Tengo que reconocer que no ha sido fácil resistir la tentación de subir a la azotea para reflexionar en voz alta sobre las fiestas patronales. Porque los expertos en la materia me estaban ganando terreno. Pero lo he conseguido. A toro pasado y sin la música de fondo.

Me viene a la mente una frase escrita con rotulador en el ascensor de la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense: “Alfonso Rojo nunca estuvo en el Golfo”. Corrían los años de la primera guerra televisada de la historia y rumores de que algún corresponsal escribía sus crónicas desde la habitación de un hotel a cientos de kilómetros de la zona caliente. Recurriendo a la prensa internacional y visionando vídeos de los ataques. Lo de escribir desde la distancia se comentaba en los pasillos del edificio grisáceo que sirvió de escenario a Alejandro Amenábar para rodar Tesis.

De repente me ha invadido la nostalgia universitaria. Quizás por solidaridad con los alumnos que se esfuerzan en sus posgrados. No era mi intención. Sólo quería señalar que no me gusta escribir de oído y que ser reportero supone estar cerca de la noticia. Noel de las Heras y una servidora lo hemos intentado en las pasadas fiestas patronales. Con más o menos éxito.

El caso es que nos hemos pateado las calles. En la semana más esperada para muchos. Los únicos disparos han sido los de su cámara. El resultado… muchas horas en contacto con las gentes de un lugar que a comienzos de septiembre, y por tiempo limitado, tiene un sonido especial y deja de ser gris como la plaza central salpicada de obstáculos.

Nunca llueve a gusto de todos. A veces ni siquiera llueve. Aunque no se puede luchar contra los elementos conviene tener un plan B. Que este año habría salvado la última noche especialmente diseñada para los jóvenes. Que tienen todo el derecho del mundo a disfrutar de sus Fiestas Patronales como hicimos nosotros cuando lo fuimos. Esos buenos tiempos que, lo siento Mikel, no volverán se han quedado encerrados en una Quedada Generacional que conviene afianzar con grupos que animen al personal como lo hicieron los chicos de Seguridad Social el año pasado.

Vuelvo a 2018. Todos los protagonistas del programa de festejos se han esforzado por contagiar ilusión y alegría. Desde las chicas del Olímpico de Rugby en el balcón a Marcos Merino, cantando con Los Limones a pocos metros de su negocio, pasando por la canaria que abrió el apartado musical y se mezcló con el público -como Javier Ojeda de Danza Invisible– o las charangas de las peñas.

A las peñas quería llegar. Y a las bandas. Y a las asociaciones. Desde hace tiempo son el alma de los festejos y colaboran en las actividades programadas. No sólo reparten sangría, empanada, bocadillos o pinchos de tortilla. También organizan torneos deportivos, concursos culturales y propuestas de ocio para toda la familia. Siempre desde el respeto. Aunque alguno piense lo contrario. Porque no se ha molestado en charlar con sus integrantes. O en mirarles a los ojos.

Me quedo con los de Pablo Martín en la plaza del sacerdote Don José Manuel Carranza, tras la procesión, escuchando a La Encina cantar a la Patrona y su “mi madre es extremeña”. Con los de Julio Quijano en el centro cultural de la dedicada a otro sacerdote. Con los de Pilar Sánchez dirigidos a su sobrina en la de la Coronación; donde los de Cristina del Río me hablaron de Bon Jovi. Con los de Agus Alonso cantando en el Torneo de Fútbol de los Veteranos. Con los de Juanjo Granizo contándome que estaba bien. Con los de los Álvaro o las Loli en sus sedes. Con los de mis chicas del chiringuito. Con los de la pequeña María refrescando al vecindario. Con los de Juan Pedro Álvarez tras los cristales. Frente a las velas.

Asunción Mateos Villar
Fotos: Noel de las Heras