Hasta que llegó el verano de San Sebastián. Estábamos de vacaciones en España y mi padre me animó a escribir una postal al profesor para que viera mis progresos en español; me dijo que sería un detalle bonito. Me ayudó a escoger una tarjeta de la playa de la Concha, le pusimos un sello y la arrojamos al buzón más cercano. La primera clase tras el parón estival supuso el punto de inflexión; Eduardo venía contento -quizás porque yo me había acordado de él- y con unos libros bajo el brazo. Entre ellos uno de Miguel de Unamuno ¡Le interesaba la literatura!¡Como a mí! Luego descubrí que era un apasionado del cine y dejé de quejarme… Nos pasábamos las clases hablando de Lorca y Dalí o de las películas de Buñuel, Fellini y Antonioni que veíamos en el cine.
El caballero andante
El noviazgo se anunció un domingo de roast beef en casa de los Drewe. Aunque la madre de Pamela lo vio venir antes. Cuando anotó en su pequeña agenda, además de la invitación de su hija a dos españoles, la expresión “Oh God!”. De no haber sido por la botella de Licor 43 con la que el amigo del maestro obsequió a los padres de Pamela la sobremesa hubiera sido perfecta. “Tras la comida le dije al tío Patrick: este es Eduardo, el hombre con el que me voy a casar. ¿Cuál de los dos? –me dijo- El de la botella no, el otro –le dije-. Se sintió aliviado (carcajadas) pero me recordó que era extranjero ¡Los dos son extranjerosí! –le corregí- (más carcajadas)”.
El hermano de su padre, un solterón empedernido, trabajaba en The Royal Geographical Society. Pamela era la niña de sus ojos. Lo mismo le enseñaba salas dedicadas a los exploradores en la sede de su empresa que le invitaba a fresas con nata en Wimbledon o a té con pastas en Trocadero. Así que le guardó el secreto. Ese y que vivían juntos en un coqueto apartamento de Kensington. Sus padres, que no estaban al corriente, no querían invitar al joven español a la fiesta que iban a organizar para celebrar la mayoría de edad de Pamela que, por entonces, trabajaba como secretaria en una revista de decoración. “A Eduardo no le quedó más remedio que hablar con mi padre y eso que le imponía bastante. Pero lo hizo, vino y el cumpleaños se convirtió en anuncio de compromiso”.
Pamela Drewe y Eduardo Maclean se casaron en junio de 1965 en St. James´Church, Piccadilly y la recepción fue en Martínez en Swallow St, uno de los restaurantes más conocidos y prestigiosos de Londres. Del acontecimiento se hicieron eco las páginas de sociedad de los principales periódicos ingleses. Sin mencionar que fue accidentado. La mañana de la boda Pamela se sentía indispuesta. Su madre le decía que era normal, los nervios… Pero no. Aquel malestar tenía que ver con la llegada al mundo de una niña o como dice Pamela: “Helena ya estaba en las fotos de mi boda”.
A Eduardo se le pasó comprar el ramo y, para colmo, el padrino que le prestó el dinero para las flores olvidó los anillos. Encima la novia llegó 20 minutos tarde a la iglesia y el novio estuvo a punto de marcharse, cansado de esperar. Le digo a Pamela que no es para tanto, que veinte minutos es lo normal ¿no? y ella me mira, sonríe y dice: “¡Ya pero aquello era Inglaterra, 20 minutos entonces eran el equivalente a dos horas en España!”. Afortunadamente todo acabo bien. Con cava en la maleta y un “Pamela, nunca has sabido viajar ligera de equipaje”.
Estoy saboreando con intensidad una conversación que va y viene. Como el vino espumoso y el queso viejo con el que Pamela nos ha obsequiado a propósito de la entrevista. Tanto que no veo el momento de preguntarle por su brillante trayectoria profesional en el mundo de la publicidad. Porque la anécdota de Jack, primo hermano de su madre, militar de profesión y casado en secreto con una mestiza de origen malasio, me resulta de lo más interesante. “Vinieron a mi boda porque cuando se enteraron de que me casaba con un español no pudieron resistirse; nos hicimos grandes amigos”.
A mediados de los años sesenta los recién casados volvieron juntos a España. Habían estado un año antes atraídos por el mundo de un ingenioso hidalgo. Con un guion de Pamela sobre el universo de Don Quijote bajo el brazo, dos duros en el bolsillo y una pareja amiga recorrieron la Mancha en furgoneta junto a un operador de cámara muy simpático. Rodaban en 16 mm y luego Pamela se subía al tren y lo llevaba a revelar a un laboratorio madrileño. Al regresar a Inglaterra montaron el documental de forma rudimentaria, sin moviola, y se lo vendieron a la BBC2. “Aquel fue el primer trabajo que Eduardo y yo hicimos juntos; teníamos claro a lo que queríamos dedicarnos”.
Billetes de ida y vuelta
Antes de montar su primera productora, el matrimonio tuvo que buscarse la vida en Madrid. Pamela traduciendo guiones de cine con diccionario, máquina de escribir y líquido corrector y Eduardo tratando de abrirse camino como realizador. Fueron tiempos difíciles pero nunca lo contaron a la familia. No les quedó otra que volver a Gran Bretaña. Helena nació en Westminster Hospital, cerca del apartamento de St. George´s Square en el que se alojaron sus padres y desde el que se escuchaban las sirenas de los barcos que navegaban por el Támesis para avisar de la niebla. “Eduardo trabajaba en Correos repartiendo paquetes hasta que le llamaron para trabajar como ayudante de montaje en Mondo cane, una película documental que narra viajes por ciudades exóticas del planeta”.
Aquello lo cambiaba todo. Volvieron al apartamento del noviazgo y diseñaron su plan de vuelo con la ayuda de Jimmy Wright, un reportero de guerra que fotografiaba bombardeos hasta que su avión prendió en llamas, quedó ciego y con el rostro deformado. Con su ayuda económica Pamela y Eduardo vuelven a España, fundan InterEuropa y comienzan a ofrecer sus servicios a agencias de publicidad. “Lo primero que hicimos fue el anuncio de pinturas Duraval en el que, por cierto, aparecía un primer plano de Helena en su corralito”.
Con el tiempo deciden cerrar la empresa para fundar Pierrot Films con la que siguen abriendo caminos y Pamela se convierte en 1976 en socia fundadora de la Asociación de Productoras Publicitarias de España. La productora estaba considerada en la década de los setenta y principios de los ochenta una de las tres mejores de España. Cerró en 1984 tras realizar cientos de anuncios para primeras marcas de coches, café, cerveza… Cuando llegó el divorcio. Personal pero no profesional. Eduardo y Pamela siguieron trabajando juntos.
Pamela Maclean -así era conocida en el mundo laboral- se independiza y crea Spika Films, una productora con la que hace historia por El Cuponazo de la ONCE; el reto de producción más importante de su vida. Garrett Brown tuvo que crear material técnico para su realización. “Rodar El Cuponazo desde un helicóptero sobre el lago de El Retiro o en Las Ventas con los cables inventados por Garrett en pleno mes de agosto a 52 grados es una experiencia profesional que nunca olvidaré”.
Luego vinieron otros anuncios que se han quedado para siempre en nuestra retina como los de la Lotería de Navidad protagonizados por el actor británico Clive Arrindell a quien Spika encontró en un casting que hizo en Londres o Saeta para Renfe en el que tuvo que movilizar a los amigos de sus hijos para que se encerraran en sus coches a formar una caravana.
El oasis
Reconoce que le miraron raro la primera vez que dijo que quería vivir en Pozuelo. Pero siempre lo tuvo tan claro… era como regresar a la colina y al arroyo. Con el objetivo de alejarse del ruido mediático y descansar tras jornadas maratonianas de trabajo, Pamela y Eduardo, encontraron a finales de los sesenta su refugio a medio camino entre el Pueblo y la Estación. Sus hijos Alejandro y Sergio nacieron cuando ya estaban instalados aquí. “A mi Pozuelo me cambió la vida, estuvimos un tiempo de alquiler y luego tardamos tres años en construir nuestra casa pero conseguimos un hogar luminoso y alegre”.
Al que volví días después de la velada con Pamela. Para la sesión de fotos. Ya que estaba, recuperé alguno de los cientos de premios que encierra en cajas. Leones de Cannes, medallas, trofeos, esculturas… sólo ha dejado libre un pequeño planeta tierra transparente, como su mirada, que el año pasado le concedía el International Quorum of Motion Picture Producers y que la convertía en Miembro Honorario de la organización mundial. Sólo quince personas lo han recibido en medio siglo. Y sólo una de ellas es mujer.
Asunción Mateos Villar
Fotos: Noel de las Heras




LAS PELÍCULAS
HARÁN COLA. El Cuponazo. ONCE
HARÁN COLA (II). El Cuponazo. ONCE
SAETA. Renfe
EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD. Loterías y Apuestas del Estado






